Las elecciones del populismo


Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 La caída del Muro de Berlín en 1989 y luego la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) causaron, primero, desencanto, luego nostalgia y, finalmente, la creación en nuestra región de una organización con predominio de los extremistas: el Foro de San Pablo, al que pertenece una amplia gama de la izquierda latinoamericana, entre la que se destaca el populismo, traducido en el Socialismo del Siglo XXI de Heinz Dieterich, comandado por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías e integrado por los países miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

Esta “neo izquierda” ha variado la estrategia para conservar el poder de los comunistas del tiempo de los soviéticos. Ahora convoca a elecciones y acepta la participación de otras organizaciones políticas; es decir, se empeña en mostrar que es demócrata y que llega al poder sólo por mandato del pueblo. Las clásicas elecciones que se celebraban en los países de la órbita comunista, en las que se votaba sólo por los candidatos del partido comunista, únicamente subsisten en nuestro continente en la Cuba de los Castro.



Lo que parecería que es una evolución del extremismo de izquierda hacia la democracia, está desmentido por las manipulaciones dolosas de las elecciones convocadas por el populismo. Así, se dan casos muy curiosos, como el de Venezuela que, en las últimas elecciones congresales, el gobierno “bolivariano” se las arregló para imponer reglas que le permitieron obtener una amplia mayoría congresal, con sólo la mitad de los votos ciudadanos. Si Chávez supera el mal que dice que le aqueja, podría tener todas las ventajas para imponer nuevamente su candidatura a otra reelección.

El entorno político de la presidente argentina, Doña Cristina Fernández de Kirchner, también estaría pringado con la enfermedad del fraude electoral. El resonante triunfo en las recientes elecciones primarias que le abrieron el camino a la reelección, se ha hecho sospechoso de “numerosas irregularidades…en elecciones primarias del 14 de agosto y el juez federal Manuel Blanco va a investigar los ‘errores muy grandes’ que se produjeron, según sus palabras, en la vital provincia de Buenos Aires” (Mariano Grondona. La Nación 28.08.2011). Fueron irregularidades –se dice– que no las necesitaba para ganar, pero la fuerza de la costumbre de engañar se impuso.

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Ahora le toca el turno al presidente de Nicaragua, el “sandinista” Daniel Ortega, para mostrar su habilidad –o su torpeza– para torcer las reglas democráticas y las leyes que regulan las elecciones, en su empeño de ser reelecto. Se sabe que para las elecciones del próximo 6 de noviembre, es decir, dentro de poco más de dos meses, más de medio millón de personas carecen de documentos para poder votar. Daniel Ortega busca su reelección, pese a que viola la Constitución que prohíbe la reelección continua y la de quienes ya hayan ocupado la presidencia en dos ocasiones. Ortega cae en ambos casos.

Daniel Ortega, seguramente por temor a que se descubran sus aprestos para el fraude, ha ordenado que los observadores electorales internacionales se sometan a un reglamento de "acompañamiento" que limita su trabajo, hasta el extremo de que serán las autoridades electorales nicaragüenses, adictas al sandinismo, las que establezcan las rutas que podrán recorrer esos observadores el día de la elección. Esto sí que huele a maniobra para ocultar un ostensible fraude.

En Bolivia se realizarán en octubre próximo elecciones de dudosa esencia democrática. Se van a elegir, en comicios generales, a magistrados de la administración de justicia. La preocupación no se limita al hecho de que se trate de un discutible experimento único, sino que, por sus características, se pone en duda la futura independencia del poder judicial con candidatos seleccionados por la circunstancial mayoría congresal del gobernante Movimiento al Socialismo.

Pero hay otros signos preocupantes: se ha llegado a proponer que, para votar, ingresen conjuntamente dos electores al recinto de sufragio, en el que antes, el ciudadano votaba solo, sin compañía, sin mirones, sin testigos, sin influencias. Y, para seguir con el disparate, la papeleta de votación, según se dice, será enorme, de casi un metro de largo. En fin elecciones, sin delegados, sin controles y complicadísimas.

Como se ve, en los países del ALBA, y también en otros, se cuecen las mismas habas cuando se trata de manipular elecciones.