El dictador chavista ha cambiado su rutina, teléfonos y lugares de descanso, y ha delegado responsabilidades clave de su protección en agentes de inteligencia de La Habana

El dictador de Venezuela, Nicolás Maduro, durante una aparición sorpresa en un acto chavista en Caracas
© The New York Times 2025.
Fuente: infobae.com
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha reforzado de manera significativa su seguridad personal, incluyendo el cambio de lugar donde duerme, y ha recurrido a Cuba, su principal aliado, ante la creciente amenaza de una intervención militar estadounidense en el país.
Así lo confirman varias personas cercanas al gobierno venezolano. Describen un clima de tensión y preocupación dentro del entorno íntimo del mandatario, aunque aseguran que Maduro considera que mantiene el control y que podrá superar este desafío, el más grave en sus 12 años de gobierno.
Para protegerse de un posible ataque de precisión o de una incursión de fuerzas especiales, Maduro ha cambiado repetidamente de lugar para dormir y de teléfono celular, según dichas fuentes. Estas precauciones se intensificaron desde septiembre, cuando Estados Unidos empezó a acumular buques de guerra y a atacar embarcaciones que la administración de Trump afirma que traficaban drogas desde Venezuela.
Para reducir el riesgo de ser traicionado, Maduro también ha ampliado el papel de los guardaespaldas cubanos en su equipo de seguridad personal y ha incorporado más oficiales de contrainteligencia cubanos al ejército venezolano, indicó una de las fuentes.
Sin embargo, en público, Maduro ha intentado minimizar las amenazas de Washington, mostrándose relajado y despreocupado, haciéndose presente en actos públicos sin previo aviso, bailando y publicando videos propagandísticos en TikTok.
El dictador chavista ha cambiado su rutina, teléfonos y lugares de descanso, y ha delegado responsabilidades clave de su protección en agentes de inteligencia de La Habana (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)
Las siete personas cercanas al gobierno entrevistadas para este artículo pidieron el anonimato por temor a represalias o porque no estaban autorizadas a hablar con la prensa. El Ministerio de Comunicación de Venezuela, responsable de las consultas de medios, no respondió a la solicitud de comentarios sobre el artículo.
La administración Trump ha acusado a Maduro de liderar un “cártel narcoterrorista” que inunda a Estados Unidos de drogas, una narrativa que, según muchos funcionarios actuales y anteriores en Washington, busca en última instancia un cambio de régimen. Sin embargo, Trump ha combinado esas amenazas con menciones a una posible solución diplomática. Él y Maduro conversaron por teléfono el mes pasado para discutir una posible reunión.
The New York Times informó que, a inicios de año, enviados de Maduro y de Trump discutieron bajo qué condiciones el líder venezolano, que perdió las elecciones presidenciales el año pasado pero desconoció los resultados, podría dejar el poder. Esas conversaciones no llegaron a un acuerdo, lo que llevó al gobierno estadounidense a incrementar la presión militar.
Ante el empeoramiento de la crisis, Maduro se ha dirigido casi a diario al pueblo venezolano, manteniendo una intensa campaña de comunicación que ha caracterizado su mandato en los últimos años. Sin embargo, ha reducido su presencia en eventos programados y transmisiones en vivo, optando por apariciones públicas espontáneas y mensajes grabados.
“Lunes — fiesta; martes — fiesta; miércoles, jueves, viernes — doble fiesta; sábado — triple fiesta; domingo — fiesta relajada”, dijo Maduro el lunes durante una aparición sorpresa en un mitin en Caracas, cuyo recorrido se modificó poco antes de su llegada.
“¡Fiesta mientras el cuerpo aguante!”, exclamó antes de bailar sobre una melodía electrónica. “No a la guerra; paz”, repetía en bucle su voz sobre los bajos.
Un francotirador custodiaba el escenario.
Para Maduro, de 63 años, el enfrentamiento con la armada estadounidense en el Caribe representa solo el último desafío de una gestión marcada por la crisis. Ex activista comunista, conductor de autobús, sindicalista y canciller, Maduro ha enfrentado desde que asumió en 2013 tras la muerte de su mentor Hugo Chávez, constantes crisis, mayormente autoinfligidas.
En ese entonces, opositores y analistas pronosticaron que el rudo y pesado Maduro sería desalojado rápidamente del palacio de gobierno. Su estilo de comunicación, ajeno a los militares, era considerado poco apto para suceder al carismático Chávez, ex comandante de tanques y populista, venerado incluso entre militares que controlan el poder real en Venezuela.
Sus críticos lo apodaron “Maburro”, juego de palabras con “burro”. Entre sus tropezones virales están sacar una empanada de su escritorio y darle un mordisco en plena crisis alimentaria nacional, recibir un mango lanzado por una mujer (“Mangocidio”, inmortalizado en el folclore) y leer al aire un mensaje de un televidente que decía: “Nicolás Maduro, mámala”.
Para Maduro, de 63 años, el enfrentamiento con la armada estadounidense en el Caribe representa solo el último desafío de una gestión marcada por la crisis
Esos errores mediáticos ocultaban su instinto político. Desde que asumió, Maduro ha sobrevivido al colapso del 70% del PBI per cápita, varias oleadas de protestas, intentos de golpe y derrotas electorales. También resistió un intento previo de Trump de removerlo.
En 2019, la administración Trump lanzó una campaña de “máxima presión” para ganarse al electorado latino de Florida. Reconoció a un líder opositor como presidente, impuso duras sanciones y buscó asfixiar económicamente al chavismo.
Maduro se sostuvo en el poder mediante represión letal, dádivas, desprecio por la legalidad y una aguda percepción de los equilibrios del poder, reconocida incluso por adversarios.
Tras la muerte de Chávez en 2013, recurrió a tácticas estalinistas para consolidarse en el movimiento chavista: primero se alineó con los duros para derrocar a los moderados que pedían flexibilización económica; años después, usó la excusa de las sanciones para implementar esas mismas reformas y desplazar a los leales a Chávez.
La supervivencia política de Maduro ha tenido costos profundos para la democracia en Venezuela. A medida que su popularidad caía, aceleró el desmantelamiento de normas democráticas iniciado por Chávez. Eliminó la prensa independiente, criminalizó a la sociedad civil y prohibió rivales. Redobló la represión policial y militar en los barrios populares.

Represión en Venezuela
El año pasado cruzó la última frontera democrática, ignorando un resultado electoral que lo dejó casi 40 puntos detrás. Sus años como sindicalista le enseñaron a tejer alianzas y cambiar favores, formando coaliciones sobre amenazas y conveniencias. “Es un operador político compulsivo”, afirmó Andrés Izarra, ex ministro y ex alto cargo chavista hoy exiliado.
“Juega con las reglas crudas del sindicalismo corrupto, reglas similares a las de la mafia”.
Para compensar sus débiles lazos militares, Maduro delegó gran parte de la economía a los generales: minas, empresas petroleras y de comercio exterior pasaron a su control. Ese canje de lealtad por riqueza llevó a tolerar el narcotráfico entre oficiales, aunque no hay evidencias de que Maduro encabece un cartel, como sostiene la administración Trump.
En las últimas semanas, Trump combinó una retórica beligerante con insinuaciones de negociar con Maduro. En la primavera pasada, enviados de ambos discutieron la posibilidad de que Maduro dejara el poder antes del final del mandato de Trump en 2029, según otras cuatro fuentes que pidieron anonimato.
Una de las opciones incluía un referendo revocatorio a partir de 2027, constitucional en Venezuela. Si Maduro perdía, su vice asumiría temporalmente y convocaría a elecciones. Las negociaciones no prosperaron y cualquier pacto podría romperse fácilmente.
Maduro—que bloqueó la revocatoria en 2016 usando la justicia y el consejo electoral—sabía que un trato aliviaría la presión inmediata, pero no resolvería su crisis de legitimidad producto del fraude de la última elección.
“El mayor problema que enfrentan es el de legitimidad”, sentenció Izarra. “Viven en la negación total de que el país los rechaza”.
La crisis política y social, agrega, persistirá incluso si los buques estadounidenses abandonan las costas venezolanas.