Consecuencias de una fatalidad


manfredo-kempff-2Manfredo Kempff Suárez

El derrumbe del edificio Málaga, casi a tiempo de ser concluida su construcción, es una fatalidad más que ha golpeado a los cruceños en estas épocas tan duras que vivimos. Quince personas muertas, que pudieron ser muchas más, no es algo que pueda dejar indiferente a nadie. Ingenieros, técnicos, obreros, fallecieron bajo los escombros tratando de salvar lo insalvable, pero, además, se llevaron consigo toda la información que hubiera sido tan útil para esclarecer el por qué de la tragedia.

Ahora, la socia mayoritaria del proyecto Málaga, Paulina Callaú, tiene que enfrentar esta fatalidad porque queda como la única responsable de lo acontecido. Como no podía ser de otro modo, ha reconocido esa responsabilidad – que no es reconocer culpabilidad – y según la información que se conoce la empresa ha devuelto los desembolsos que habían realizado algunas personas que adquirieron departamentos en el edificio colapsado.



Ahora continúa lo más difícil, lo que humanamente es más doloroso, lo que conmueve en el fondo, y es la damnificación a los familiares de las víctimas, muchos de ellas competentes profesionales allegados cercanamente a la propia Paulina Callaú, por antiguas relaciones de emprendimientos conjuntos que fueron exitosos. Las leyes determinan lo que se debe erogar luego del siniestro, y, sin necesidad de especulaciones judiciales ni informativas, debe pagarse lo que corresponde por ley, que no dudamos se hará. Esto último en el convencimiento de que ninguna recompensa material puede satisfacer algo que no tiene precio: la vida de un ser querido.

Ahora bien: la propietaria – o socia mayoritaria del edificio Málaga – es absolutamente responsable de lo acontecido. Eso no se puede discutir. Como responsable está cumpliendo con sus obligaciones, y nada induce a pensar que no lo haga hasta el final. Eso no significa que Paulina Callaú sea “culpable” de lo sucedido. Porque ser culpable significa haber cometido un daño deliberadamente, haber actuado mal a propósito o negligentemente. La figura de la culpabilidad no encaja en este caso. Lo de la responsabilidad, plenamente.

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En el drama del Málaga se conjugaron muchas circunstancias que posteriores investigaciones podrán descifrar, si es posible. Ha llegado a tal extremo esta fatalidad que quienes podían dar los únicos testimonios reales, las únicas luces sobre los desdichados acontecimientos, murieron tratando de salvar la obra, esa noche trágica del 24 de enero pasado.

Esperemos que un caso tan sensible como este, que ha congregado a la solidaridad de cruceños, bolivianos en general, y extranjeros, no se quiera utilizar para politizarlo – lo que es habitual en nuestro medio – ni tampoco para que algunos cuantos pretendan obtener provecho de una desgracia tan grande que merece la mayor responsabilidad, respeto y mesura.


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