
Una nueva fórmula
El pasado martes, la presentadora Samantha Villar publicaba un hilo de tuits en el que recordaba que muchos trabajadores del sector audiovisual, como los cámaras, redactores o montadores, no gozan de sus vacaciones porque no son renovados al terminar junio y vuelven a ser contratados en septiembre, por lo que pasan el verano en el paro. Esta situación habitual, recordaba, “implica nunca generar antigüedad, no ser nunca fijo, gastar uno o dos meses de paro acumulado cada año, además de la pérdida de pasta, que no es poco (un 40% menos aproximadamente del salario?”.Es posible que estas nuevas fórmulas sean un paso intermedio entre esa transición entre la economía informal y la formal a la que se refería la OITEs un ejemplo común a otros empleos (por ejemplo, el de profesor) que no encajaría en la definición canónica de trabajo informal, pero que señala que incluso los asalariados y autónomos de los países desarrollados comienzan a compartir algunas de las características que habían caracterizado a este. La tendencia más obvia es la que ha sido propiciada por la llamada economía colaborativa, que, como recuerda el profesor de la UOC Albert Beltrán i Cangròs, en muchos casos debería clasificarse más bien como “informal” ya que no hay libre intercambio entre usuarios, puesto que una plataforma sirve de mediador, y además tiene ánimo de lucro. Por otra parte, y debido a que los trabajadores no son profesionales, no gozan de las mismas protecciones que un asalariado ni cotizan a la Seguridad Social, como ha ocurrido en Glovo.Para entender este proceso resulta reveladora una investigación sobre la “uberización del trabajo” publicada por el abogado holandés Stefan Nerinckx. En ella señalaba cómo muchos empleados de este sector emergente caen en una tierra de nadie entre el asalariado y el autónomo que termina provocando que compartan algunas características con el trabajo informal, como por ejemplo, la inestabilidad, la ausencia de protección social y la pérdida de derechos como las vacaciones pagadas. Gran parte de las dificultades del empleo informal son compartidas por estos nuevos empleados, como el pago por trabajo realizado (sin remuneración mínima), los gastos de material asumidos por el trabajador o precariedad constante.

Es lo que ocurre también con los contratos de cero horas populares en países como Reino Unido, uno de los ejemplos de “empleo no estándar” recogidos en el informe publicado a finales de 2016 por la Organización Internacional del Trabajo. Como recordaba este, esta fórmula en la que no hay un mínimo de horas garantizadas supone ya un 2,5% de la fuerza laboral del Reino Unido. En otros países, como en EEUU, la cifra de aquellos que tienen empleos con horarios irregulares alcanza el 10%. En España, recuerda el informe, el empleo temporal se encuentra en el 23%, uno de los más altos de los países desarrollados. Menos que el 35% de 1995 pero mucho más que el 15,6% de 1987, “la más alta del sur de Europa”.En el caso que nos ocupa, el de la economía informal, llama la atención cómo el empleo a tiempo parcial marginal –es decir, el que implica menos de 15 o 20 horas a la semana– aumentó durante la última década, aunque descendiese el trabajo informal… o quizá, a causa de ello. Es posible que estas nuevas fórmulas sean un paso intermedio entre esa transición entre la economía informal y la formal a la que se refería la OIT. Como definió Manuel Castells junto a Alejandro Portes a finales de los 80, “la economía informal no es por lo tanto una condición individual sino un proceso de generación de ingreso caracterizado por un rasgo central: no está regulado por las instituciones de la sociedad, en un entorno legal y social en el cual están reguladas las actividades similares”. ¿Es posible, por lo tanto, que esa economía informal no esté desapareciendo, sino tan solo transformándose para que nada cambie?Fuente: elconfidencial.com