El 2025 dejó a Oriente Petrolero atrapado en una crisis prolongada. Problemas económicos, vaivenes dirigenciales y un rendimiento deportivo pobre marcaron otro año lejos de la grandeza que históricamente identifica al club albiverde.
Por Pedro Rivero de Ugarte
Fuente: diez.bo
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El cierre del 2025 vuelve a encontrar a Oriente Petrolero sumido en un escenario preocupante. Lejos de ser un año de reconstrucción, la temporada expuso nuevamente las debilidades estructurales de una institución que no logra estabilizarse ni dentro ni fuera de la cancha, profundizando una crisis que parece no tener fin.
En lo deportivo, el equipo quedó fuera de toda competencia internacional por tercer año consecutivo. Un dato que resume el retroceso de un club acostumbrado a pelear títulos y protagonismo continental, pero que hoy transita campeonatos con objetivos cada vez más modestos y alejados de su historia.
La tabla final fue un reflejo fiel del desorden. Oriente terminó en el puesto 12 entre 16 equipos, con apenas 33 puntos, sin acercarse a los puestos de clasificación internacional. Una campaña marcada por la irregularidad, con rendimientos intermitentes y una falta de identidad futbolística que se hizo evidente fecha tras fecha.
Uno de los factores que más incidió en el bajo rendimiento fue la inestabilidad en el banco. Cinco entrenadores pasaron por la dirección técnica a lo largo del año, una cifra que habla de improvisación y ausencia de planificación. Cada cambio fue un intento desesperado por corregir el rumbo, pero ninguno logró sostener un proyecto competitivo.
En el plano dirigencial, el club tampoco encontró calma. Durante varios meses, Mary Cruz Aguilar asumió la presidencia de manera interina, mientras que Gustavo Gutiérrez, entonces secretario general, terminó siendo la figura visible en la toma de decisiones. La conducción transitoria evidenció un vacío de poder que profundizó el desgaste institucional.
El retorno de Ronald Raldes a la presidencia marcó otro capítulo polémico del año. Su vuelta generó rechazo en un sector importante de la hinchada, cansada de promesas incumplidas y resultados adversos. Aunque su discurso apuntó a ordenar la casa, hasta el cierre de la temporada no se percibieron cambios concretos que inviten al optimismo.
Lejos de tratarse de una crisis reciente, el presente de Oriente es consecuencia de varios años de malas decisiones. Temporadas consecutivas sin protagonismo, posiciones relegadas en la tabla y constantes conflictos internos han convertido la inestabilidad en una rutina difícil de romper.
El escenario actual exige una reestructuración profunda. No solo en lo deportivo, sino también en lo económico, dirigencial e institucional. Oriente necesita recuperar credibilidad, ordenar sus finanzas y apostar por un proyecto serio que trascienda los parches de corto plazo.
En medio de este panorama, la hinchada sigue siendo el sostén emocional del club. A pesar de la frustración y el desencanto, acompaña cada fin de semana con la esperanza intacta de ver renacer al equipo de sus amores. Esa fidelidad, inquebrantable incluso en los peores momentos, debería ser el punto de partida para un cambio real. Porque Oriente no puede seguir hipotecando su historia.

