Cuando el actual presidente de Bolivia, Rodrigo Paz, lanzó su discurso de «capitalismo para todos» durante la segunda vuelta electoral, muchos lo recibimos con escepticismo. Parecía un eslogan suelto al cual no sabían explicar, una fórmula política más intentando marcar diferencia en un panorama saturado de promesas. Sin embargo, al analizar la frase en profundidad, comenzó a cobrar un sentido profundo que toca la esencia misma del ser boliviano.
Los bolivianos, en todos los estratos sociales, llevamos el comercio en la sangre, quizás más en el occidente boliviano. Mientras atendemos nuestro pequeño negocio, ya estamos pensando en cómo ampliarlo o qué nuevo emprendimiento iniciar. Esta mentalidad emprendedora no es casualidad; hunde sus raíces en la transformación social más importante de nuestra historia contemporánea: la Revolución de 1952.
Después de 1952, la realidad boliviana cambió radicalmente. Campesinos y mineros obtuvieron el derecho a la propiedad y, de inmediato, comenzaron a pensar cómo extenderla y reproducirla. Esta transformación marcó para siempre nuestra definición como personas con autodeterminación para el crecimiento económico personal y con afinidad natural hacia el libre mercado.
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Esta es una realidad que figuras como Ernesto «Che» Guevara no lograron comprender. Al llegar a Bolivia en 1966, traía consigo la imagen grabada en su memoria de campesinos y mineros armados luchando por sus derechos. Sin embargo, su ceguera ideológica le impidió ver que aquellos campesinos y mineros no luchaban por la propiedad colectiva, sino por tener algo propio para ellos y sus familias. Ese pequeño lote de tierra o casa que obtuvieron por primera vez después de la Revolución de 1952, no lo perderían jamás, y menos por un discurso anclado en utopías ajenas a su realidad.
Nuestra historia está llena de discursos pro-socialistas, pero Bolivia es, ante todo, NACIONALISTA. Esto significa que, sin dejar de lado las reivindicaciones sociales, buscamos constantemente el crecimiento económico. Porque entendemos una verdad fundamental: sin inversión y sin utilidades, no puede haber mejora sustancial en salud, educación ni generación de empleo.
El discurso de «capitalismo para todos» debe trascender el eslogan y plasmarse en realidades concretas. Para ello, el Estado debe cumplir su labor como ente rector que brinde condiciones y garantías para el crecimiento económico.
Durante su visita a Bolivia, el presidente de Paraguay, Santiago Peña, ofreció una metáfora poderosa: el gobierno debe encargarse de que la cancha tenga las mejores condiciones – césped bien cortado, líneas claras, arcos del mismo tamaño, redes sin agujeros – para que todos los jugadores, grandes y pequeños, compitan en igualdad de condiciones.
Quienes mueven la pelota dentro de la cancha del crecimiento económico deben ser los privados. El Estado debe cuidar la cancha y ser un árbitro imparcial, sin favoritismos. Esta visión pragmática reconoce que, para el bienestar del ciudadano, el juego fue, es y será la economía, situándola por encima de cualquier discurso político.
Ha llegado el momento de que el actual gobierno ponga la cancha en orden para que los jugadores puedan comenzar a mover la pelota de la economía. No bastan medidas aisladas como mover algunos impuestos o soluciones temporales como eliminar colas de gasolina.
Señor Presidente: los bolivianos estamos esperando los ajustes necesarios para poder crecer. Estamos conscientes de que habrá sacrificios, y estamos dispuestos a realizarlos. La campaña electoral ha terminado; ahora es tiempo de gobernar con visión de Estado, comprendiendo que el alma boliviana combina solidaridad comunitaria con ambición emprendedora.
El «capitalismo para todos» no es una consigna vacía cuando se entiende desde nuestra idiosincrasia nacional. Es el reconocimiento de que el boliviano, desde el pequeño comerciante hasta el empresario consolidado, lleva en su sangre el instinto de crear, expandir y prosperar. Solo necesita un terreno de juego nivelado donde sus talentos puedan florecer.
