La nación atraviesa niveles inéditos de violencia y presión criminal tras transformarse en el corredor más estratégico para las mafias internacionales.


Fuente: Infobae
Ecuador se ha convertido en el mayor corredor de cocaína del planeta. Lo que hace pocos años parecía impensable —que un país que no produce la droga se transformara en el punto neurálgico del comercio global— es hoy una realidad verificada por autoridades ecuatorianas, estadounidenses y europeas. Según una investigación publicada por The New York Times, hasta el 70% del suministro mundial de cocaína fluye por territorio ecuatoriano, una cifra que expone la magnitud de la crisis de seguridad que ha golpeado a la región y que ha trastocado por completo el orden interno del país.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
El periódico estadounidense reconstruyó este panorama tras un trabajo de campo que incluyó varios días de acompañamiento a la Marina ecuatoriana en sus operaciones contra el narcotráfico.
En ese recorrido, el equipo del NYT constató que Ecuador, históricamente identificado como un país relativamente estable y sin cultivos ilícitos, quedó atrapado en medio de una reconfiguración violenta del negocio global de la cocaína. La caída de prioridades en la lucha antidrogas de Estados Unidos, que desplazó esfuerzos hacia el fentanilo, abrió espacios para la expansión de organizaciones criminales que ya operaban en Colombia y Perú. Estas encontraron en Ecuador una infraestructura portuaria estratégica, rutas de exportación consolidadas y un Estado debilitado, incapaz de contener su avance.

La investigación revela que, entre 2022 y 2023, Ecuador estuvo cerca de una “toma del poder” por parte de un consorcio internacional de narcotraficantes, conformado por cárteles mexicanos, grupos guerrilleros colombianos, mafias europeas y bandas locales. Esa alianza criminal utilizó la costa ecuatoriana como plataforma para mover cocaína hacia Estados Unidos y, especialmente, hacia Europa, donde el mercado se ha expandido con mayor rapidez en los últimos años. Funcionarios estadounidenses consultados por el NYT describieron esta red como una “superautopista de la cocaína”, una expresión que sintetiza el volumen del tráfico y el nivel de coordinación internacional involucrado.
Las consecuencias para Ecuador han sido devastadoras. La violencia vinculada al narcotráfico se disparó hasta niveles inéditos en su historia reciente: coches bomba, masacres carcelarias, asesinatos selectivos y balaceras en zonas urbanas han pasado a formar parte de la vida cotidiana. El país, que había cerrado una base militar estadounidense en 2009 y reducido la cooperación antidrogas con Washington, se encontró enfrentando solo una escalada criminal para la cual no tenía preparación. La Casa Blanca reaccionó recién cuando la situación alcanzó niveles críticos, incrementando ayuda militar y asesoría, aunque sin revertir completamente la tendencia.
Testimonios recogidos por el Times entre funcionarios, analistas y cuerpos de seguridad ecuatorianos describen una correlación contundente: la disminución del enfoque estadounidense en la cocaína permitió que los traficantes expandieran sus rutas por América Latina. “Muchos consideran que la cocaína es mala, pero no mala hasta matarte”, dijo Mike Fitzpatrick, embajador de Estados Unidos en Ecuador entre 2019 y 2024, citado por el diario. Su declaración apunta a un problema de percepción en Washington: mientras las muertes por opiáceos acaparaban la atención política, la violencia asociada al tráfico de cocaína seguía acumulando víctimas en países como Ecuador.

En el terreno, la Marina ecuatoriana enfrenta obstáculos crecientes. Aunque el país ha aumentado el gasto en seguridad, los grupos criminales parecen disponer de más armas, más dinero y mayor capacidad logística. Oficiales consultados describen una guerra desigual, donde la corrupción interna, las filtraciones y la facilidad con la que las bandas reclutan jóvenes empobrecidos complican cualquier intento sostenido de control. “Se trata de una guerra existencial”, advirtió Giovanni Davoli, embajador italiano en Ecuador, comparando la lucha contra las bandas locales con la histórica batalla de Italia contra la mafia, de acuerdo a lo recogido por el medio estadounidense. Según él, el país no es un narcoestado, pero necesita ayuda urgente para evitar un deterioro mayor.
La investigación también expone que el Estado ecuatoriano enfrenta una reconfiguración criminal inédita. La articulación simultánea de cárteles mexicanos —principalmente el de Sinaloa y el CJNG— con disidencias armadas colombianas, redes albanesas y otras organizaciones europeas ha dotado al país de un ecosistema delictivo con capacidad para operar globalmente. Ese entramado aprovecha los puertos, los contenedores de exportación de banano y la debilidad institucional para mover toneladas de droga sin mayores obstáculos.
El hallazgo más contundente del reportaje, sin embargo, es que Ecuador se ha convertido en el principal punto de tránsito del comercio mundial de cocaína, una posición que impacta su seguridad interna, compromete su estabilidad democrática y lo coloca en el centro de una disputa geopolítica que trasciende sus fronteras.