Los descendientes fusionan lo mejor de dos culturas; pero la población envejece y los jóvenes son cada vez menos. Su lucha es hoy por la memoria.
Leny Chuquimia / Santa Cruz
Este 2019, la migración nipona en Bolivia cumple 120 años. En más de un siglo, los Nikkei (descendientes de inmigrantes japoneses) han logrado forjar su identidad con lo mejor de ambas culturas; pero la población envejece y los jóvenes son cada vez menos. Hoy los habitantes de Okinawa y otros pueblos boliviano-japoneses redoblan tareas para mantener vivas sus raíces.
“No hay jóvenes y nos preocupa que eso pueda causar la pérdida de nuestras tradiciones. Las familias ya no tienen muchos hijos como antes y los jóvenes se van a otras regiones en busca de nuevas tierras”, dice el secretario general de la Asociación Boliviana Japonesa en Okinawa, Satoshi Higa, mientras guía una visita por el museo del municipio cruceño de agricultores Nikkei.
Según el último censo de la Embajada del Japón, realizado en diciembre pasado, en Bolivia hay 13.115 descendientes japoneses que están distribuidos en siete de los nueve departamentos: Pando, Beni, La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Oruro y Chuquisaca. No hay datos sobre sus edades.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Historia para seguir vivos
Colonia Okinawa, enero de 2003: los miembros de la Asociación Boliviana Japonesa han decidido recolectar en la comunidad todas las reliquias con las que los primeros inmigrantes partieron desde el otro lado del mundo. “Traigan cántaros, herramientas, fotos, documentos… todo lo que muestre nuestro origen y nuestra historia”, fue la convocatoria.
La recolección duró un año y, con todas las piezas, armaron un museo que fue entregado en agosto de 2004, en la celebración de los 50 años de la colonia Okinawa. Hoy, 15 años después, el repositorio representa uno de los registros históricos más importantes de la migración japonesa.
“Pero esta es la muestra de solo una parte de la historia. La llegada a Bolivia es mucho más antigua, se remonta a 120 años”, señala Satoshi Higa.
Cuenta orgulloso que él es un Nikkei de segunda generación. Nacido en la Okinawa cruceña, heredó las raíces niponas de sus padres y adoptó el acento camba de la tierra en la que nació como la mujer con la que formó su familia.
Como casi todos los de su generación en Okinawa, habla japonés perfectamente y ha viajado y vivido en la tierra de sus antepasados por un tiempo. En Japón, también sus hijos abrazaron su identidad y decidieron mantenerla al retornar a Bolivia.
“Los jóvenes son muy importantes porque ellos preservarán las tradiciones, pero ya no hay muchos. Hoy muy pocas parejas tienen más de dos hijos, no es como antes cuando las familias tenían hasta nueve”, dice entre carcajadas y con gestos típicos de los hombres del oriente boliviano.
A ello se suma una nueva migración de los Nikkei, esta vez interna. Muchos de los jóvenes, que son agricultores como sus padres, deben migrar a otras regiones en busca de campos más extensos para sembrar. “Nuestras tierras ya no alcanzan para los hijos y se van”, dice Higa.
“El esfuerzo está en mantener la enseñanza del idioma y las tradiciones en el colegio. También es importante para nosotros pedir voluntarios a JICA (Agencia de Cooperación Internacional del Japón) para que ellos enseñen aspectos de nuestra cultura”, dice.
En el colegio de Okinawa 1 la educación es bilingüe. Esta maña soleada una decena de niños en el patio juega béisbol con las instrucciones de voluntarios llegados desde Japón.
Lo mejor de dos mundos
“Es un orgullo ser un Nikkei. Nuestros padres nos han educado con la cultura y las costumbres japonesas pero también hemos incorporado las cosas buenas del país donde nacimos”, define Ángela Shirrue. Es la anfitriona en una vista al Hospital Boliviano- Japonés de Okinawa.
La infraestructura fue construida en 1979 con el apoyo de JICA y, años después, ampliada gracias a la Embajada del Japón. Consultorios y pasillos están señalizados con letreros en español y japonés.
El respeto, el orden, la limpieza y la puntualidad se reflejan en cada espacio. “Son los valores con los que nos han educado, pero también hemos adoptado otros como la alegría y la calidez boliviana”, dice Ángela.
Así lo demuestra Takashi Miyagui, médico del Hospital. Nació en 1958 en el municipio cruceño de Okinawa y aunque vivió gran parte de su vida en Bolivia, su español fluido tiene acento nipón. Mantiene la solemnidad del trato japonés con sus paisanos, pero a la vez entabla una comunicación afectuosa y cercana con los bolivianos.
Higa señala que los descendientes han logrado una conjunción perfecta de las tradiciones de sus dos patrias. “Una de las muestras perfectas es que las familias boliviano-japonesas celebran la fiesta de Todos Santos en noviembre, pero también el Obon (día de muertos en Japón), en julio. Por esa unión aquí los muertos festejan dos veces al año”, dice entre risas.
“Los 93”, pioneros nipones que llegaron a Bolivia
El 27 de febrero de 1899, 790 japoneses zarparon en barco del puerto de Yokohama en Japón rumbo al puerto del Collao en Perú. Su destino no era Bolivia sino los sembradíos de caña en la zona costera vecina, pero ese año llegaron al país para quedarse.
Pocos meses después de su arribo a Perú, por las epidemias y otros problemas, un grupo decidió partir hacia Bolivia en busca de mejores oportunidades. “Esos fueron los primeros japoneses que llegaron. Eran 93 personas que se asentaron en la finca Cachuela, al norte de La Paz”, relata el consejero de la Embajada del Japón en Bolivia, Tatsushi Ryosenan.
De esos pioneros sólo dos se quedaron en el país, pero esa misión abrió la puerta para que otros miles llegaran al norte boliviano atraídos por el auge del caucho. Riberalta, Trinidad, Esperanza, Guayaramerín fueron sus principales destinos.
Hoy, en puertas de la Asociación Boliviana Japonesa en el municipio cruceño de Okinawa hay un monumento en homenaje a los pioneros. La escultura representa a una familia cargada con herramientas para trabajar la tierra.
“La migración a Santa Cruz fue mucho después que la de los primeros 93, fue en 1954 y obedeció a otras razones. Somos producto de la devastación de la Segunda Guerra Mundial”, manifiesta Satoshi Higa mientras camina frente a un muro repleto de fotografías en blanco y negro que muestra la travesía de los primeros colonos hasta la tierra camba.
Durante la contienda bélica , la ciudad japonesa de Okinawa fue el escenario de cruentas batallas que dejaron miles de víctimas civiles. Los sobrevivientes tuvieron que inmigrar en masa.
“En Bolivia ya había okinawenses que llegaron después de los primeros 93. Esos paisanos fueron quienes, después de la Revolución del 52 decidieron conformar una asociación para convocar y acoger a los compatriotas en Bolivia”, cuenta Ryosenan.
El primer grupo llegó en 1954 a la localidad Pailón, a orillas del Río Grande. Por dos años se movieron en busca de mejores tierras hasta que encontraron campos fértiles en la provincia Warnes. Allí 257 japoneses fundaron la nueva colonia y la llamaron Okinawa, como su ciudad.
De ese viaje quedan como testimonio miles de fotografías, documentos y enseres domésticos y de trabajo que hoy son expuestos en el museo histórico de Okinawa. A ellos se suma un registro en japonés de los hechos relevantes de la colonia, escritos por los estudiantes del Colegio Particular Boliviano Japonés. En un documento que cubre varias paredes se lee la historia de la colonia, la llegada de los pioneros, la construcción de la escuela o la visita de los voluntarios.
Fuente: www.paginasiete.bo