Álvaro Riveros Tejada
Han transcurrido 25 días desde la posesión del nuevo gobierno y sería injusto no reconocer la desaparición de las tan tediosas colas de carburantes, así como la reaparición de los dólares imperialistas, muy venerados por los socialistas del Siglo XXI, al punto de guardarlos en cantidades demenciales, no por las imágenes de Benjamín Franklin o Thomas Jefferson, sino por ser una divisa fuerte y confiable, que les asegura sus emolumentos mal habidos, obtenidos de la corrupción y el hurto.
Frente a esa desastrosa situación heredada, el actual gobierno ha constituido un reconocido equipo de profesionales jóvenes, que haga frente a la difícil tarea de restituir, en el menor plazo de tiempo posible, la sensatez en la administración de la cosa pública. Si bien es cierto que ello no sea la solución definitiva, empero será el fundamento de cualquier democracia que aspira no repetir ese doloso pasado.
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Ahora bien, al margen del brío y la valentía necesarios para enfrentar esa épica batalla contra las lacras sociales que enturbiaron nuestra convivencia, como la corrupción, el robo y el narcotráfico, será menester seguir el camino trazado por el ministro de Economía, Gabriel Espinoza, quien anunció la publicación diaria y detallada del gasto público, suficiente acto que demuestra que quiere ser distinto.
Otra señal digna, del propósito honrado y transparente en el ejercicio del poder, fue el nombramiento del nuevo comandante de la Policía, Mirko Sokol, quién se destacó a lo largo de toda su carrera institucional, como uno de los mejores oficiales, dato fácil de establecer, cuando al tiempo de asumir la comandancia dijo a sus camaradas: “no se arriesguen a perder su libertad por unos centavos” El flamante Comandante aseguró además: “jamás haber recibido un soborno” Afirmación que fue ratificada por varios policías probos, que corroboran la honestidad del Gral. Sokol.
Ahora bien, es muy indignante lo que los bolivianos tuvimos que presenciar en los últimos días, con el protagonismo del vicepresidente de la nación, que lejos de tratarse de una figura pública esquizoide y de un histrionismo exagerado, por su necesidad de llamar la atención, muestra la baja calidad de un elemento que, desde ese alto cargo del Estado, ha llegado hasta el ridículo de exponer su vida familiar más íntima, como si de un espectáculo se tratase, sin medir el daño y las consecuencias inferidas por esa actitud de irrespeto hacia la majestad del Estado.
A la luz de lo señalado, concluimos que los hados de este gobierno son positivos, en tanto y cuanto no caiga en el error que tanto criticaba el poeta romano Juvenal en sus famosas Sátiras, en el siglo I después de Cristo, al reprochar a la sociedad romana de entonces, por haber perdido el interés en la política y la virtud cívica, conformándose con recibir alimento gratuito (pan) y entretenimiento masivo (circo), es decir, espectáculos en anfiteatros como las luchas de gladiadores. Era una denuncia contra la decadencia moral y la apatía ciudadana, donde el pueblo prefería beneficios inmediatos en lugar de participar en la vida pública.
Por las irreverencias del gran capitán, Dios nos libre de caer en la política de la “Marraqueta y Circo”.
