A propósito de los intentos inquisitoriales del gobierno respecto a los libros que considera “racistas” y que debieran ser prohibidos en Bolivia, es oportuna la mención de algunas obras referidas a las inclinaciones “bibliocídas” de las cuales la más notable, es sin duda alguna, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. El personaje de esta obra es Guy Sontag, un “bombero” que paradójicamente no evita incendios y por el contrario, los causa.
Macabro. Pobladores de Ayo Ayo observan los restos del alcalde Benjamín Altamirano, quemado por un grupo de pobladores por supuestos hechos de corrupción; ocurrió en junio de 2004. Uno de los autores es asambleísta del MAS y goza de impunidad. (Foto izq. AP, 2004)
Es que su tarea es quemar los libros, sin distinción alguna, ya que el gobierno considera que el leer impide ser felices, los llena de angustia, les introduce muchas dudas respecto al sistema político y en suma los convierte en antisociales, que no quieren aceptar las excelencias de un régimen que se dice benefactor.
La tarea de quemar libros es sistemática pero un grupo de personas busca atenuar las consecuencias de esta actitud de lesa incultura memorizando libros enteros por cuyos títulos comienzan a ser llamados y conocidos. Un dato muy interesante: el libro fue escrito como una reacción a la campaña desatada en la década de los 50 por el ferozmente anticomunista e intolerante senador estadounidense, Joseph MacCarthy, quien con el pretexto de proteger la civilización “occidental y cristiana” promovía la prohibición o directamente la quema de libros cuyo contenido podía ser considerado políticamente incorrecto.
Se trata, en esencia, de un profundo y dramático alegato contra la intolerancia que lamentablemente no ha sido recogido por el viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas quien en su delirante concepción de negro y blanco, considera a determinadas obras como racistas, aunque tenemos la sospecha de que no llegó a leerlas y que las menciona solo por que se las contaron y muy de pasada.
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El temor contra los libros es característico de los regímenes autoritarios. Goering dijo alguna vez que cuando escuchaba la palabra cultura echaba la mano al revólver y sus émulos de la actualidad boliviana no se quedan atrás. Es que los libros nos introducen a una realidad que trasciende al discurso político, nos obliga a pensar, a hacer comparaciones y de ahí proviene su peligrosidad.
Los regímenes autoritarios tienen como principal objetivo estructurar una sociedad uniforme, donde las expresiones de disenso estén penalizadas. No importa del tipo de autoritarismo que se trate; de izquierda o derecha o también, indigenista-originario; todas estas expresiones consideran al libro como el peor enemigo.
El poeta alemán Heinrich Heine, en 1820 afirmaba que "donde se quema libros, se acaba quemando hombres". No hay que tomar la frase literalmente. Para efectos prácticos, una forma de quemar libros es prohibirlos. Se trata de una advertencia que no puede ser tomada a la ligera. Sabemos que el alcalde de una localidad del altiplano fue quemado y uno de sus autores condenado por el hecho, pero eso no sirvió de nada ya que sigue fungiendo como consejero departamental de La Paz en representación del gubernamental MAS. Está comprobado: los que quieren prohibir libros también pueden tolerar que las personas sean linchadas.