De dictadores y sus patrañas

Todos los dictadores, así sean los más atrabiliarios, siempre han proclamado su respeto a la democracia y se han reclamado depositarios de una voluntad popular, a la cual, por supuesto, ellos dan una sui generis y personal interpretación.

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*  De igual forma varios de ellos llegaron al gobierno por la vía del voto pero llegado el momento decidieron que el consultar al pueblo cada determinado periodo resultaba francamente engorroso y solo ocasionaba perjuicios ya que, decían, el pueblo solo quería trabajar y dejar que otros se sacrifiquen ocupándose de sus asuntos.



La lista es larga y podríamos comenzar con quien fue la figura emblemática de los dictadores en los países que llegaron a ser descritos como “repúblicas bananeras”. Rafael Leónidas Trujillo “gobernó” la República Dominicana durante 31 años tiempo durante el cual “ganó” en forma personal o interpósita persona, seis elecciones.

Mientras se adueñaba de haciendas y empresas, masacraba opositores y cometía un sin fin de latrocinios, nunca dejó de hablar de democracia y siempre dijo que él encarnaba todas las aspiraciones de su pueblo, que por otra parte, se moría de hambre mientras “Chapitas” como era conocido Trujillo por su afición a auto otorgarse medallas y condecoraciones de los más variados estilos, formas y colores, acumulaba yates, mansiones y vehículos de lujo.

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Pero eso sí, a Chapitas se le puede reprochar todo menos que haya violado las leyes. Desde un primer momento se ocupó de tener una constitución que se ajustara exactamente a la medida de sus deseos y una ley electoral que le permitiera cumplir su deseo de gobernar de por vida y, si es posible, más allá de ella. Por si fuera poco se rodeó de un grupo de cortesanos venales que recibían las migajas de su poder, que actuaban unas veces como ministros, otras como parlamentarios pero que en realidad tenían como única y exclusiva función estar atentos a los deseos del dictador.

Trujillo dijo que solo lo sacarían muerto del gobierno y tuvo que haber un grupo de patriotas que lo obligue a cumplir su promesa.

Casi en la misma época, Adolfo Hitler ganaba por pequeño margen las elecciones en la culta y civilizada Alemania. Sin embargo, no había llegado a asumir el gobierno, cuando ya comenzaba a desmontar de manera concienzuda, en aras del supremo interés del pueblo alemán, todas las normas y reglas inherentes al sistema institucional democrático y que al final desembocarían en la peor carnicería que ha conocido la humanidad.

Son apenas dos ejemplos, dos personajes arquetípicos que ayudan a trazar con cierta precisión las personalidades de los dictadores y los métodos que utilizan cuando en los límites de la paranoia comienzan a considerarse como los únicos y exclusivos depositarios de la voluntad popular.

Se tratan, a pesar de las distancias en el tiempo y el espacio, de dos modelos en los que seguramente se ha inspirado Hugo Chávez, que además cuenta con la ventaja de los ingentes petrodólares. La patraña no tiene nada de nuevo. Se proclama bien alto el derecho que tiene el pueblo para decidir y luego se utiliza todos los mecanismos del Estado, sus recursos, la propaganda, para que esa “voluntad” sea idéntica a la del dictador. Chávez no es muy original que digamos en sus argumentos ni en sus métodos y su fiel discípulo -el que los bolivianos tenemos en casa- lo es menos.

Llama  la atención que algunos pueblos no tengan algo de compasión con esos angelicales personajes y les impidan que se sacrifiquen por ellos de esa forma tan bárbara. Es sencillamente inhumano permitir que alguien llegue a esos extremos de sacrificio y pretenda gobernar desinteresadamente hasta el final de sus días más aún cuando los pueblos son frecuentemente muy malagradecidos.

*Proclaman vencedor a Chávez en enmienda de reelección a perpetuidad (gráfico La Nueva Cuba)