El capo mexicano estuvo 28 años en prisión. Esta semana, la DEA informó que recuperó el control del tráfico de drogas desde México a Estados Unidos
Su apellido es leyenda. Son los Quintero, de Sinaloa, el estado que configuró la primera geografía del narcotráfico en México. Allí, en el municipio de Badiraguato, nacieron Lamberto Quintero, capo de la droga asesinado en 1976, y su sobrino Rafael Caro Quintero, a quien la DEA le ha devuelto su calidad de «narco de narcos» a los 64 años.
Ni Joaquín «El Chapo» Guzmán, su paisano y socio en el pasado y hoy preso en Nueva York, pudo diluir la leyenda de Caro Quintero, uno de los fundadores y líderes del llamado cártel de Guadalajara. Hoy su nombre vuelve a tomar fuerza a partir del informe de las autoridades estadounidenses que lo ubican ahora al frente del cartel del Pacífico (o de Sinaloa), la organización criminal que fundó el Chapo a finales de los años 80.
La sangre que llama
Como todas las biografías de narcotraficantes mexicanos, Caro Quintero nació pobre en el poblado de La Noria, municipio de Badiraguato, Sinaloa. Allí donde también nació el Chapo Guzmán, a quien conoció cuando todavía era un niño. En su apellido estaba previsto que se enrolaría muy joven en el narcotráfico de la región, que comandaba Pedro Avilés Pérez, tío del Chapo Guzmán. Unos dicen que tenía 12 años, otros que a los 16 o 18. En cualquier caso, por la sangre estaba ya vinculado a ese mundo: era sobrino de Lamberto Quintero, una leyenda del narco que inspiró un corrido que lleva su nombre, y primo de Amado Carrillo, el conocido Señor de los Cielos. Como padrinos tuvo a Ernesto Fonseca Carrillo, llamado «Don Neto», y a Miguel Ángel Félix Gallardo. Ambos fueron piezas clave en el destino de Caro Quintero al empoderarlo como uno de los líderes del cártel de Guadalajara que fundaron a finales de los años 70 en el estado de Jalisco.
Desde allí operó un imperio subterráneo que emergió a la vista de todos en 1985, cuando lo aprehendieron en Costa Rica por el asesinato de Enrique Camarena, agente de la DEA, y de su piloto Alfredo Avelar Zavala. Caro Quintero tenía entonces 32 años y era dueño de una fortuna de 100.000 millones de pesos (de ese tiempo), de 38 casas en Jalisco, Zacatecas, Sinaloa y Sonora, y accionista de por lo menos 300 negocios, entre otros, boutiques, discotecas, agencias de automóviles nuevos y usados, y hoteles de gran lujo. Tenía bajo sus órdenes un ejército de aproximadamente mil hombres, conexiones políticas y policías comprados en corporaciones municipales, estatales y federales.
Además, calculaban que había invertido –a la vista de todas las autoridades– más de 500 millones de pesos en obras sociales en Badiraguato, el municipio donde se localiza La Noria, su pueblo natal.
El origen del imperio
De padre campesino, dedicado a la siembra y cría de ganado en tierras rentadas, Rafael Caro Quintero nació el 3 de octubre de 1952. Había estudiado hasta primero de primaria –es decir, apenas sabía leer y escribir– cuando salió de su pueblo. En entrevistas dijo que de la Noria se fue a Caborca, Sonora, y que allí se hizo ganadero. La otra versión cuenta que se enroló en el grupo de Pedro Avilés Pérez, capo que dominó el tráfico de marihuana en el Pacífico. De él aprendió el cultivo básico, que más tarde perfeccionó con sofisticadas técnicas agroindustriales para cultivar la marihuana sin semilla que introdujo de California, Estados Unidos. Su creatividad impulsó su poder y su fortuna. Elaine Shannon, autora del libro Desperados, afirma que Caro Quintero «transforma la mariuana mexicana de hierba común en humo de conocedores».
Sus cultivos se extendieron por seis estados al menos, entre ellos Chihuahua, donde se hace de una propiedad de 12 kilómetros conocida como El Búfalo, una proeza de ingeniería agroindustrial, enclavada en el desierto, donde trabajaban al menos 11 mil jornaleros.
De sus propiedades, destacaba su hacienda de Caborca, en Sonora, conocida como El Castillo. Era una construcción que imitaba un castillo medieval y cuyo costo las autoridades calcularon entonces en 4 millones de dólares.
La prensa mexicana ha reconstruido la vida de lujo que allí ostentaba Caro Quintero y sus favores al municipio para la construcción de obras. Nadie lo molestaba. Ni en Sonora, ni en ninguno de los estados donde aparecía a la vista de todos, amparado por una extensa red de complicidades policíacas que incluían a la extinta Dirección Federal de Seguridad, la que un día fue la policía política de México y una de sus corporaciones más tenebrosas, señala como responsable de detenciones, desapariciones y asesinatos extrajudiciales.
La cacería de la DEA
La DEA tuvo a Caro Quintero en la mira desde entonces. Por sus informes, el gobierno federal ordena una operación en el Búfalo, el 6 de noviembre de 1984. De cuerdo con las notas periodísticas de la época, participaron 270 soldados, 170 agentes de la Policía Judicial Federal, 35 agentes del ministerio público, 50 agentes auxiliares, 15 helicópteros y tres aviones Cessna. Como resultado, Caro Quintero pierde 8.500 toneladas de marihuana ya cosechada.
Su venganza tuvo como diana a los agentes de la DEA que operaban desde Guadalajara. Entre ellos Enrique Camarena, que había seguido la pista de Caro Quintero en su rancho de Chihuahua gracias a la información que había proporcionado un piloto de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, Alfredo Zavala Avelar, ex militar retirado.
A los dos los secuestra el 7 de febrero de 1985. Los torturan en la casa de Caro Quintero y los matan a golpes. Sus cuerpos aparecen una semana después en Michoacán. A partir de ese momento, la DEA perseguirá sin tregua a los tres líderes del cartel de Guadalajara: Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo.
A Caro Quintero lo detienen el 4 de abril de ese mismo año en Costa Rica, acompañado de una joven de 17 años. Su nombre es Sara Cossío Gaona, sobrina de Guillermo Cosío Vidaurri, un político de Jalisco que más tarde se convirtió en gobernador. Su familia aseguró que había sido secuestrada, pero la policía contradice la versión al citar el testimonio de la joven, quien admite que tiene una relación con el narcotraficante. La leyenda anota que, cuando lo detuvieron, ofreció pagar la deuda externa de México a cambio de su libertad.
A los tres días, el 7 de abril, aprehendieron a Ernesto Fonseca. Y cuatro años después, el 8 de abril de 1989, cayó Félix Gallardo, entonces de 43 años y dueño de una fortuna acumulada por el tráfico de cocaína, que ronda los 50 millones de dólares, de acuerdo con cálculos de la prensa, con base en información de autoridades de Estados Unidos y México.
De los tres, sólo Félix Gallardo sigue en la cárcel por el asesinato de Camarena y Zavala. Tuvieron que pasar 28 años para el llamado «Padrino» o «Jefe de Jefes» recibiera una condena de 37 años de cárcel, apenas impuesta en agosto de este año.
Fonseca, por su parte, cumple prisión domiciliaria por problemas de salud, desde abril pasado, y Caro Quintero fue puesto en libertad en 2013, por orden de un juez que determinó irregularidades en su proceso. Había pasado 28 en prisión y desde que obtuvo su libertad las autoridades le perdieron el rastro, pero la prensa no. En una entrevista con la revista Proceso aseguró que desde 1984 había dejado el tráfico de drogas, que eran falsas las acusaciones en su contra y estaba prófugo en la sierra de Sinaloa.
Ahora de nuevo lo buscan.
Durante casi 20 años, estos tres personajes dominaron el tráfico de cocaína y marihuana de la zona del Pacífico, donde se gestó el grupo criminal que para entonces ya escalaba en su dominio: el cartel de Sinaloa de Joaquín Guzmán Loaera, que ahora comandaría Caro Quintero, según versión de la DEA.
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Fuente: infobae.com