Este mes de octubre, que casi termina, ha traído días de nuevos temblores en América Latina, protagonizados esta vez por los ciudadanos, comenta Yoani Sánchez.
¿Qué ha pasado para que varios países latinoamericanos parezcan estar a punto de la fractura social? Las respuestas son complejas, pero más allá de las teorías de la conspiración que culpan a factores externos, se está produciendo un quiebre de la manera en que la ciudadanía se relaciona con el poder y emplaza a éste. Las urna ya no satisfacen a un sector que -por décadas- ha visto aumentar la inequidad, crecer la corrupción, subir el costo de la vida y alternarse a los partidos en la silla presidencial sin que eso mejore significativamente su vida. La frustración ha sido el combustible principal de estas revueltas.Así como también atravesamos desde hace años una crisis de los modelos políticos, donde las alineaciones de izquierda y derecha no funcionan para dar respuesta a la complejidad de situaciones que vive el continente, también las sociedades están cambiando sus propias maneras de visibilizar las demandas y los reclamos. No en balde, tanto en el caso de Ecuador como en el de Chile, los Gobiernos optaron por echar atrás las medidas económicas que habían destapado las protestas, ante la evidencia de que la llama prendida no iba a apagarse en pocas horas. Esta vez era para largo.Ahora, mientras unos hacen balance, otros se preparan para salir de nuevo a las calles, y los organismos internacionales investigan las denuncias de excesos policiales o de manipulación de los comicios presidenciales, es momento también para que la clase política de la región se replantee sus métodos. No vivimos aquellos tiempos en que para gobernar bastaba con ganar unas elecciones, hacer promesas, hilvanar consignas grandilocuentes en un discurso, difamar del adversario, inaugurar obras públicas o tener un equipo de trabajo para manejar las redes sociales. La ciudadanía quiere más.América Latina sigue siendo un territorio de grandes iniquidades, un espacio en que el servicio público es visto más como una posición a la que aspirar y no como una responsabilidad que ejercer, donde los pleitos entre fuerzas partidistas siguen dominando la escena y las posturas ideológicas polarizan excesivamente los debates.Este todavía es un continente donde los electores perciben que, muchas veces, su voluntad no es respetada ni tenida en cuenta. Mientras esa insatisfacción se mantenga, poco importarán los gases lacrimógenos, los pedidos presidenciales de perdón o la manipulación de las urnas, la ciudadanía se expresará en las calles, como una fuerza telúrica que sacude avenidas, edificios y conciencias.(cp)Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas.
Fuente: www.dw.com
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