Humberto Vacaflor Ganam
Uno de los experimentos más atrevidos de la política boliviana está llegando a su fin, condenado por la soberbia que se adueñó del personaje principal.
Los detalles de este desenlace los elegirá la muy imaginativa creatividad boliviana. Si ha de ser fácil o no, dependerá de las circunstancias.
Pero eso no es importante. Porque Bolivia deberá continuar. Habrá pasado otro aspirante a quedarse mucho tiempo y se habrá ido como su más próximo antecesor, del año 1980.
Mientras la soberbia lleva de la mano hacia la perdición a este personaje, no hay que perder tiempo batiendo palmas; hay que tomar previsiones.
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El episodio de los marchistas por el TIPNIS ha venido a retratar a los responsables de este experimento con precisión: son perversos y cínicos.
La pasión con que algunos de sus personajes se han entregado a denigrarse a sí mismos actuando como canallas asalariados permite sospechar que ellos tienen un análisis preciso.
Ellos creen que este es el fin de la historia en Bolivia, ya sea porque piensan que el proceso ha de seguir, o porque esperan que tras el derrumbe del masismo Bolivia vivirá el caos, otro tipo de fin de la historia.
Francis Fukuyama había definido la caída de la URSS como el fin de la historia porque la democracia liberal iba a consolidarse como el sistema superior en el mundo, para siempre.
Lo malo es que por esos años se estaba dando en África otro “fin de la historia”, cuando el Estado de Somalia dejó de existir en 1991. Un fin de la historia concebido como derrumbe del país.
¿Qué se necesita para quedar como Somalia? Esta es la lista de los ingredientes para cocinar una buena Somalia:
– La existencia de una planta que contenga una droga estimulante, que en caso de Somalia se llama khat.
– Organizaciones de narcotraficantes bien infiltradas en el poder político, en las instituciones y bien difundidas en la sociedad.
– Una transnacional del narcotráfico que maneja recursos muy superiores a los que genera la economía legal del país en cuestión.
– Bandas de contrabandistas que combaten a los aduaneros, hasta derrotarlos.
– Grupos de traficantes de esclavos, como los que llevan obreros bolivianos a los talleres de confección en Sao Paulo o Buenos Aires.
– Fronteras descontroladas, que convierten al país en una especie de agujero negro en la región, agujero por donde pasan todos los comercios en todas las direcciones.
– Actividades económicas legales desplazadas por las ilegales, a tal punto de crear una realidad ilegal próspera frente a una realidad legal languideciente.
– Que una de esas actividades ilegales logre poner en el gobierno a su líder, con el compromiso de crear las condiciones para que el mal crezca como una mancha de aceite.
– Instituciones frágiles que sucumben al embate del poder económico y la tentación de los barones del pecado.
Todo esto lleva a crear una nueva Somalia, esta vez en el corazón de Sudamérica. Salvo que el pueblo tome previsiones y cuente con dirigentes capaces de mirar hacia delante, sin egoísmos ni cálculos.