Gonzalo Chávez A.
En materia de resultados y desarrollo económico hemos vuelto a los años 30. Se ha consolidado nuestra vocación primaria exportadora. El 84% de nuestras ventas afuera siguen siendo minerales, energía y productos agrícolas. El péndulo de la historia ha vuelto a depositar su confianza en la acción del Estado adiposo e ineficiente en la economía. Todos esperábamos y apoyábamos acciones estatales de calidad, especialmente en el sector productivo, pero el viejo paquidermo gubernamental está de vuelta.
Como de costumbre, la pantomima de la ideología populista busca re-empaquetar, con el celofán de la propaganda, el viejo desarrollismo. Poses neorrevolucionarias, mitos recién lustrados por las consignas, eslóganes, retórica estridente y coquetos puños en alto anuncian un cambio con las mismas prácticas del pasado. Dos ejemplos: ¡Muerte a la microeconomía! se corea desde Comibol. Aquel que denuncia que el costo de producción del estaño, en una empresa estatal, está por encima de los precios internacionales, a la calle. La matemática de costos es neoliberal.
Además vuelve el desarrollo de arriba hacia abajo, impuesto por la tecnocracia. Caminos para llevar civilización a los “buenos salvajes”, sacrificio del medio ambiente y la biodiversidad. El progreso y orden debe llegar de mano del sector económico más globalizado y competitivo: la coca.
A lo largo de los últimos 50 años los objetivos del desarrollo se han multiplicado. Para las primeras teorías del desarrollo de los años 50, la meta principal era aumentar el ingreso per cápita de la población, incrementando la tasa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). Las políticas públicas debían focalizarse en obras de infraestructura. Posteriormente, se ampliaron los objetivos incorporando criterios como la reducción de la pobreza y la equidad. Fue la época de los índices de desarrollo humano como medidas del bienestar.
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En la actualidad, el concepto del desarrollo es mucho más amplio y sofisticado; éste debe ser integral y sostenible, con participación ciudadana, respetuoso de los ecosistemas sobre la base de los modelos de desarrollo local. Más aún, ahora se entiende, gracias a Amartya Sen, que desarrollo es la ampliación de las libertades de elección. Varios de estos conceptos están en la nueva Constitución, pero las acciones desarrollista y pragmática de los dueños de poder vuelven a las propuestas de hace 50 años. Pasaron los tiempos del enamoramiento con los movimientos sociales. Lo que se hizo con la mano se borra con el codo. La revolución del modelo de desarrollo quedó en el papel y en las competencias de poesía jurídica que organizan los nuevos doctorcitos.
En el campo político, las antes gloriosas marchas organizadas por los pueblos originarios, donde participaban masiva y militantemente la gente que ahora está en el Gobierno, se han convertido en manifestaciones de marionetas digitadas por constelaciones de conspiradores: Usaid, las Naciones Unidas, la derecha, los traidores-resentidos con el proceso de cambio, organizaciones no gubernamentales y Sánchez de Lozada. Sólo falta un conspirador que en breve será descubierto con pruebas contundentes, la FIFA. Me imagino las reuniones de coordinación entre los compañeros del CEJIS, los gringos, los cascos azules, los gonistas, los medioambientalistas y los ex masistas para hacer pasar agua y comida frente al bloqueo policial, por ejemplo.
Así están las cosas en el paraíso de la revolución. Pero, ¿qué se puede aprender de todo esto? Pues, la importancia de la coherencia en la acción de las personas. Los principios no se transan ni se acomodan a la lógica del poder. No todo vale para imponer acciones. En estos casos, los medios no justifican los fines. Las máscaras ideológicas no son para siempre. La acción política no puede ser administrada por el cuchillo del frío pragmatismo y la venganza. Las causas justas, como el derecho al desarrollo con respeto a la naturaleza, que están en la agenda de las políticas públicas, merecen mejores ideas, proyectos y acciones coherentes y no la cachaña política, el lodo de la intriga, el sistemático desprestigio del oponente y la imposición.
El país está perdiendo, en el caso del TIPNIS, una enorme oportunidad de colocar en práctica un verdadero nuevo modelo de desarrollo en equilibrio con la naturaleza y el medio ambiente. Parte de la solución es que el camino bordee el parque, pero más importante que esto es proponer y discutir con sus habitantes una estrategia de desarrollo integral para la zona que abarque cultura, economía, sociedad, turismo ecológico, biodiversidad, parques de biotecnología. Esto se lo debemos a las nuevas generaciones para evitar que Bolivia sea conocida en el mundo como la tierra del Avatar chuto.
Página Siete – La Paz