Poder y pueblo, el círculo de los excesos


 

Este país está sobregirado en unas cosas, y es incompleto en otras. Este es un país donde los ciudadanos protestan coléricos, pero luego aceptan subordinados; se resignan sumisos. y terminan domados.



La Amenaza y la persecución, el chantaje y el acoso, el estigma de la discriminación; se hizo estragos a la democracia; las minorías vivieron en un entorno incierto y hostil. Fueron tiempos impregnados por exceso de poder, la euforia populista que ondeaba el azul rutilante, impuso el lenguaje de la violencia: lo importante fue sojuzgar.

A pesar de la experiencia ingrata, las lecciones aprendidas por la ciudadanía, son insuficientes; seguramente por eso, la comunidad boliviana —de buenas a primeras— se involucra en toda forma de excesos: los comete asiduamente, y de igual manera los soporta. ¿El hombre se vuelve excesivo por un accidente de la naturaleza, o bien su naturaleza es paradójicamente excesiva? (1). Las revoluciones cruentas, los golpes de Estado, las conmociones sociales. Las protestas, por motivos políticos, son sucesos plagados de esa “excesividad” que desborda las estructuras de control normativo, y el nivel convencional.

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De hecho, bloquear los caminos, perturbar el tráfico en las calles, son impulsiones de juntas vecinales, poblaciones revoltosas, o de sindicatos: sitiar las ciudades, arrojar piedras, cachorros de dinamita, balines y balas; incendiar edificios… “No buscan soluciones, pues no tendrían razones para marchar”.

Considerando que el nuevo gobierno necesita estabilidad, tendrá que evitar excesos políticos; pues cada día que pasa, se observa crecer el interés de que se reinstalen a nombre de los derechos manoseados: ¡la protesta y la libertad de expresión!

No son buenos los excesos, se dice; pero pronto se contradice ante el uso excedido de la fuerza policial; “la seguridad del Estado, el orden social corre peligro”, se justifica. De tanta práctica de unos y otros, se restablece la cultura del exceso, cuyo ruido provoca disturbio y pelea.

Esa es la misión, por ejemplo, del sindicatero faccioso, para quien no hay mejor placer que el exceso que incita a la rebelión.  El insaciable de excesos sobrevive cuando existe transgresión; se trate de un político defraudado que profesa la anarquía, y también del ególatra presumido; buscan que se enturbien las relaciones sociales para afirmar que la causa son los excesos de los otros y, por tanto, corresponde organizar paros y marchas, “pacificas”. Sin embargo, el objetivo es provocar el “desmadre”, con sus acciones exageradas.

 El exceso, como problema actual, tiene un enfoque de análisis sobre la exageración como la raíz de muchos problemas sociales y psicológicos de hoy en día. En varios países de Latinoamérica se encuentran ejemplos de cómo “… todo ha sido llevado al límite de la excesividad, y allí se ha producido el problema para la propia humanidad que podría llevarle al desastre”. (1)

Se avisora un tiempo de excesos; no solo se trata de gobernabilidad en las calles; esos sujetos, promotores del desorden, iniciarán su trabajo pretextando un hecho circunstancial, o anuncio de poca importancia. Decir esto no tiene interés negativo, lo malo sería cerrar los ojos ante un peligro real e inminente.

(1) “Teoría del exceso”. Jesús Camarero. Ed. Renacimiento, abril 2025.

Mario Malpartida

Periodista