Pablo Stefanoni
Nadie dudaba de que el opositor Mauricio Macri ganaría el domingo la primera vuelta en las elecciones para jefe de gobierno (alcalde) porteño. Lo anunciaban todas las encuestas, pero nadie esperó que fuera por tanto: casi 20 puntos sobre el candidato kirchnerista Daniel Filmus. Por eso no abundaron las explicaciones sobre los resultados. El ex presidente de Boca ganó en todos los barrios de la ciudad, los ricos del norte, los pobres del sur y los medios del medio. Consiguió el 47,1% frente al 27,8 de Filmus. Y bailó y cantó cumbia en esa mezcla de aires jailones (pitucos, aniñados, según el país) y barniz popular que suelen tener ahora las fiestas de las clases altas en Argentina. Finalmente, siguiendo los consejos de su asesor de imagen, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, habló de paz, amor y felicidad para todos. Todo en positivo. No como el ministro Aníbal Fernández, que decía estar festejando los resultados con un enojo que desmentía cada una de sus palabras.
Yo no conozco a nadie que haya votado por Macri -lo que debe hablar de lo limitado de mis relaciones sociales-, así que no tengo ningún testimonio de primera mano sobre las razones. En general hay una sensación de que su gestión -aun en sus propios términos “empresariales”- no fue buena. Para complicar las cosas, el argumento de que se trató simplemente de un voto antikirchnerista -aunque es posiblemente una de las principales motivaciones- parece chocar con la buena imagen de la presidenta en la ciudad (con más del 45% de imagen positiva). Frente a esa dificultad de no saber si buscar un sociólogo o un psicólogo para entender los resultados, muchos progresistas se enojan con esos clasemedieros que siguen siendo los mismos “gorilas” que sus padres y abuelos: esos que lograron la hazaña de que Perón no ganara Buenos Aires ni en sus mejores días. De todos modos, el enojo anticapitalino tiene sus sutilezas: ninguno de estos progresistas viviría en esos parajes del interior argentino donde la gente no vota a frívolos niños bien posmodernos, pero lo hace por oscuros caudillos que reparten bolsas de cemento o zapatillas, o simplemente hacen sentir a los empleados públicos que mejor voten por ellos.
Otro dato es que -según los encuestadores- varios de los que votaron por Macri podrían votar por Cristina en octubre. Eso es electoralmente tranquilizador para el Gobierno, pero ideológicamente perturbador. La razón sería que como la economía va bien, la gente vota al oficialismo, del color que sea. De hecho, este año, los diferentes oficialismos se impusieron en todas las elecciones provinciales (salvo en Catamarca). Pero eso hablaría más de un momento pos-menemista que precisamente anti-menemista, como quiere el kirchnerismo; es decir, hacer de los años 90 el cuco de la historia. Llevaría a reconocer que una gran parte del apoyo a Cristina tiene que ver con razones pragmáticas -y prosaicas-: el boom consumista, y que sólo una minoría la votará por la ley de medios o el matrimonio igualitario.
Macri expresa además un fenómeno sociológico. Todos coinciden en que en el fondo detesta la política, no le gusta hablar de política ni al parecer hacer política. Es un político antipolítico. La periodista K Sandra Russo recuerda que esta semana Macri le dijo a un periodista de La Nación: “Hablemos de sexo. ¿Por qué nunca me preguntan sobre sexo?”, y que Susana Giménez lo recibió en el plató de televisión con una frase para un candidato: “No te preocupes, que de política no te voy a preguntar”. Macri tiene de que hablar: se casó de nuevo, va a tener un hijo, lleva una vida relajada con viajes románticos a París…
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Todo lo cual, para la periodista que está escribiendo la biografía de Cristina, encaja a la perfección con la idea que tiene su asesor principal, Durán Barba, sobre la idea del “elector medio”: alguien más preocupado por el sexo que por la política. Es verdad. Pero tampoco veo a Sandra Russo viviendo en el interior “nacional y popular” que vota a gobernadores K que antes fueron menemistas, duhaldistas… pero siempre “peronistas”.
Además, posiblemente haya otras causas. En la ciudad el hecho de que Cristina haya elegido a dedo y con mucho autoritarismo al candidato -sin el más mínimo disimulo- y le haya metido como comisario político (vicealcalde) al ministro de Trabajo Carlos Tomada, posiblemente no haya agradado a los electores. Quizás el escándalo con Schoklender y las Madres haya pegado más que en otros electorados. Y otro dato: el kirchnerismo llevó tres listas a legisladores y el candidato de Cristina -nacido en la Esma, de padres desaparecidos- Juan Cabandié apenas llegó al 14%. Ahí pesó posiblemente la (mala) imagen de La Cámpora, a la que pertenece el candidato: una agrupación juvenil cuya punta del iceberg son jóvenes profesionales que ganan entre diez y 15 mil dólares por mes como funcionarios jerárquicos de empresas estatales.
También deben haber pesado, sin duda, imágenes reaccionarias sobre las invasiones de los pobladores del Gran Buenos Aires, que ocupan predios, usan “nuestros” hospitales, etc., etc. Y finalmente una observación del analista José Natanson en el canal estatal: ¿acaso fueron tan buenas las administraciones “progresistas” previas a Macri? Por suerte para el Gobierno, la oposición no tiene candidatos presidenciales con chances para octubre, y los que hay no heredarán fácilmente el voto macrista, cuya fuerza está virtualmente acotada a la ciudad de Buenos Aires.
Página Siete – La Paz