“Y Dios… creó a la mujer”… y enloqueció a los hombres. La película franco-italiana dirigida por Roger Vadim, que tuvo como personaje central a la jovencísima parisina Brigitte Bardot, se convirtió en un acontecimiento cinematográfico europeo y norteamericano y luego planetario, donde una jovencita de 22 años tenía sus primeros romances, entre inocentes y atrevidos, luciendo una belleza que dejaba pasmado al espectador.
Ella era una señorita de cabello rubio, boca sensual, mirada paralizante y con una figura que excitaba hasta al más despistado. Esa muchachita, luego tan famosa, nació en 1934 y ha fallecido hace pocos días en Saint-Tropez, donde hizo su primera película y donde vivió muchos años.
En 1959, cuando yo cursaba el tercero de secundaria en Santiago de Chile, anunciaron que pasarían “Y Dios…creó a la mujer” en un cine de barrio, el Baquedano, que quedaba en los bajos de Almacenes París, en lo que entonces (no sé si ahora) era la Plaza Italia. El problema para ir a admirar a la Bardot era doble para mí: costaba lo que cuesta corrientemente una entrada al cine, pero yo no tenía ni medio; y, peor todavía, era prohibida para menores de edad.
Si había ingresado al Estadio Nacional a ver el clásico de la Católica y la “U”, encogiéndome y tomado de la mano de un señor gentil que me hacía el favor de pasar por mi padre porque los menores de 10 años no pagaban entrada, cómo no iba a poder estirarme, pararme en puntillas, si ya medía casi lo que hoy y engrosar la voz, para ir a ver a mi niña preciosa, mi ninfa diabólica, a esa francesita de sonrisa cautivadora con la que soñaba y despertaba transpirando. Dos años después empeñé mi mejor frazada para ver a mi tremendo Real Madrid con Di Stéfano y Puskas, que metió un golazo formidable. Pero pasé un invierno de perros sin mi colcha.
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No recuerdo mucho el argumento de la película porque la verdad es que no me interesaba; todo lo llenaba Brigitte con sugerentes movimientos que hacían sospechar lo que escondía debajo de su ropa. La besaban y me daba rabia. Pensaba que esos badulaques que le daban besos, ganaban millones, además. Hasta que un momento de esos se produjo un silencio en el cine y luego un murmullo: Brigitte mostró los pechos. “¡Mírale las tetas!”, me dijo el amigo que estaba a mi lado. Unos jóvenes, que seguramente se habían infiltrado al cine como yo, aullaron.
Cuando regresé a clases conté que le había visto las tetas a la Bardot y no me creían por eso de que la película era para mayores. Me dijeron que era un mentiroso cuenta-cuentos. Tuve que narrarles cómo eran los pechos de la diva y algunos querían que los dibujara en el pizarrón. Creo que provoqué ira de tanta envidia que produje entre mis compañeros. Jamás olvidaré esa tarde de cine en el Baquedano, cuando verle los senos a una mujer en la pantalla, provocaba inquietud, curiosidad maligna y todo acababa en una profunda depresión de impotencia.
Brigitte Bardot fue una mujer deseada, pero que no tuvo una vida escandalosa ni exageradamente disipada, como algunas de sus compañeras de oficio. Amó y fue amada y actuó hasta donde creyó que debió hacerlo. Luego dedicó su vida y parte de su fortuna al cuidado de los animales en extinción o que eran tratados abusivamente, lo que dice mucho del corazón que guardaba. ¡Bendita diosa!
