
Raúl Peñaranda Undurraga (La Paz, 1966) es uno de los periodistas de más larga trayectoria en el medio comunicacional boliviano. Trabajó en varios medios de información y fundó y dirigió dos periódicos, Página Siete y Brújula Digital. Si durante los próximos años continúa dedicado a los medios, Peñaranda cumplirá en 2029 cuatro décadas en el periodismo. Pero antes de llegar a ese hito decidió reunir en un libro los artículos más relevantes de su vida periodística.
El libro titula Tinta indeleble: 35 años de escritos periodísticos 1990-2025 (Plural, 2025), está dividido en ocho secciones y reúne crónicas, reportajes, entrevistas, testimonios, perfiles y columnas de opinión escritos en diferentes épocas y contextos. El autor procuró que los textos escogidos sean atemporales o no susceptibles al paso del tiempo, que suele aniquilar la vigencia de miles o millones de textos periodísticos en todas partes. En esta entrevista, el periodista me cuenta sobre el libro publicado y sobre otros aspectos del oficio periodístico.
¿En qué medios se publicaron los textos que reúnes en tu libro Tinta indeleble?
En muchos. Los primeros, que son del año 90, se publicaban en diferentes medios de la región, pues yo trabajaba por ese entonces en Associated Press. Luego seguí trabajando en otros medios más. Entonces, cada texto también refleja en qué momento de mi carrera y en qué medio estaba.
Desde el punto de vista metodológico-estilístico, ¿cómo distingues un reportaje de una crónica?
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El reportaje lo asocio más con el trabajo de campo, con estar en el terreno y hacer la pesquisa. El límite entre la crónica y el reportaje puede ser delgado. Pero identifico el reportaje en función de si estuve o no en el lugar de lo investigado: la visita de un lugar, el trabajo de campo, cuando no fue un trabajo netamente de escritorio…
En el caso de las columnas de opinión, que suelen ser sobre hechos concretos e inmediatos, ¿cómo hiciste la selección para el libro?
En ese tiempo, cuando las escribí (entre 1998 y 2000), trabajaba en La Razón, y los temas de las columnas no debían ser de coyuntura, sino más bien de temas no coyunturales, pues a la vez (junto con Robert Brockmann) debía escribir los editoriales. Entonces, el director nos pidió no escribir columnas sobre temas coyunturales, pues si no la gente hubiera notado mi línea o tendencia, tanto si la columna coincidía o difería del editorial del periódico. Entonces, las columnas eran de temas atemporales.
En el libro pusiste una entrevista con Mario Vargas Llosa. Me imagino que esa entrevista representó un acontecimiento en tu vida de periodista…
Fue un total acontecimiento. Soy admirador de Vargas Llosa, leí todas sus obras y tenía una ilusión grande de conocerlo. Óscar Ortiz era senador en ese tiempo e invitó a Vargas Llosa a Santa Cruz a dar una conferencia, y me dio el privilegio de hacerle la única entrevista que dio el escritor en el país; fue un privilegio, una cosa increíble. Duró más o menos una hora, y de no haber sido porque tenía un vuelo que tomar, creo que él se hubiera quedado charlando… una cosa increíble. Él me seguía hablando y yo estaba más que feliz. Pero entró a la habitación Patricia, su mujer, y le dijo que ya debían irse. Mario tenía muy buenos recuerdos de Bolivia y para mí esa hora con él fue un momento alto de mi carrera. Todavía me acuerdo bien cómo fue. Me habló de Raúl Salmón, de cómo lo había conocido…; todo está ahí en la entrevista transcrita.
¿Y cómo fue tu encuentro con Gabriel García Márquez, el cual narraste en una crónica que también está en el libro?
Coincidí con él durante un curso que hacía yo. Increíblemente terminé en un salón de fiestas en Monterrey, en México, y García Márquez estaba en la mesa que estaba al lado de la mía. Haber estado con él en esos días fue increíble. Los dos, Vargas Llosa y García Márquez, fueron modestos. Vargas Llosa, por ejemplo, me dijo que lo único que lo incomodaba era que le digan “maestro” (pues así me dirigía a él). Igual García Márquez. Los dos fueron muy modestos.
¿Cómo fue la entrevista que le hiciste a Evo Morales, un día a las 5 de la mañana? ¿Qué recuerdas de eso?
Fue también interesante. Nos citó un día antes (fue una entrevista colectiva, de tres o cuatro periodistas); nos dijo que tenía solo media hora y nos dio la opción de ir a las cinco de la mañana del día siguiente para tener más tiempo para hablar. Aceptamos ir a esa hora, al día siguiente. Le estaban haciendo fisioterapia porque recién le habían operado la rodilla. Pasó media hora en una camilla respondiendo a la entrevista, mientras le hacían sus cosas en la rodilla. Luego pasamos a un salón anexo en la casa presidencial de San Jorge. Evo todavía estaba en un momento de mucha popularidad y le interesaba hablar con nosotros, que éramos de Página Siete. Fue una entrevista interesante, distinta. Seguramente no hubo muchas entrevistas con el entrevistado en una camilla. Fue extensa e importante, dijo cosas importantes. Creo que esa entrevista tiene un valor para los historiadores del futuro.
Hay crónicas sobre Jerusalén, Senegal y la Muralla China. ¿Cómo fue hacer ese periodismo sobre lugares lejanos?
Son viajes importantes sobre momentos importantes. A Senegal fui y fue la primera y única vez que estuve en África; siempre había querido ir al África. Y Jerusalén me causó mucho impacto emocional; también el pesar y el sufrimiento de los palestinos me causaron conmoción.
La parte del libro “Proceso de Cumbia” tiene un tono crítico, por tu posición política. ¿Fueron cambiando tus opiniones sobre el llamado Proceso de Cambio?
Sí. Tal vez podríamos hallar un arco. La primera nota es de 2010, y en ese tiempo mi posición era mucho más neutra; se fue haciendo crítica con el paso de los años. Entonces, quizá podríamos ver una evolución. Le puse “Proceso de Cumbia” porque no sabía cómo llamar ese capítulo: ¿“20 años”? ¿“Evo”? No: Proceso de Cumbia.
¿Qué significado personal tiene para ti la crónica-reportaje sobre Ryszard KapuÅ›ciÅ„ski?
Ahí, como dice el Papirri, tal vez debía haber comenzado por el final; es decir, diciendo que la carta que me escribió fue probablemente la última que KapuÅ›ciÅ„ski escribió; fue una carta para que yo postulara a una beca. Antes, te cuento una anécdota… La otra carta para la postulación me la dio Joseph Stiglitz, el Nobel de Economía… Cuando llegó, yo también tuve una entrevista exclusiva con él. Tuvimos una buena conexión. Luego terminé en la limosina que le puso la Cancillería para invitados especiales. Estaba yo en la parte de atrás del auto, junto con Stiglitz y su mujer, rumbo a Obrajes, donde se le daría un reconocimiento. Era muy lento el tráfico y el Nobel me hacía preguntas sobre economía y yo, dentro de mí, quería que eso terminara porque sería atroz (ríe).
Pero volviendo a KapuÅ›ciÅ„ski… Lo conocí en un curso-taller y él escribió una carta el 10 de noviembre de 2006, respondiendo a una solicitud que le hice para que me ayudara a conseguir una beca en Harvard, que finalmente obtuve. Yo siempre quise pensar que esa, la que me mandó, fue la última carta que KapuÅ›ciÅ„ski escribió, pues en diciembre se puso mal, su salud decayó; tenía un tumor en el páncreas y se internó. Y murió el 23 de enero. O sea, la última carta de KapuÅ›ciÅ„ski podía haber sido esa que me mandó y eso me pareció una bonita anécdota para el libro.
La sección “Naturaleza” reúne textos sobre medioambiente… ¿Tienes esa causa como periodista, la de defender el medioambiente?
La tengo. En una crónica de esa sección hago un viaje al pasado. Averigüé posibles nombres de Tiwanaku y describí la realidad de hace unos mil años; entonces llegan los españoles y deforestan, pues necesitaban mucha madera para la minería. La reflexión está en pensar en la pena que causa la pérdida medioambiental. El altiplano era un bosque de keñuas. Entonces mi crónica va al pasado y dos personajes se encuentran con dos mujeres tiwanakotas y describo cómo vestían y cómo era su ropa, qué cosas tenía su ropa, para imaginarnos qué cosas y productos había entonces. Después desaparece mucho de todo eso y lamentablemente se pierde esa riqueza medioambiental.
En Escape a los Andes se ve tu gusto por la historia. ¿Hay algo de ese gusto o afición en este libro de crónicas y reportajes?
Creo que no mucho porque el periodismo es muy del momento actual. En lo de Hiroshima sí, porque tiene que ver con lo de la bomba del 45. Esa crónica sí podría tener un matiz histórico…
¿Cómo haces el trabajo de investigación para los reportajes?
Hice el reportaje del MRTA, de la toma de la embajada en Lima, el 94. Fue el primer libro que se hizo sobre ese tema. Después hubo muchos libros más. Y lo hice investigando, leyendo, tomando notas, recopilando datos, con mi libreta, mis apuntes y mis grabaciones.
¿Cuál es el público o el objeto de este libro de selección de artículos de toda tu vida periodística?
El libro es para el público en general. Hice la selección para que sea una lectura amena y para que tenga un sentido. Un libro de compilación es no más un poco de ego: “Miren lo que escribí antes”. Pero el ego no es suficiente, pues si hay textos que son ilegibles ahora, el libro no se leerá. Mi idea era que el libro se lea porque tiene vigencia. Además, Tinta indeleble tiene una característica literaria: buen porcentaje de los textos son de periodismo narrativo.
¿Cuáles son tus preferencias de lector o tus géneros preferidos?
Dejé de leer novela, y antes la leía mucho. Ahora, ensayos y temas políticos o sociológicos.
¿Cómo fue el proceso de selección de los artículos del libro? ¿Cómo te animaste a hacerlo?
En la pandemia, en 2020, ya tenía pensado hacer el libro. Se iba a llamar “30 años de escritos periodísticos” o algo así, y resultó que pasaron cinco años más hasta que se hizo recién ahora; entonces, el proceso estuvo encontrar en mi computadora los textos. Además, mi madre tuvo la buena idea de recortar mis artículos y colocarlos en cartapacios de palanca. Si ella no hubiera hecho eso, encontrarlos hubiera sido imposible. Cuando llegó el internet, dejó de hacer eso. Algunas cosas no las pude encontrar porque estaban en Página Siete, y otras porque estaban en La Época, y se borraron… una pena. Luego, la tarea estuvo en agrupar. Los dos textos más largos que escribí, que son dos libros breves, uno sobre el MRTA y otro que es sorbe el terremoto de Aiquile, no los puse íntegros, sino solo en fragmentos.
¿Cuál es tu mirada sobre el periodismo en la actualidad y el cierre de Página Siete?
Cada vez hay menos periodismo de formato extenso porque las redes privilegian lo inmediato o los textos cortos. Cada vez hay menos espacios para escribir textos largos. Aunque, curiosamente, en los portales no hay límite para escribir cosas largas. Es la paradoja. Si siempre el periodismo fue fugaz y coyuntural, ahora lo es más. Los ciclos noticiosos, cuando yo era joven, duraban 24 horas. Las primicias ahora duran 10 o 15 minutos; cuando sacas algo, el otro colega ya lo copia. Entonces eso que había antes ya terminó. Los ciclos son de unos cinco minutos. Y bueno, el cierre de Página Siete fue realmente una cosa trágica; yo lo sentí casi como si hubiera muerto una persona… Me impactó mucho y me causó mucha pena, mucha frustración; ¿podríamos haberlo salvado? Una pena.
¿Y sobre el periodismo cultural…?
Ahora tiene pocos espacios en general, aunque hay algunos lugares donde todavía se publican cosas muy interesantes.
¿Tienes algún proyecto literario futuro?
Sí, aunque requerirá más tiempo y nuestro oficio de periodistas… tú sabes cómo es… Pero quiero hacer una novela histórica sobre Casimiro Olañeta y cuyo título sea precisamente Olañeta… Quisiera reflejar todo lo que fue él. Una novela tal vez más encomiástica que crítica, sin dejar de lado los claroscuros. Pero quizá rescatando más los claros. Tengo ya algo de material histórico y quisiera documentarme bien sobre cómo era la comida, a qué hora se comía, cómo se cocinaba en Sucre y Potosí a comienzos del siglo XIX, sobre todo eso… para describir bien la vida de Olañeta.
¿Cuál es tu rutina de escritura? ¿Te cuesta o no escribir?
Escribo en las noches, lo cual es a veces un problema, pues mi pareja a veces me pide ver una película o charlar y yo no puedo porque estoy escribiendo. En el día, lamentablemente, no puedo escribir porque no puedo desconectarme de las noticias del momento. Así que me cuesta escribir. Y lo más desafiante fue escribir Escape a los Andes porque había demasiada información sobre la temática; a veces, Robert [Brockmann] y yo creímos que sería una montaña difícil de subir. Muchas veces, el cronista de historia tiene el problema de la escasez de información, pero en este caso había demasiada. Fuimos al archivo de El Alto y hallamos todavía más. Terminamos sepultados de papeles. Cuando comenzaba un capítulo, me costaba y luego se hacía algo más fácil; tenía el síndrome de la página en blanco. Robert me enviaba sus capítulos y yo le enviaba los míos, y él los editaba… Además, había que uniformar estilos; todos los que escribimos tenemos estilo y muletillas; eso, en efecto, había que pulirlo. Algunos identificaron qué cosa fue escrita por Robert o por mí, pero nosotros mantuvimos silencio sobre ello, porque es un libro de ambos.
¿Cómo le fue a Escape a los Andes en cuanto a ventas?
Fue editado por una editorial internacional y las ventas fueron buenas. Cada seis meses nos pagan regalías. Creo que, en todo el continente, en cinco países de la región, se vendieron como 6 mil ejemplares. Otro es el caso en Bolivia. Pero con mi libro Control remoto sí gané harto dinero porque se vendía a buen precio para lo delgadito que era. ¡Se vendieron aproximadamente 7 mil ejemplares! Lo imprimí yo mismo, sin editorial, de forma totalmente independiente, porque mi editor me dijo que si imprimía la obra iba a ganarse represalias, y avergonzado de dio el CD con el libro y me recomendó una imprenta. Más bien no me cobró el diseño. Y se vendió muy bien. ¡Imagina, se vendía tanto que la imprenta tenía que trabajar casi al ritmo de la venta! Hubo dos ediciones piratas, las cuales compré, una en la tercera edición y otra en la sexta; son reconocibles, pues son como fotocopias. El libro está en mi página web y algunos catedráticos lo descargan y lo dan a sus alumnos.
¿Qué porcentaje crees que reúne Tinta indeleble de todo lo que escribiste en tu vida periodística?
Escribí más de 15 mil piezas periodísticas. Cada día escribo de 3 a 5 notas noticiosas; de todo eso, nada valió para este libro. Tinta indeleble, por tanto, debe reunir un uno por ciento de toda mi producción periodística.
¿No sientes una saturación personal por seguir las noticias del día y escribir tantas notas coyunturales?
Sí, me satura. Por eso Tinta indeleble fue como un cierre de ciclo. Y mi postulación al TSE también fue como el cierre de un ciclo de mi vida. Pero sí, efectivamente, me satura.