Los vientos de cambio que hoy recorren nuestro país muestran una tendencia clara e ineludible: la necesidad de una renovación política, el surgimiento de liderazgos emergentes y la consolidación de una verdadera pluralidad política.
La pluralidad política es un principio democrático fundamental. Reconoce y valora la coexistencia de múltiples ideas, intereses, valores y grupos sociales dentro de una sociedad, entendiéndolos como una fortaleza y no como una debilidad. Este principio promueve el debate, la competencia de visiones y la convivencia pacífica en la esfera pública, sustentadas en la libertad de expresión, asociación y participación electoral, sin que ninguna ideología o grupo pretenda monopolizar el poder o la verdad. El consenso, en este marco, se construye desde el respeto mutuo y el compromiso con el bien común.
Desde esta perspectiva, los candidatos que se preparan para las próximas elecciones subnacionales cometen un grave error si creen que será suficiente recurrir a las viejas prácticas de la política tradicional. La ciudadanía ya conoce el libreto: campañas cargadas de promesas, discursos bien elaborados y una imagen cuidadosamente construida, que se desvanece una vez alcanzado el poder. Luego, como ha ocurrido reiteradamente, reaparecen los males estructurales de nuestra política: la corrupción generalizada, el enriquecimiento ilícito y el vergonzoso nepotismo.
No es posible ignorar que, durante más de 70 años, distintos gobiernos y corrientes ideológicas, amparados en supuestas acciones en favor de la nación, han terminado beneficiando intereses personales y de grupo, postergando sistemáticamente las legítimas aspiraciones de las grandes mayorías. Esta práctica ha erosionado la confianza ciudadana y profundizado las brechas sociales.
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Se ha insistido, con razón, en que uno de los peores enemigos de Bolivia es la pobreza. Sin embargo, resulta paradójico que, siendo uno de los países más ricos en recursos naturales, mantengamos elevados índices de pobreza y desigualdad. Esto evidencia que el problema no radica únicamente en la falta de recursos, sino en la mala gestión, la ausencia de visión de país y la captura del Estado por intereses particulares.
En este contexto, la ciudadanía aspira ,y exige con todo derecho, el surgimiento de una nueva generación de líderes políticos, con una visión distinta, ética pública sólida, compromiso real con la pluralidad democrática y capacidad para anteponer el interés colectivo por encima de cualquier ambición personal. La renovación política ya no es una opción: es una necesidad histórica.
Fernando Crespo Lijeron
