Las fotos circularon rápido: el vicepresidente Lara, en plena inundación en Santa Cruz, trapeador en mano, intentando sacar el agua de un domicilio afectado. La escena no es ridícula por la emergencia —las inundaciones son dramáticas y afectan a miles de familias— sino por el show. Porque mientras el agua seguía entrando a las casas en otras zonas, la autoridad optó por la foto, por el gesto simbólico, por el “mírenme trabajando”.
Y esa imagen no es nueva. Es un déjà vu político.
Es imposible no recordar a Evo Morales en los incendios de la Chiquitanía, cuando fue a “apagar” el fuego con una pequeña bomba de agua manual. Mientras su entorno montaba un espectáculo propagandístico frente a una de las mayores tragedias ambientales de nuestra historia. Mucha imagen, poca eficacia. Mucha narrativa, cero gestión.
Ambos representan lo mismo: populismo en estado puro. Simulación de acción, desprecio por la inteligencia de la gente y una peligrosa confusión entre gobernar y posar. Las inundaciones que hoy golpean a Santa Cruz no son un fenómeno inesperado ni una fatalidad inevitable. La lluvia es natural; el desastre urbano no. Las ciudades modernas no colapsan porque llueve, colapsan porque nadie planifica, porque no hay mantenimiento, porque no existe gestión de riesgos.
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La gestión de riesgos no es un concepto abstracto ni académico. Implica prevención (que varios técnicos y activistas vienen pidiendo a gritos), infraestructura adecuada, sistemas de drenaje funcionales, limpieza permanente de canales, mapas de zonas vulnerables, protocolos claros de respuesta y coordinación técnica real. Implica invertir antes, no improvisar después. Y, sobre todo, implica liderazgo con capacidad, no con cámaras.
En Santa Cruz, lo que vemos es exactamente lo contrario. No hay planificación urbana seria, no hay obras estructurales sostenidas en el tiempo, no hay una visión integral de la ciudad y departamento. Cada lluvia fuerte vuelve a desnudar lo mismo: improvisación y reacción tardía de todos los niveles del Estado que aparece solo cuando ya ocurrió la desgracia, por ende, la cámara ya está encendida.
El problema es que el show termina siendo un sustituto de la gestión. Cuando no hay bombas hidráulicas, se muestra un trapeador. Cuando no hay centros de comando ni coordinación técnica, se ofrece una foto con manos llenas de barro. Cuando no hay resultados, se apela a la épica del “estar presente”, aunque esa presencia no cambie absolutamente nada.
Mientras las autoridades actúan para las redes, la gente paga el costo real. Familias que pierden todo, comerciantes que ven su mercadería arruinada, barrios enteros que año tras año son abandonados a su suerte. Ellos no necesitan visitas ni discursos emotivos; necesitan soluciones estructurales.
La tragedia no puede seguir siendo una oportunidad política. No es un escenario para el populismo ni para el marketing personal. Es, en realidad, el examen más duro de cualquier autoridad. Y Santa Cruz, hoy, vuelve a mostrar que quienes gobiernan no están a la altura.
La lluvia no gobierna. Gobiernan las autoridades. Y cuando la respuesta es la que vemos frente a una ciudad inundada, el problema no es el clima: es la incapacidad.
Sebastian Crespo Postigo es Economista y Mgs en Dirección de Proyectos.
