Ella estaba casada y tenía una hija. Él estaba casado, tenía una hija y mantenía una relación con Anna Magnani. Pero después de que la actriz sueca le mandara una carta la vida de ambos cambió para siempre.
staban metidos en tal embrollo que su boda tuvo que ser por poderes, a través de abogados y a miles de kilómetros de distancia de donde se encontraban. El romance entre la actriz Ingrid Bergman y el director Roberto Rossellini marca un antes y un después en la historia de los escándalos del siglo XX. Eran solo dos personas casadas que se habían enamorado y embarcado en una relación adúltera, nada que no se hubiese visto antes y más en la siempre agitada industria del cine, pero algo en ellos provocó que el resorte de la indignación internacional se encendiera con una virulencia pocas veces vista. Hubo condenas del Vaticano, quejas en el Senado de Estados Unidos, insultos de todo tipo y un interés de prensa y público ávido y destructivo. También hubo gloria, volcanes en erupción, platos de espaguetis volando por los aires, té y simpatía.
- “Querido señor Rossellini: He visto sus dos filmes, Roma, ciudad abierta y Paisà, que me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca, que habla el inglés perfectamente, que no ha olvidado el alemán, a quien apenas se entiende en francés y que del italiano solo sabe decir “Ti amo”, estoy dispuesta a acudir para hacer una película con usted. Ingrid Bergman”*
Esta carta ya legendaria forma parte de la historia del cine. No es extraño que dos sensibilidades artísticas de la talla de Ingrid Bergman y Rossellini conectaran a través de las películas del segundo, obras capitales del neorrealismo italiano que provocaron en Ingrid un cataclismo emocional e intelectual. “El realismo la sencillez de Roma, ciudad abierta eran sobrecogedores”, recuerda ella en sus memorias. “Nadie parecía actor y nadie hablaba como tal. Había oscuridad y sombras, algunas veces no se oía, y otras resultaba imposible incluso ver. Pero así es la vida… No siempre se ve y se oye, y, no obstante, se sabe que acontece algo que está casi más allá de lo comprensible”. Ingrid salió conmovida del cine aquella noche de primavera de 1948. No lo sabía, pero su vida acaba de cambiar para siempre.
La relación entre ambos era todavía epistolar, pero algo debían traslucir en lo que escribían porque al llegar al hotel Luna Convento en Amalfi junto a Anna, Roberto pidió que cualquier telegrama o carta con sello británico debería serle entregado a él con máxima discreción. Los empleados pensaron que esto no se aplicaba a su conocida pareja, así que cuando estaban en el comedor del hotel, un camarero se acercó y le dijo, a la vista de Anna: “Me encargó que si se recibía un telegrama de Inglaterra para usted, se lo diese en privado. Aquí lo tiene”. Anna ya había empezado a oír rumores sobre las conversaciones entre su amado y la famosa actriz sueca, a la que se decía que pensaba ofrecer un papel que había sido escrito para ella. “¿No te parece que ya está bien, Roberto?”, preguntó de forma amable sirviéndose más espaguetis con salsa de tomate. “Ah, sí, sí, grazie”, respondió él distraído. “Muy bien, tenlo entonces”, y le tiró la fuente de espaguetis encima.La intuitiva Magnani no se equivocaba. Cuando Ingrid llegó a Roma por primera vez para recorrer el sur del país de camino hacia Estrómboli, la isla de las Lípari en la que iba a rodarse la película –que entonces se llamaba todavía Tierra de Dios–, Roberto y ella se convirtieron en amantes: “Me enamoré de él porque era tan singular. No había conocido a nadie como él, tan libre. Daba nuevas dimensiones a la vida, límites nuevos, emociones y horizontes nuevos. Y me proporcionó una valentía desconocida”. La actriz llevaba más de diez años casada con el médico sueco Petter Lindström, su primer amor, pero hacía tiempo que no era feliz, ni en su relación ni en la jungla de Hollywood. De hecho, le había pedido el divorcio tiempo atrás, él se negó a concedérselo y, como tenían una hija pequeña, Pia, y la convivencia se resolvía sin sobresaltos, siguieron viviendo juntos bajo el mismo techo y ejerciendo a ojos del mundo como marido y mujer. Pero poco antes de conocer a Roberto, Ingrid había mantenido un romance con otra personalidad artística atormentada, el fotógrafo Robert Capa. Como aquello no tuvo mayores consecuencias, Petter se hizo el sueco (nunca mejor dicho). La historia con Roberto iba a ser completamente diferente. En él vio una salida para huir de un matrimonio y una industria en la que se sentía atrapada. “Había pasado tantos años esperando a alguien que me obligara a partir. Roberto fue ese alguien. No pensé que trastocase el mundo…”.
Por si eran pocos elementos de escándalo, pronto se sumó el hecho inaplazable de que tras tanta pasión adúltera, Ingrid estaba embarazada. Fue tal vez el pico de escándalo de su relación. El senador Edwin C. Johnson se refirió a ella en el Senado como “Una poderosa influencia en pro del mal”. Algunos de sus amigos salieron en su defensa: Ernest Hemingway apareció en portadas de periódicos declarando: “¿A qué viene tanta estupidez? Tendrá un hijo, de acuerdo. ¿Y qué? Las mujeres los tienen. Me enorgullezco de ella y me alegro. Ama a Roberto y Roberto la ama, y quieren un hijo. Deberíamos felicitarla en vez de condenarla”.La noche en la que Ingrid se puso de parto coincidió con el estreno de Volcano, una película de argumento similar a Stromboli creada por Anna Magnani para competir con la de su ex, dirigida por un americano. En medio del pase, la prensa comenzó a abandonar la sala al enterarse de que Ingrid estaba ingresada en una clínica para tener a su bebé. Anna se resignó, sabiendo que su película no podía competir contra aquel recién nacido en interés ante los demás. Volcano fue un fracaso de crítica y comercial. Así llegó al mundo en 1950 el niño, al que llamaron Robertino. El acoso de la prensa en el hospital era constante: hubo un fotógrafo que hizo pasar a su mujer embarazada por parturienta rellenándole más la barriga, otro que gateó por una cañería hasta el balcón de la actriz, otros intentaron sobornar a las monjas con un millón de liras y otros, resignados a no poder obtener la foto, hicieron montajes con las caras de Ingrid y Roberto y las publicaron sin más problemas.
Y estaba el asunto del dinero. Roberto, criado en la abundancia, estaba acostumbrado a vivir a lo grande, pero todas y cada una de las películas en las que trabajó junto a su esposa Ingrid fueron fracasos comerciales. En el 56 apareció el director Jean Renoir para ofrecerle a la actriz un papel en Elena y los hombres. Rossellini admiraba tanto a Renoir que le permitió a su esposa rodar con él, en lo que acabó con la frustrante racha laboral en la que llevaba años inmersa. Después de eso le ofrecieron protagonizar una obra de teatro en francés, Té y simpatía. Así cuenta Bergman lo que sucedió: “Té y simpatía cuenta la historia de un estudiante interno que teme ser homosexual. La homosexualidad había preocupado siempre a mi marido. Cuando le propuse internar a Robertino en un colegio suizo o británico, estalló. “¿Qué? ¡En lo internados es donde empiezan esas cosas!”. La trama le repugnaba. No le molestaba ni el desarrollo, ni el autor, sino todo en general. Le encrespaba el hecho de que yo demostrase al muchacho que no era homosexual iniciándole en el conocimiento del sexo. Aquello trastornaba a mi marido”. Rossellini intentó prohibir a su esposa que interpretase la obra, pero ella se negó, esgrimiendo que había firmado un contrato y que a ella le encantaba el texto. Roberto contratacó machacándola con que se iban a reír de ella y que iba a ser un fracaso. La noche del estreno le espetó “Prepárate, porque en el primer entreacto, la mitad de los espectadores se irá de la sala”. No sucedió así. Fue aplaudida con una ovación estruendosa. “El público había enloquecido. No había manera de interrumpirle. Puesto en pie, gritaba, aplaudía y vitoreaba. Me incliné sola en el centro de la escena y, al doblar el cuerpo, volví la cabeza para mirar a Roberto. Nuestros ojos se encontraron. Nos observamos de hito en hito. Supe entonces que nuestro matrimonio se había deshecho, aunque continuáramos viviendo juntos”.
El mundo cambió muy rápido y la anterior persona non grata obtenía en el 56 un segundo Oscar por su papel en Anastasia, recogido por su amigo Cary Grant. Ingrid se enteró por la radio, mientras se bañaba en su hotel de París donde vivía mientras representaba Té y simpatía. Lloró de felicidad ante su hijo Robertino y al poco regresó a Estados Unidos para volver a rodar. Su rehabilitación ante la industria fue total. Se convirtió en uno de los nombres respetados del cine en varios idiomas y nacionalidades, en una leyenda viva. Llegó también la rectificación del Senado, que le pidió disculpas por lo allí dicho en su contra. Declaró ella “Cuando me marché a Italia, un senador pronunció un discurso contra mí y lo concluyó asegurando que de las cenizas de Hollywood resurgiría un Hollywood mejor”… se había equivocado. En vez de “las cenizas de Hollywood habría tenido que decir “de las cenizas de Ingrid Berman”. No se dio cuenta hasta escuchar la grabación, que la hizo estallar en carcajadas y soltar: “Espero veintidós años para vengarme y me equivoco”.La venganza tampoco formó parte de la vida de Anna Magnani más allá del plato de pasta. Continuó su carrera trabajando con los mejores directores italianos e incluso ganó un Oscar el año antes de que Ingrid consiguiese su segunda estatuilla; cuando enfermó de cáncer, Roberto le envió flores pese a los años transcurridos, ella le escribió pidiéndole que fuese a verla y desde entonces volvieron a verse con regularidad. Recuerda Ingrid “Cuando lo supe, le llamé para comunicarle que me alegraba de lo que hacía. El círculo se había cerrado: tuvo cerca al hombre al que había querido por encima de todo”. Cuando Anna murió en el 73, Roberto aceptó que fuese enterrada en su panteón familiar, y ahí reposa todavía, en compañía de Roberto, que falleció en el 77.
Con el tiempo, Ingrid también recuperaría a Pia tras tantos años alejadas. A los veinte años y tras un matrimonio fallido, la joven, perdida y sin saber qué hacer con su vida, se fue a París a vivir con su madre y Lars. “Llegué a conocer a mamá bajo otra luz y me enamoré de ella. Pocas jóvenes tienen una madre tan extraordinaria, alegre, divertida, dispuesta a salir y actuar, ver esto o aquello, asistir al cine y el teatro, cenar fuera de casa, corretear, madrugar e ir de compras. Le sobraban energías. Asombraba”. Poco después de esto, murió la abuela de sus hermanos, Ingrid, Isabella (la futura actriz) y Robin (Robertino), así que decidió ir a Roma sin hablar una palabra de italiano y hacerse cargo de la casa con cocinera e institutriz, para conocerles y encontrarse a sí misma. “Así haría algo e importaría a alguien. Estuve tres años con ellos. Mamá me enviaba dinero, yo pagaba los sueldos y llevaba a mis hermanos al dentista, a montar a caballo y a estudiar. Fue una buenísima experiencia que, en cierto modo, necesitaba. No tenía sitio preciso en el mundo, no concebía una profesión para la que me sintiera llamada, me hallaba desorientada. Debía echar raíces, descubrir un lugar en que vivir, convencerme de que era útil, ayudar a alguien y llevar a cabo algo que no fuese gratuito”. Roberto les visitaba a la hora de comer, se ponía a hablar por teléfono sobre negocios, películas y dinero y se iba repartiendo besos a todos. Prosigue Pia: “Me agradaba Italia. Me alegraba de estar en ella. Me felicitaba de haberlos conocido, de haber conocido a Roberto con mis propios ojos, sin depender de las opiniones o ideas ajenas sobre cómo él era; me felicito de haber conocido a Sonali y a todos, porque me benefició observar y comprender cuanto ocurría, para tener una noción de cómo había sucedido lo anterior”.
Fuente: revistavanityfair.es