Cómo un secreto de familia desvelado en el documental de HBO sobre el director desmonta una de sus obsesiones reconocidas: el padre ausente
Durante años, décadas, la figura del padre ausente fue una constante en el cine de Steven Spielberg. Desde aquel hombre que estaba «con Sally en México» en E.T. el extraterrestre (1982) al impostor encarnado por Christopher Walken en Atrápame si puedes (2002), no ha habido un retrato de familia en el que el director más popular del último medio siglo no extrañara esa referencia paterna. Como era de esperar, Spielberg, el documental sobre su vida y obra que ha estrenado HBO esta semana, aborda este tema recurrente en sus películas. Lo que era menos previsible es que lo haría aportando una información que cambia para siempre la forma de ver y entender su filmografía.La historia oficial hasta ahora había sido que sus padres Arnold Spielberg, un talentoso ingeniero electrónico, y Leah Posner, una concertista de piano, se casaron en 1945, tuvieron cuatro hijos –Steven el mayor y único varón– y se divorciaron 20 años después. El día que la pareja se lo contó la reacción del joven Spielberg fue la de señalar a Arnold, un hombre absorbido por su trabajo, de la ruptura. «Mi padre se echó a llorar y yo comencé a gritarle que era un llorica», cuenta en el documental, invocando uno de sus primeros y más personales títulos. «Lo mismo que hacía uno de los hijos del personaje de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase».Sobre música de Schumann e imágenes de una melancólica Leah bailando, Spielberg recuerda cómo su hogar lo invadió la tristeza. Al mismo tiempo, él fue desarrollando un rencor hacia su padre que le acompañó durante la mayor parte de su carrera, y que exorcizaba puntualmente en sus películas. “Nunca le dije que estuviera enfadado ni nos peleamos, pero hice lo mismo que él, convertirme en un adicto al trabajo durante los siguientes 15 años”.El aventurero Indiana Jones en La última cruzada, Tom Cruise en La guerra de los mundos, los hijos del Peter Pan envejecido de Hook, los diferentes protagonistas de la franquicia Parque Jurásico, o el niño perdido interpretado por Christian Bale en El imperio del sol, todos tenían asuntos pendientes con sus respectivos padres. Y el señalado era siempre el mismo: Arnold, el adulto que no pudo contener las lágrimas… pero sí supo guardar un secreto de familia. La verdad era que Leah se había enamorado del mejor amigo de Arnold, Bernie Adler, con el que se fue a vivir poco después de la separación. El padre de Steven, con el corazón roto, prefirió que pensasen que era él quien dejaba a la madre. “Porque era frágil y sigue siéndolo», explica con una serenidad pasmosa Arnold en el documental de HBO. «Pensé que me haría menos daño a mí».Así, durante la parte de su carrera en la que Steven Spielberg consiguió sus mayores éxitos, aquellos que le permitieron convertirse en la verdadera estrella de sus películas y en un reclamo incontestable en la taquilla de todo el mundo, fue dando forma a historias que en la mayoría de las ocasiones gravitaban alrededor de la mencionada figura del padre ausente o, como consecuencia directa,la del niño abandonado a su suerte. Para 1993, el mismo año que aquella niña del abrigo rojo de La lista de Schindler quedaba expuesta a la brutalidad nazi o unos nietos desvalidos buscaban un protector en las instalaciones de Parque Jurásico, algo ya había cambiado para él.A nivel personal, Spielberg había incumplido una de las promesas que se hizo de adolescente: nunca expondría a un hijo suyo a un divorcio. En 1985 se acabó su relación con la actriz Amy Irving, con la que había tenido poco antes a su primer hijo, Max. Durante el rodaje de El templo maldito se enamoró de otra actriz, Kate Capshaw, y con ella acabó formando una nueva y numerosísima familia: cada uno aportaba un hijo de sus relaciones anteriores y juntos tuvieron cinco más. Reconciliado con su herencia judía gracias a Capshaw, que le animó a celebrar una típica boda hebrea como puede verse en el documental, comenzó a atisbar la idea de que el fracaso en un matrimonio no era culpa exclusiva de una persona. Es más, podía abrir la puerta a una nueva oportunidad para ser feliz.Por otro lado, había abierto su filmografía a títulos más «adultos», como él se esforzaba en enfatizar. Sin embargo, ni El color púrpura (1985) ni El imperio del sol (1987) –Always (1989) ha quedado como un expediente X en su carrera; en el documental es la única película de la que ni siquiera se muestran imágenes– habían obtenido la aprobación crítica que Spielberg ansiaba. Había algo en ellas, quizá su pudor a la hora de rodar escenas de sexo y abusos en una historia de esclavitud y patriarcado, o el sentimentalismo que impregnaba la experiencia de un niño superviviente de la 2ª Guerra Mundial, que no certificaba el transito a la madurez del cineasta. Le faltaba por conocer algo fundamental: la mentira sobre la que había construido su relato biográfico.En 1995 murió Bernie Adler, el padrastro de Steven, a los 75 años. No estaba directamente relacionado, pero alrededor de esa época se produjo un acercamiento entre Arnold y su hijo, que culminó con Salvar al soldado Ryan (1998), la película con la que Spielberg homenajeó a su padre y los amigos que combatieron a su lado en la 2ª Guerra Mundial. Por primera vez recordó que en algún momento la había mirado como a un héroe. Y también por primera vez Arnold sintió el cariño al que había renunciado para proteger a la madre de sus hijos. Steven dedicó el Oscar que ganó como mejor director a su padre. El anterior lo había recogido por La lista de Schindler cinco años antes, una noche en la que le acompañó su madre en el patio de butacas y a quien llamó «su amuleto de la suerte». Esta vez Arnold sí estaba presente para escuchar a su hijo agradecerle que le ayudara a conocer una parte de la Historia de la que había sido protagonista.
«Desde entonces mantengo la mejor relación que he tenido nunca con mi padre, nunca hemos estado tan unidos», asegura Spielberg. Lejos queda ese episodio en el que un recién divorciado Arnold echó de su piso a Steven, que seguía utilizando el salón para montar sus primeros cortometrajes a pesar de que el padre trajera a sus citas a casa. Sin saberlo, durante los 15 años en los que apenas se hablaron, con ese secreto de familia que Arnold prefirió guardar, alimentó el rencor de su hijo. También su universo narrativo.Cuando finalmente se reveló la verdad, la buena noticia fue doble. Steven tuvo la imagen completa de la separación que le marcó. La trilogía política que componen Munich (2005), Lincoln (2012) y El puente de los espías (2015) sería hoy inimaginable si no hubiera recibido esa información que sus películas adultas precisaban para admitir las escalas de grises. Y además, logró que Arnold volviera a sentirse un miembro de la familia que había protegido a costa de su propio dolor. Como él mismo admite, y a pesar de haberse casado en dos ocasiones más, Arnold siempre había seguido enamorado de su primera mujer.En unas imágenes emocionantes, se ve a los que fueron matrimonio, ya ancianos, dándose la mano y cuidándose en los últimos tiempos. Concluido con anterioridad, el documental no refleja que Leah murió el pasado febrero a los 97 años. Ese mismo mes Arnold, que tiene 14 nietos y 22 bisnietos, se convirtió en centenario. El padre que pasaba demasiado tiempo fuera de casa, el hombre al que su hijo aprendió a culpar de todo, el héroe paciente que esperó a que el tiempo le cediera un lugar en la historia, puede contemplar tranquilo cómo contribuyó a que el director más popular de los últimos cincuenta años siguiera siéndolo a pesar de haber construído su carrera sobre una mentira. Su padre no se había ido a ninguna parte.Fuente: revistavanityfair.es
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas