Emilio Martínez CardonaTodos hemos visto las fotografías en los últimos días, difundidas por las redes sociales: el ex vicedictador posando para la cámara desde un asiento en un bus del transporte colectivo de Buenos Aires, con su pequeña hija en brazos y de aspecto apesadumbrado.Por supuesto, casi nadie en Bolivia se traga el montaje, sabiendo que alias Qananchiri multiplicó su patrimonio 15 veces desde que llegó al poder, y eso es tan sólo la cantidad declarada públicamente.Lo cierto es que esas imágenes son para el ingenuo consumo internacional, sobre todo para la progresía argentina que lo cobija y también para la europea, una maniobra distractiva o compensatoria muy necesaria cuando comienzan a confirmarse los indicios –ya denunciados en la campaña- que existían sobre su manejo de un verdadero imperio de “capitalismo de camarilla”, que incluía a importantes empresas ferroviarias y a varios medios de comunicación.Así lo dejó en claro el “empresario favorito de Evo”, el paraguayo-venezolano Carlos Gill, quien días atrás admitió que “García Linera era el operador, el gerente del país”.La investigación de fortunas mal habidas durante los 14 años del régimen es parte de lo que seguramente habrá de encarar el gobierno de transición, en procura de establecer la verdad histórica, pero también de recuperar fondos que ayuden a cubrir el cráter en las cuentas fiscales dejado por el evolinerismo.De lo que no hay duda es de que el ex vice y “gerente del país” no necesita en absoluto usar el transporte público porteño, pudiendo hacerse poner a su disposición en cualquier momento una o varias movilidades suntuarias de esa empresa importadora de vehículos asiáticos, tan contratada por el Estado en los años de la fiesta masista y de la que era accionista o, cuando menos, alto “comisionista”.Pero hay que guardar las apariencias y mimetizarse un poco con el proletariado o la plebe peronoide, mejor si es con gesto adusto y hasta melancólico, nada de andarse mostrando muy feliz y de pelo suelto como hiciera, con mayor espontaneidad, en la anterior semana.Hay que cuidar el relato que habla de unos humildes justicieros sociales empujados al exilio por la derecha golpista, fascista, neoliberal y cavernaria, no sea cosa que se empiece a ver la verdad sobre una cleptocracia que aplicaba aquello del “capitalismo para los amigos y socialismo para los enemigos”, entendido esto último como la implementación abusiva, discrecional, de impuestos extorsivos, cupos burocráticos y mecanismos confiscatorios varios.De eso se trata, finalmente: de una guerra de narrativas, donde gana quien le impone al imaginario colectivo una determinada asignación de roles para los distintos actores; para sí mismo y para sus adversarios. En ese terreno evanescente se libran las batallas del futuro.
Fuente: Esto También Sucede