Un mes de poder: luces, sombras y giros del Gobierno de Rodrigo Paz


En treinta días, el mandatario transformó la escena política con gestos simbólicos, decisiones urgentes, tensiones internas y revelaciones de corrupción que estremecieron al país. Una crónica del poder naciente y sus grandes desafíos.

Por César del Castillo



Fuente: eldeber.com.bo

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El primer mes de gobierno de Rodrigo Paz Pereira tuvo la textura de un vendaval político. No solo por la sucesión acelerada de actos, decisiones y anuncios, sino por el intento deliberado de instalar un nuevo lenguaje del poder en un país cansado del derrumbe institucional.

El 8 de noviembre, cuando juró como presidente ante delegaciones internacionales y cinco mandatarios, se dio inicio a un tiempo nuevo que venía cargado de promesas y advertencias. El tono estaba marcado: se acababa la larga hegemonía del MAS y comenzaba un ciclo que aspiraba a limpiar, ordenar y reconstruir un Estado que el propio mandatario describiría días después como “Estado Tranca», en tiempo de campaña y

«Estado cloaca” en los días siguientes.

Ese mismo día, en su primer mensaje, lanzó una frase que rebotó en toda la estructura del sector hidrocarburos: “Gasolina y diésel ya están garantizados: cuidado YPFB, no sean traidores a la patria. “

En pocas horas, la noticia se convirtió en la primera señal de un estilo de gobierno que pretendía combinar urgencia, decisión y vigilancia. Era más que un anuncio logístico. Era una interpelación directa sobre la estatal petrolera y sobre las redes internas que, como pronto revelaría, venían desviando combustible y debilitando al país desde dentro.

En los primeros días también tomó forma el gabinete. Su composición equilibraba técnicos y políticos, reflejando la necesidad de gobernar con solvencia sin romper los compromisos de campaña. Pero la armonía duró poco. Muy pronto, el ministro de Justicia cayó abruptamente, envuelto en cuestionamientos éticos.

La salida temprana evidenció que la cruzada contra la corrupción no sería un ejercicio retórico y que el gabinete debía sostener estándares más altos que los que habían marcado la era previa.

La tensión política también se materializó en la relación con el vicepresidente Edmand Lara. Este cuestionó públicamente el alcance económico de algunas decisiones del Ejecutivo, lo que dejó entrever divergencias sobre la ruta fiscal y tributaria.

En Bolivia, donde la fragmentación del poder es una experiencia recurrente, cualquier desacuerdo entre presidente y vicepresidente adquiere resonancia. El episodio dejó la impresión de que el mando se ejercía, pero no sin resistencia interna.

La frase que marcó el punto más alto del primer mes llegó el 13 de noviembre, durante la posesión del nuevo directorio del Banco Central: “Esto es una cloaca, de dimensiones extraordinarias… lo que nos han dejado no tiene ni el valor de llamarlo estado tranca.”

Con esas palabras, Paz sintetizó la percepción generalizada de un Estado corroído. La metáfora era brutal, pero eficaz. Evocaba, como en los diálogos de Platón, la necesidad de descender al sótano de la República para comprender la magnitud del deterioro antes de emprender la reforma. Y, como en Aristóteles, implicaba que la virtud política comienza reconociendo la verdad, aun cuando esta sea amarga.

A partir de esa constatación vino “la autopsia al Estado”. Se lanzaron auditorías exhaustivas, se redujo el tamaño del gabinete, se fusionaron ministerios y se eliminaron unidades descentralizadas dentro de un plan de austeridad que prometía hacer más con menos.

El nuevo Ministerio de la Presidencia, reforzado como centro de coordinación, asumió el papel de “cerebro estratégico” que el mandatario buscaba instalar para evitar la dispersión institucional que había caracterizado a los últimos años.

Los hallazgos en YPFB fueron un capítulo aparte. Desde desvíos de cisternas hasta mafias operando con mecanismos internos, el mandatario insistió en que parte de la crisis de combustibles no se explicaba solo por la falta de dólares, sino por un entramado delictivo que lucraba con la subvención. Advirtió que quienes se robaban combustible “mientras los bolivianos hacían filas” serían procesados y encarcelados.

Las investigaciones derivaron en allanamientos, detenciones y cambios de mando, generando la sensación de que había empezado una purga interna en la estatal.

En lo económico, el mensaje fue igual de severo. El Gobierno habló de un “robo acumulado” y reveló que la situación fiscal era más frágil de lo imaginado.

Las reservas internacionales estaban en niveles críticos y el déficit exigía renegociar la arquitectura presupuestaria. Frente a ese cuadro, el Ejecutivo comenzó a publicar el gasto diario del Estado, mostrando cifras que reforzaban su argumento: la subvención a combustibles se devoraba el presupuesto más rápido que cualquier otra variable de gasto público.

La promesa de eliminar cuatro impuestos —el ITF, el IGF, el IJ y el IPE— se inscribió en ese marco. Fue una señal política a empresarios y clase media, un intento de mostrar que la presión tributaria debía aliviarse para reactivar la economía.

Sin embargo, a fin de mes aún no se había enviado ningún proyecto de ley a la Asamblea. La distancia entre el anuncio y la formalización normativa abrió cuestionamientos sobre la capacidad del Ejecutivo para convertir la narrativa en acción legislativa. Y desde Achira, el vicepresidente Lara criticó que la reducción de impuestos beneficiaba principalmente a los más acomodados, dejando al descubierto una fisura ideológica dentro del propio binomio.

En el plano internacional, el Gobierno buscó marcar un quiebre definitivo con el aislamiento de los años previos. Con la frase “Bolivia se abre al mundo y el mundo mira a Bolivia”, se intentó instalar la idea de un retorno al escenario global.

Esa apertura incluyó gestiones con organismos multilaterales, flexibilización de trámites, revisión de normas y un rediseño diplomático para recuperar credibilidad. En un país urgido de financiamiento y nuevos mercados, el discurso exterior se volvió una herramienta de estabilización política y económica.

Las primeras semanas también estuvieron cargadas de actos simbólicos. Paz recorrió mercados, visitó instituciones, dialogó con sectores sociales y caminó entre oficinas y centros de servicio como gesto de proximidad.

Esos movimientos buscaban transmitir que el poder debía volver a “ensuciarse los zapatos”, como insisten ciertos teóricos de la administración pública. Octavio Paz -desde la poesía y la política- ya advertía que el Estado se vuelve humano solo cuando se mezcla con la vida cotidiana. El nuevo presidente pareció asumir esa premisa.

El 17 de noviembre de 2025, una lluvia torrencial de más de seis horas azotó la comunidad de Achira, en el municipio de Samaipata, provocando el desborde de ríos y quebradas, inundaciones, derrumbes y destrucción de viviendas; autoridades municipales confirmaron que al menos seis personas permanecían desaparecidas y estimaron que cerca del 80 % de las viviendas resultaron afectadas.

Caminos quedaron intransitables, servicios eléctricos colapsaron y decenas de familias fueron evacuadas —algunas tuvieron que huir por los techos de sus casas— mientras el municipio declaraba emergencia y solicitaba ayuda del Estado y de organismos de socorro.

El 20 de noviembre de 2025, el presidente restituyó oficialmente la sede de la APDHB a la octogenaria activista Amparo Carvajal, tras dos años de disputa por el inmueble ocupado por una directiva paralela, fiel a Luis Arce.

En un acto conmovedor, en la avenida 6 de Agosto, Paz entregó las llaves y declaró que con ese gesto se empezaba a recuperar la institucionalidad: “La libertad se recupera paso a paso”, afirmó, en referencia a la restitución de derechos y al retorno del espacio para la defensa de DD.HH.

Rodrigo Paz hace equilibrio entre la urgencia económica y una Asamblea Legislativa que no se presenta tan dócil  como quisiera tener un presidente que ganó contundentemente en dos votaciones,  Al cumplir los treinta días, la impresión era dual. Por un lado, un gobierno que arrancaba con ritmo acelerado, frases contundentes, auditorías profundas y anuncios de reforma.

Por otro, tensiones internas, límites fiscales y un aparato estatal todavía atrapado en sus vicios más resistentes. La metáfora del “Estado tranca” seguía intacta, porque desmontarlo requerirá más que discursos: exige técnica, tiempo, alianzas legislativas y una disciplina política que Bolivia no siempre ha logrado sostener.

El primer mes dejó claro que el mandato de Rodrigo Paz Pereira estará marcado por la distancia -o la coherencia- entre lo que dice y lo que logra convertir en norma, política pública o resultado medible. Como planteaba Aristóteles, gobernar es actuar en el punto justo entre la virtud y la prudencia. Como recordaría Platón, la reforma del Estado no empieza en la ley, sino en quienes deben ejecutarla. Y como escribiría Octavio Paz, todo poder es un diálogo con el tiempo.

“Buena imagen presidencial y el logro de una estabilidad aparente”

Juan Pablo Guzmán | Periodista

El primer mes de Gobierno  de Rodrigo Paz Pereira se asemeja al descanso de un personaje literario femenino, que en su sueño se veía a sí misma en un parto que parecía eterno, ya que pese a suaves y constantes contracciones no acababa de dar a luz el bebé que tanto esperaba y en el que había empeñado todos sus esfuerzos durante largo tiempo.

En otras palabras: algunas medidas económicas, una buena imagen presidencial y el logro de una estabilidad aparente, pero pasajera, son apenas leves contracciones políticas del actual Gobierno que , sin embargo, no son suficientes para perfilar lo que será su modelo de gestión, ni tampoco para definir el patrón de desarrollo que seguirá durante su quinquenio al mando del país.

El peligro de ese lentísimo parto es que la prudencia se convierta en un goteo de decisiones que aunque tienen el sano propósito de horadar la roca de la crisis pueden acabar convirtiéndose en una riesgosa inacción que deja al futuro las decisiones que deben tomarse hoy y ya.

Rodrigo y Lara, 30 días después

José Orlando Peralta | Politólogo

La nueva gestión de gobierno se ha destacado por 4 aspectos:

1. Relación Rodrigo–Lara. Ha dado de qué hablar en la esfera pública. La incontinencia verbal de Lara ha entorpecido los primeros días de la luna de miel política. Debe establecerse un límite para evitar mayores conflictos.

2. La provisión de combustibles y el menor precio del dólar han generado certidumbre en gran parte de la población. A pesar de que los problemas económicos estructurales no se han resuelto, la atención a la emergencia provocada por la crisis de combustibles ha permitido al gobierno ganar mayor legitimidad.

3. La imagen internacional positiva ha sido, y continúa siendo, un plus para Rodrigo. Debe aprovecharla al máximo para lograr acuerdos y préstamos estratégicos que permitan enfrentar la crisis económica.

4. Las denuncias de corrupción y Evo. Veinte años de gestión del MAS han reproducido la corrupción. Es monumental. Por donde se mire, huele mal. La situación jurídica de Evo es una asignatura pendiente que debe resolverse. Es una piedra en el zapato para Rodrigo.

La relación con el vicepresidente generó mucha controversia

Sayuri Loza | Historiadora

El gobierno de Paz inició con una inusitada esperanza de parte de la población. Los primeros días de gobierno se caracterizaron por medidas simbólicas como el uso del escudo en lugar de la chacana como marca institucional, la eliminación de solicitud de visas para varios países, el reinicio de relaciones cercanas con Estados Unidos y la llegada de las cisternas cargadas de combustible que había escaseado en las semanas anteriores a la llegada al poder del PDC.

La presencia de Lara significó una serie de controversias que fueron el tema de conversación de la población en más de una oportunidad, pero más allá de eso, la decisión del gobierno de no aplicar las medidas necesarias para detener la crisis inquieta a más de un especialista; la decisión de postergar las medidas hasta marzo permite un respiro político pero puede ser una jugada peligrosa.

El mejor acierto del gobierno: darle nuevos rostros a las altas carteras de Estado, levantar impuestos a la importación de electrodomésticos y otros.

El error más grande: suspender el impuesto a las grandes fortunas: da una mala señal a las masas populares y no representa un avance real en cuanto a la economía.