En los últimos dos meses la llegada de ciudadanos venezolanos se incrementó. Algunos están de paso, quieren ir a Brasil, Chile y Paraguay; otros esperan quedarse, buscan albergue, comida, y oficio. Ya hay deportaciones ordenadas por el gobierno boliviano.
Una ciudadana venezolana pide ayuda en El Prado de la ciudad de La Paz. Foto: Marco Aguilar / Página Siete
Se los reconoce por su contextura física y su acento caribeño al hablar. Son ciudadanos venezolanos que desde hace dos meses, aproximadamente, arriban a la ciudad de La Paz con mayor frecuencia. Llegan en grupos de amigos, de familia o en pareja; algunos se aventuran solos, viajando a través de diferentes países –la mayor parte por tierra– con la esperanza de encontrar en la ciudad de La Paz alguna actividad que les permita pagar un alojamiento, comer y comprar algo abrigado para combatir el frío.El Servicio Jesuita del Migrante y la Casa del Migrante en La Paz son algunas de las entidades que está colaborando a estos extranjeros. “En los últimos meses se presentan cada vez más ciudadanos venezolanos pidiendo colaboración para sus trámites migratorios y para solicitar asilo. Hay días que a nuestras ventanillas se acercan hasta siete venezolanos”, dice Fernanda Cossío, representante del Servicio Jesuita del Migrante.Un grupo de estos venezolanos tiene la esperanza de lograr los permisos respectivos de Migración y quedarse en la ciudad hasta que Nicolás Maduro deje la Presidencia de Venezuela y así poder regresar a su país; el otro ve a La Paz como un lugar de paso, donde lograr los recursos económicos suficientes para partir a otro país. Piensan en Brasil, Chile y hasta en Paraguay.De los que esperan establecerse en la sede de Gobierno, algunos encontraron oficios para los que no precisan presentar documentos migratorios: los varones, albañilería, el lavado de parabrisas en las calles; mientras que las mujeres optan por la venta de golosinas en vía pública.Y se los ve en las calles. En el caso de la construcción, en algunas obras, los venezolanos se distinguen porque, a diferencia de los locales, algunos no usan overol, sino poleras sin mangas que muestran sus brazos musculosos y bronceados.
María (nombre ficticio) llegó a La Paz en diciembre de 2018 y junto a sus dos hijos (un varón y una mujer), su nuera y su pequeña nieta camina de arriba abajo por una de las calles más concurridas de San Miguel, en la zona Sur, cargando una pequeña caja con galletas que ofrece a todo el que pasa con su acento caribeño amable.No quiere que se le tome fotos, pero inmediatamente comienza a contar su historia en La Paz. “Llegué con mis hijos, mi nuera y mi nieta. Estamos ya aquí meses: mi hijo trabaja de albañil y nosotras estamos vendiendo. Mi hija se enfermó hace unos días y necesitaba una operación, gastamos todo lo que logramos ahorrar en este tiempo que estamos en esta amable ciudad”, cuenta.
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“El único que tiene salario digamos fijo es mi hijo porque pudo conseguir trabajo de ayudante de albañil, ahí no piden papeles”, añade.Durante sus primeros días en La Paz estuvieron alojados con unos paisanos, después, “gracias a su trabajo”, lograron un alquiler en uno de los barrios populares que están en la zona Sur.
“Estamos trabajando. No crea que esto de vender es fácil, hay que subir y bajar, es duro, pero tenemos algo para trabajar”, asegura la mujer de 50 años, que en Venezuela trabajaba de ama de llaves. “Era un trabajo muy cómodo el que tenía y lo tuve que dejar porque el sueldo ya no me alcanzaba para nada”, afirma.
Salió de la Venezuela de Maduro con su familia hace un año. Su destino era Perú, donde estuvieron unos meses. “No nos quedamos porque la vida allá también es dura y muy cara”, afirma. “Aquí estamos mejor, la gente es muy solidaria y respetuosa”, añade.María “no tiene mucho contacto con los demás venezolanos” que están en La Paz. “Nosotros estamos trabajando y estamos bien”, afirma.Donde se encuentra vendiendo golosinas la extranjera hay un grupo de comerciantes paceños instalados en anaqueles que no se hacen problema porque esté ahí. “No molestan a nadie, son gente tranquila, buena, y no tienen ni para comer. Además, cuando los vemos pensamos que eso nos puede pasar a los bolivianos”, comenta una de las vendedoras.En otra calle de Calacoto está Jan de 19 años con uno de sus paisanos. Ambos lavan parabrisas de los vehículos que circulan por el lugar. Jan llegó a La Paz hace un mes con su hermana y su cuñado. No sabe precisar exactamente por dónde ingresó a La Paz. Salió de Venezuela hace un año y dos meses. Estuvo con su familia en Colombia y después en Perú.En Venezuela era comerciante y estudiaba para ser tornero, sólo le faltaba un semestre para graduarse. Cuando se le pregunta por qué decidió truncar la culminación de su carrera responde molesto: “¡Por Maduro!”. “Sólo regresaré a mi país cuando Maduro no esté”, añade inmediatamente. En su país están sus tíos y su madrina. No tiene padres.
“Quisiéramos un trabajo estable, pero no hay; por eso limpiamos vidrios. Gracias a Dios las personas nos colaboran mucho, son muy amables, estamos muy agradecidos”, declara mientras la luz verde del semáforo le da un respiro para descansar.
Pero los extranjeros no están sólos en la zona Sur. Se los ve en el centro paceño, por la avenida Mariscal Santa Cruz, en El Prado, por la plaza Eguino y en la ciudad de El Alto, donde se registraron imágenes de los caribeños vendiendo en la calle.En La Paz de pasoY entre los ciudadanos venezolanos que ahora se ven por las calles de La Paz están también los que miran la ciudad como un lugar de paso donde retomar fuerzas, lograr algunos recursos económicos y continuar rumbo a su destino, que está entre Brasil, Chile, y hasta Paraguay. Algunos se paran en las esquinas de las calles más concurridas de la zona Sur y a lo largo de la avenida Costanera pidiendo “ayuda” con carteles que levantan cada vez que ven pasar un vehículo. Si uno pasa frecuentemente por esos lugares notará que no siempre son las mismas personas.El jueves de la semana pasada, en la esquina de la Montenegro estaba Luis (nombre ficticio), un venezolano de 40 años, quien “huyó” de Venezuela hace 25 días.“Estoy aquí, pidiendo el apoyo de los hermanos bolivianos, de esta bella ciudad y me están apoyando”, dice el caribeño que se cubre con una chamarra desgastada. “Hace frió aquí, en Carabobo, de donde vengo, la temperatura llega a los 39°, pero me estoy acomodando, además sólo estoy de paso”, añade.Salió de su país solo, por la frontera de Brasil. “Las fronteras de Venezuela están cerradas, las más accesible es Brasil”, afirma.Prácticamente cruzó el territorio brasileño para ingresar a Bolivia, a través de Perú. Sus planes son juntar el dinero que precisa para partir a Paraguay, donde tiene un amigo que ya logró un trabajo y establecerse. Luis era soldador industrial en Venezuela, en una empresa estadounidense que estuvo en ese país 50 años, pero que cerró “debido a la crisis, el control cambiario y que el gobierno ahogó a las empresas con el propósito de quebrarlas, para expropiarlas, acabando con el aparato productivo del país”.
“Trabajé 19 años, junto conmigo, en la división en que estaba, nos quedamos sin trabajo alrededor de 300 personas. La compañía tenía tres divisiones, debimos quedar desempleadas unas 1.000 personas”, dice el hombre que se ayuda con un bastón para mantenerse parado. “Cuando viajaba por Brasil me caí de un minibús, unos hermanos adventistas me ayudaron y estoy mejorando”, explica.En La Paz se encontró con algunos de sus compatriotas, a quienes no conocía. “Nos conocemos acá, contando nuestra vida, nuestra necesidad. Puedo conseguir un paisano en una esquina y preguntarle qué haces acá, para dónde tú sigues, qué opciones de trabajo hay acá”, cuenta.De acuerdo a sus planes, Luis debió viajar ayer a Santa Cruz, desde donde partirá rumbo a Asunción, Paraguay. Está seguro de que encontrará una oportunidad como soldador industrial. “Tengo posibilidades por la calificación y experiencia que tengo”, afirma.Venezuela, Brasil, Perú, La Paz: por tierra y agua“Salí de Venezuela hace 22 días por la frontera con Brasil. Viajé en vehículo por tres días por caminos irregulares, plagados de delincuentes y paramilitares. Caminé seis horas hasta llegar a Roraima, Brasil. De ahí viajé cinco días en barco hasta Puerto Belo y luego navegamos por el Río Branco hasta Cobija, Bolivia. Pero no había paso, así que tuve que dar la vuelta por Perú y entré por Soberanía, desde donde caminé toda una noche por una carretera inhóspita hasta Puerto Maldonado; de ahí a Juliaca, Puno, Desaguadero y La Paz”.Este es el testimonio de un ciudadano venezolano que vivía en Carabobo. Él fue entrevistado el jueves 14 de marzo de 2019, en la zona Sur.Sospechas, denuncias y deportaciones La creciente llegada de ciudadanos venezolanos a la ciudad de La Paz despierta sospechas y acciones de las autoridades de Migración y de la Policía. El domingo se deportó a cinco extranjeros, que según un comunicado del Ministerio de Gobierno “no tienen oficio ni actividad económica lícita para su permanencia en el país” y porque “confesaron estar involucrados en acciones conspirativas, y participar en actividades políticas que afectan al orden público, a cambio de dinero”.
La acción fue asumida luego de que un grupo de estos extranjeros realizará una protesta en puertas de la Embajada de Cuba, demandando que ese país deje de intervenir en Venezuela.Esta presencia de caribeños también desata la preocupación de algunos de los residentes de Venezuela en La Paz, quienes denunciaron que entre ellos hay miembros de los “colectivos ciudadanos, gente armada” que apoya a Nicolás Maduro a sostener su régimen. “La crisis es tal en Venezuela que Maduro ya no puede pagar a sus colectivos y muchos están saliendo del país. En La Paz ya hay gente de esos colectivos”, alertaron.En tanto que la Policía denunció que en lugares como la zona Sur se tiene denuncias de que ciudadanos venezolanos están cometiendo robos en algunos centros comerciales. “Entre las modalidades que usan están unas bolsas de doble fondo, donde a simple vista no se encuentra nada”, dijo el comandante de la FELCC, Jhonny Aguilera.Página Siete / Ivone Juárez / La Paz