Los dos únicos caminos


*Por: Fernando Crespo Lijeron

A poco menos de seis semanas de la posesión del nuevo gobierno, comienzan a multiplicarse las voces de impaciencia y descontento en una parte de la población. Estas reacciones son alimentadas, en gran medida, por los políticos de siempre, más preocupados por sus intereses particulares que por los grandes intereses de la patria, así como por algunos opinadores desubicados que opinan sin medir el momento extremadamente delicado que atraviesa el país.



Resulta evidente la falta de sensatez de estos grupos, incapaces de interpretar la gravedad de la situación nacional y la responsabilidad histórica que hoy nos corresponde asumir a todos los bolivianos. No se trata de apoyar ciegamente al nuevo gobierno ni de renunciar al derecho a la crítica; se trata, más bien, de comprender con claridad que solo existen dos caminos posibles.

El primer camino es el de la unidad responsable: gobernantes y gobernados trabajando juntos en un esfuerzo compartido por los grandes intereses de la nación, aportando desde cada espacio para que este nuevo proceso tenga éxito y beneficie al conjunto del país. Este camino exige madurez cívica, paciencia, crítica constructiva y compromiso real con el bien común.

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El segundo camino es el del fracaso deliberado, una suerte de harakiri colectivo: empeñarnos en provocar la caída del gobierno, alimentando el caos y la confrontación, postergando una vez más, y por tiempo indefinido, las legítimas aspiraciones del pueblo boliviano. Es el camino de las “bombas de destrucción masiva” lanzadas bajo el rótulo de críticas inofensivas, sin medir que este es un proceso complejo, lleno de dificultades, que el nuevo gobierno intenta sacar adelante con aciertos y errores propios de toda gestión humana.

Lo que estos opositores oficiosos no ven, o se niegan a ver, son las graves consecuencias que tendría el fracaso de este gobierno. Su mirada miope solo alcanza a proponer la “solución por el desastre”, sin importar el costo social, económico e institucional que ello implicaría para el país.

Por su parte, el gobierno tiene también una responsabilidad ineludible. Debe revisar el discurso reiterativo sobre la herencia recibida y concentrarse, con urgencia, en la aplicación de medidas concretas que permitan estabilizar la economía y encaminar, a la brevedad posible, la tan esperada reactivación del aparato productivo nacional.

Hoy, en este momento histórico, Bolivia necesita un supremo esfuerzo colectivo. Es tiempo de alinearnos en una Gran Cruzada Nacional que convoque a todos, sin exclusiones, a aportar con su “granito de arena” a la reconstrucción de nuestro país. No hay otro. Es el único que tenemos y el único que heredarán las futuras generaciones.