Alfredo Rodríguez P. PeriodistaCuando era estudiante de colegio, uno de mis juegos favoritos era el célebre “chorro, morro”, en el que rompí más de un pantalón al saltar sobre las espaldas de mis compañeros y jinetearlos hasta destruir su formación. Cuando les tocaba a ellos caer con todo su peso sobre uno, el castigo no era menor. En más de una oportunidad tuve que volver a casa y entrar a escondidas a cambiarme para que mi madre no vea mi ropa hecha giras; pero era mi uniforme el que quedaba en terapia intensiva, no yo.Correr tras una pelota de fútbol, trepar árboles, bardear el colegio en horas de clases y una que otra pelea en alguna de las placitas circundantes, no dejaron a nadie en coma o con algún impedimento por el resto de sus días; hoy, las noticias nos dan cuenta de juegos tras los que varios estudiantes terminan internados en clínicas y hospitales, con un dolor tan grande como las deudas para sus familiares. ¿Qué clase de diversión es esta en la que la muerte también juega a las escondidas?No quiero pecar de ñoño y decir que antes éramos más buenitos. Siempre hubo bullying, recibir “su clive” por alguna zoncera era una tragedia, pero pasajera, quedar con las muñecas marcadas varios días después de una partida de mazotes era estúpido, pero nadie terminaba entubado, alimentado por sonda o con diagnósticos reservados. La carga de violencia de los juegos de hoy, si es que así se le puede llamar, no parece tener ninguna relación con lo lúdico, con la diversión, con el entretenimiento que definen al concepto; el juego para ser tal tiene reglas a las que se someten voluntariamente los jugadores y debe contribuir al desarrollo motriz y sensorial de los niños. ¿Qué clase de tuja sangrienta es esta en la que se obliga a los niños a participar?Separemos las aguas como debe ser: el acoso escolar o bullying no es un juego, no es cosa de niños, no es divertido, no contribuye en nada a su crecimiento; todo lo contrario, las agresiones entre compañeros dejan huellas indelebles, heridas a las que les cuesta mucho cerrar, tragedias familiares y consecuencias que no terminamos de dimensionar. Veo, sin, embargo, con estupor que algunos maestros, directores y hasta padres de familia redoblan esfuerzos por convertir en sinónimos ambos conceptos.Hace un año atrás, en un taller de prevención del bullying que facilité en La Paz, un papá me contó que cuando estaba por salir bachiller y fue a ver si se había quedado a desquite en alguna materia, un maestro le dijo en broma que no debía molestarse en buscar sus notas pues ya estaba aplazado. Ese muchacho no volvió ese día a casa, se fugó para evitar el castigo de sus padres y solo regresó muchos años después, sin estudios superiores, para enterarse accidentalmente que todo había sido un juego.Traigo a colación esta anécdota porque percibo con mucha preocupación como comienzan a confundirse las cosas. Ante cada nuevo caso de bullying, se escucha con más fuerza que solo son juegos, que todo está bien, que son los padres los que magnifican las cosas. La mentira se hace particularmente más fácil de argumentar en los colegios fiscales donde no hay cámaras de seguridad que registren nada, como acaba de ocurrir en Cotoca.Y hasta lo puedo entender. La expulsión de aquella maestra del colegio del Plan Tres Mil que fue testigo del castigo de uno de sus alumnos a manos de otros muchachos y en el que no intervino (pero que fue filmada), ha dejado un precedente funesto: los directores no van querer admitir que sus escuelas son escenario de maltrato, de bullying, de acoso escolar, de violencia. Van a proteger a su plantel de maestros al precio que sea, van a invisibilizar el lío para evitar que la mano dura de la Dirección Departamental de Educación les caiga encima con la misma fuerza.¿De qué sirvió expulsar a esa educadora?, ¿en qué ayudó botar del colegio también a los diez estudiantes que estuvieron en la golpiza del Cervantino? Aquella extrema medida no ha servido de nada; con el prontuario que ahora tienen aquellos jóvenes ningún otro colegio va a querer recibirlos, solo vagarán por ahí, acumulando más resentimiento. ¿No era mejor que se queden en clases y que en vez de castigo, les haya sido encomendada una actividad para restaurar el daño que infringieron a su compañero?, ¿qué tal si se les hubiera pedido que ayuden a recaudar fondos para cubrir los gastos del hospital? Mal jugado, autoridades.¿Cuál es la causa de la reciente exacerbación del bullying? Me lo preguntan constantemente. Como en todo problema social, es muy difícil encontrar una sola razón para interpretar lo que está ocurriendo; es una suma de factores y condiciones las que hacen propicia y hasta rutinaria la violencia. Todos tenemos velas en este entierro. Esa es mi respuesta.La escuela de la violencia tiene más recursos y maestros que cualquier otro colegio. Está en la misma familia, con padres pegadores, carentes de afecto, sin habilidades de comunicación asertiva o que usan a los chicos para sus chantajes mutuos; está en la comida, cuando viene acompañada de nuestros servicios informativos y sus imágenes sangrientas; nos espera en la noche cuando nos invita a ver más de diez narconovelas en la televisión basura o en los realitys absurdos; está en los videojuegos con su realidad aumentada y donde los muertos son solo puntos a sumar; está en los teléfonos celulares y en las redes sociales, cuando se viralizan bromas y memes en torno al dolor ajeno; está en las fiestas, en los escenarios deportivos, en las calles, en los micros donde nadie frena los robos de celulares. ¡En todas partes! Ante semejante cotidianidad, resulta lógica la pérdida de sensibilidad frente al dolor ajeno.Tenemos que trabajar en múltiples niveles y con todos los actores posibles. Eso es lo que estamos impulsando con nuestros talleres de prevención del bullying y para el uso responsable de las redes sociales. Ahí nos divertimos jugando a eliminar los estigmas y los prejuicios, a encontrar entre nosotros valores escondidos como la solidaridad, la empatía, la hospitalidad, la reciprocidad, la valentía. Por lo pronto, somos pocos los jugadores, pero cada vez se inscriben más niños con sus familias. Quien quiera sumarse, puede hacerlo. Solo hay una regla y es no mentir. ¡El bullying no es juego!Cuando no había clases, mis hermanos y yo jugábamos aprovechando la bendición de la presencia de un árbol de gallito (Erythrina crista-galli), afuera de la casa. Les poníamos una espina de naranjo a sus flores de principios de primavera y los hacíamos “enfrentarse”, hasta que el más desflecado ya no podía dar más “pelea”. La violencia en nuestra niñez era así de ridícula e inocente. Es verdad, eran otras épocas. Ahora, solo queda mirar hacia adelante y hacia adentro.Alfredo Rodríguez P. Periodista