El día que nació el fenómeno Isabel Preysler: el de su boda (de penalti) con Julio Iglesias


Aquel 29 de enero de 1971 en el que Preysler e Iglesias se casaron, el cura afirmó en el sermón: “Por lo tanto, la vida no sigue igual”.

Parecía una estampa ideal del amor juvenil. La emergente estrella de la canción Julio Iglesias se casaba con su novia, una bella desconocida para el público, en Illescas, Toledo. Aquella boda fue el momento fundacional del mayor mito que ha conocido la crónica rosa de España, el nacimiento de la figura pública de Isabel Preysler. También supuso un espaldarazo para la compleja construcción de la carrera del cantante popular español más importante de todos los tiempos. Y en realidad, lo que grabaron las cámaras aquel 29 de enero de 1971 era más una performance para la prensa y el resultado de una situación social opresiva que algo genuino y feliz para los implicados.

“Por lo tanto, la vida no sigue igual”, afirmó el cura durante el sermón. La frase no es casual y nos da una idea de dónde estaba la relevancia del enlace. El guiño al mayor hit compuesto por novio fue debidamente capturado por las cámaras del NODO que inundaban la iglesia, en la que había más periodistas y admiradores que invitados. Los fotógrafos se subían a los bancos para tener mejor ángulo, el ruido de la grabación lo inundaba todo y los novios incluso tuvieron que repetir el “sí quiero” porque no había quedado registrado. Aquella ceremonia atestada y caótica estaba siendo empleada para publicitar una carrera musical, y en ese propósito no se escatimaban mentiras ni medias verdades.



En el 71 Julio era un valor en alza que debía tratarse con cuidado. Ganador del festival de Benidorm en el 68, había representado a radio televisión española en Eurovisión en el 70 con Gwendolyne. Incluso había protagonizado una película llamada como su mayor hit, La vida sigue igual. En ella se contaba su historia, con tintes emotivos y milagrosos: jugador de fútbol casi profesional, un accidente de coche había estado a punto de costarle la vida y le habían dejado casi paralítico. Con tesón, terapias, voluntad de hierro y el constante espoleo de su padre, el ginecólogo Iglesias Puga, había vuelto a caminar. De giro de guion parece también su reconversión en músico: para que practicase la movilidad en las manos, le regalaron una guitarra con la que aprendió a tocar y compuso sus primeras canciones. Lo que oculta la película y durante muchos años ocultó también la versión oficial de la vida de Julio es que la parálisis del joven no se debió al accidente de coche sino a un tumor en la columna que le encontraron cuatro meses después. La parálisis vino a raíz de la operación, pero se ocultó de forma deliberada este dato porque en aquel tiempo una palabra como “tumor” asustaba y repelía, más ligada a alguien tan joven. Lo que sí era cierto era la fuerza de La vida sigue igual, un tema casi filosófico que el joven compuso en un momento de profunda crisis y acabó cantando él mismo por casualidad, en lo que sería el primer peldaño en su camino al estrellato.
Para Julio fue un flechazo, pero Isabel fue difícil de conquistar, no estaba del todo convencida de las bondades de aquel joven un poco cojo, a veces tartamudo y además cantante, profesión poco seria donde las haya. “Yo no le hacía mucho caso al principio, pero era tan mono… Pendiente de mí, me adoraba”, diría muchos años después Isabel. Pilar Eyre contaba que una de sus primeras citas fue para asistir a un concierto de Juan Pardo, y que como el cantante era guapo y tenía mucho éxito, Julio exigió que Isabel se sentara de espaldas al escenario, mirando a Julio. La siguiente vez que quedaron fueron a ver a José Feliciano, que como era ciego, no tenía peligro.
“Al poco tiempo me pidió que me casara con él. No una, sino varias veces”declararía Isabel a Vanity Fair. “Pero en mi cabeza no entraba el matrimonio tan pronto. Era una chica que se estaba divirtiendo en España, que lo estaba pasando bomba. Podría decir que nos casamos porque estábamos enamorados y sería verdad, pero lo cierto es que me quedé embarazada. Entonces parecía una tragedia no pasar por vicaría.”Acabaron casándose, por supuesto, porque eso era lo que hacían las personas decentes en aquel momento. Pasado el estupor inicial, el manager de Julio, Alfredo Fraile, se resignó a que ya que no podía ser un divo soltero, al menos se casaba con una chica guapa, y convirtió la ceremonia en un evento para la prensa y un circo para los implicados. Isabel se pasó el día llorando. “El cura que nos casó a Julio y a mí declaró que nunca había visto a una novia llorar tanto en su vida, estar tan, tan triste”, recordaría ella. El objetivo se cumplió, la boda salió en todos los periódicos (aunque algunos bautizaron a la novia como Presley) y España se enteró de la noche a la mañana de quién era Isabel Preysler. Ni una noticia sobre el embarazo, por supuesto. Chábeli nació en Cascais en el mismo año 71, supuestamente sietemesina y con un peso de 4 kilos.
Se ha hablado mucho de que Julio jamás superó que Isabel le dejase y que ella siempre ha sido, y es todavía, el gran amor de su vida. Temas como Hey parecían haber sido escritos desde el rencor; Me olvidé de vivir, desde el arrepentimiento. Lo cierto es que después de la separación Julio se mudó a Miami y comenzó su despegue internacional hasta convertirse en el mega astro que ha sido durante décadas. Su imagen se acentuó también, completándose su transformación en el “Frank Sinatra latino”, el latin lover de finales del siglo XX. Si siempre había tenido un éxito arrollador entre las mujeres, eso se potenció hasta el extremo, con rumores como el de que había estado con 3.000 mujeres y letras como “soy un truhan, soy un señor, y casi fiel en el amor”. Las imágenes que se difundían de él le presentaban como un personaje sofisticado, bronceadísimo y envuelto en un aura de vivir en unas vacaciones perpetuas, siempre rodeado de bellezas jóvenes (misses, modelos, azafatas, y de vez en cuando algún nombre propio como Dasy Núñez, Vaitiare o la actual esposa de Ridley Scott Giannina Facio), como un James Bond de la canción. Pero los tiempos de venerar playboys pasaron (al menos en teoría) y hasta Julio acabó por sentar la cabeza, en apariencia, con Miranda Rijnsburger y sus cinco hijos.
Tras la ruptura, Isabel recuperó una libertad de la que había disfrutado efímeramente a los 19 años. Transformada en una luminaria de la sociedad, se convirtió en marquesa al casarse con Carlos Falcó, protagonizó el escandalazo de los 80 cuando le abandonó por Miguel Boyer (para construir juntos la conocida vulgarmente como “Villa Meona”) y volvió a dar la campanada cuando al tiempo de enviudar apareció del brazo del Nobel Mario Vargas Llosa.Una palabra se repite siempre al hablar de Isabel: “misterio”. Ese misterio nace de sus rasgos exóticos, de los estereotipos raciales que se asocian a lo oriental en España, más en una época en la que lo más exótico que se conocía era el negro del ballet Zoom. Su elegancia, perpetua sonrisa y saber estar han sido admirados y envidiados, por encajar además de forma perfecta en esa imagen también muy ligada al cliché oriental, la de ser una especie de geisha que enloquece a los hombres con sus artes amatorias (“le tocó la china”, decía el titular de la revista Tiempo que destapaba su relación con Miguel Boyer), desmayándose o con una ignota técnica sexual conocida como “carrete filipino” que Isabel ha negado saber qué es. Marca y reclamo de eficacia probada, sus acuerdos con Porcelanosa o Ferrero Rocher (ese gesto casi imperceptible al mayordomo para que saque los bombones) no han hecho sino contribuir a su imagen de anfitriona perfecta, de mujer más elegante de España, de personaje aspiracional definitivo.
Isabel pasó de tener que posar siempre con su perfil malo (de tener ella algo semejante) para que Julio mostrase su lado derecho a conseguir que en El Hormiguero cambiasen su disposición habitual para que ella se sentase del lado que más le favorecía. De madre y esposa siempre supeditada a su marido a madre y esposa capaz de generar grandes sumas de dinero con solo su nombre, reina de corazones, criticada o adorada, siempre en boca de todos, dotada de algo único en el panorama social: la capacidad de fascinar sin que nadie sepa muy bien definir por qué.

Fuente: revistavanityfair.es

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