En La Paz se habilitó tres espacios para acoger a migrantes, personas en tránsito y en situación de calle o adicción en espera que vayan por voluntad propia.
Leny Chuquimia / La Paz
Doña María (nombre convecional) vive en la esquina de la Indaburo y Pichincha, no en una casa sino en la calle. Su techo no es más que un plástico azul extendido sobre unas cajas de cartón, bajo el cual duerme y se resguarda durante la cuarentena.
Es una de las personas que se encuentran en situación de calle por problemas de consumo, indigencia, migración o transtornos psiquiátricos. Un estudio de 2015 señala que en el país hay 3.768 ciudadanos en esta situación en las nueve capitales del departamento más El Alto. A falta de normas, este sector no accede a los principales derechos y vive en el completo abandono.
«La vida en la calle es muy dura, sobre todo si eres mujer. Muchos intentan salir pero te agarra, no te suelta… poco a poco quisiera lograrlo», señala Tatiana (nombre convencional) desde el albergue edil para personas en situación de calle y consumo, habilitado en Alto Obrajes.
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Comparte el espacio con otras 19 personas. Casi todos varones. Dice que vive en la calle hace más de 15 años y no recuerda bien como llegó a ella, o prefiere no hacerlo. «Era casi niña cuando deje mi casa, conocí los bares, las discotecas y me acostumbré a vivir de ella», dice escondiendo la cara bajo una gorra desteñida.
«Por la emergencia del coronavirus hemos habilitado tres albergues. El primero es para personas en situación de calle donde tenemos más de 20 personas que ingresaron de forma voluntaria, muchos tienen problemas de consumo de alcohol y drogas. Tres son mujeres y el resto varones. Cuentan con asistencia médica las 24 horas», detalla la secretaria edil de Desarrollo Social, Rosmeri Acarapi.
El segundo albergue es para la población migrante, principalmente para ciudadanos venezolanos que no tiene una representación diplomática en el país. Los cobijados llegan a 31 entre hombres mujeres y niños. El tercer albergue es para personas en tránsito que estaban en La Paz y al sorprendidos por la cuarentena no pudieron retornar a sus regiones. Hay 21 cobijados.
Por su alta vulnerabilidad, quienes estaban en situación de calle fueron sometidos a las pruebas de covid-19. Afortunadamente todos dieron negativo.
Tataiana como el resto del grupo que llegó voluntariamente al albergue tiene problemas de consumo. Para ellos el alcohol, las drogas o los inhalantes son el ancla que los mantiene en las calles. Con cicatrices en manos y rostros tostados por el sol dicen que ahora están bien.
Pero no son los únicos que viven sin un techo. Los indigentes con cuadros psiquiátricos por el momento no tienen donde guarecerse de la pandemia. Alejados de la realidad pasan los días durmiendo en alguna esquina, inconscientes del hambre o la sed o el tiempo. Por su condición médica no pueden ser remitidos a alguno de los albergues.
«Hacemos trabajo de calle y sabemos dónde están y que patología pueden tener y que requieren seguimiento médico especializado que corresponde al tercer nivel de salud», dice Acarapi.
Señala que demandaron de la Gobernación de La Paz la habilitación de un espacio en el Pabellón de Psiquiatría del hospital de clínicas o en el psiquiátrico San Juan de Dios. «Lamentablemente hasta ahora no tenemos una respuesta para esta población. Tampoco hay una norma que permita que podamos obligarles a ingresar a una institución. En nuestros recorrido estamos llevando ropa y alimento para estas personas», explica.
En la calle Indaburo dicen que doña María no sabe bien lo que sucede, sin embargo parce ser más consciente que muchos. En las mañanas sale de su trinchera azul, se sienta al sol y se cubre el rostro con un paraguas viejo. Pero en cuanto las campanas de la plaza Murillo marcan el medio día se acomoda en medio de las cajas, se rodea de varias bolsas y ropas viejas y se cubre nuevamente con el plástico ese plástico color cielo.
Fuente: paginasiete.bo