Mayoría y democracia


Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Con frecuencia se repite que uno de los importantes distintivos de una sana democracia es el respeto mutuo y convergente entre la mayoría y las minorías. Esto en contraposición a aquello, tan difundido, de que la mayoría siempre manda, lo que daría lugar a una suerte de patente de corso para imponer y sojuzgar. Es por esto que, cuando hay triunfos electorales contundentes en favor de una opción política, surgen temores de que se desaten los demonios de la imposición incontrolada y excluyente.

Se dice, también con razón, que la democracia, pese a sus evidentes defectos, es el mejor de los sistemas que ha sido ideado para regir una sociedad. Sin embargo de que esto se repite con tanta insistencia, no hay muchas precisiones sobre cuáles son esos ‘defectos’. Lo cierto es que una mayoría, con el tiempo, por causa de desgaste natural o por errores y aun tropelías, se esfuma. Entonces se pone a prueba la esencia de los estadistas y la madurez de los militantes del oficialismo y de la oposición. Las desviaciones hacia la autocracia de los triunfantes en elecciones originalmente impecables se dan precisamente durante el periodo de los mandatos; mandatos que muchas veces se van prolongando en sucesivos comicios, ya no tan justos ni tan puros.



Cuando hay un cambio en el respaldo ciudadano, supuestamente llega el tiempo de la alternancia que, como afirmaba Winston Churchill, “fecunda el suelo de la democracia”. Parecería, entonces, que en la alternancia estaría la fórmula mágica para la continuidad de la democracia. Idealmente, cuando se ha perdido la mayoría, el oficialismo cambia de rumbo o se sujeta a una nueva prueba democrática: la electoral. Pero esto no sucede usualmente. Algunos, abandonados ya por el respaldo popular, en la porfía de extender su permanencia en el poder, apelan a un porfiado ejercicio electoral, tantas veces manipulado.

Quizá –se dice– el defecto se origine en los regímenes presidencialistas; es decir en los que tienen plazo fijo, sin dar posibilidad de cambios a medio camino. Se piensa que el sistema parlamentario predominante en Europa abre la posibilidad del voto congresal de censura para acabar con un régimen que ha perdido el apoyo ciudadano. De hecho, esto ha sucedido con alguna frecuencia, pero, a la vez, se dio lugar a la inestabilidad y a la precaria continuidad institucional.

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La búsqueda de defectos de la democracia representativa radica no en la concepción de la misma, ni en los sistemas, sino en la escasa formación democrática de los dirigentes. Es, desde el liderazgo del Estado, que se cae en la tentación de dominar todos los espacios de poder y, una vez eliminados los equilibrios y contrapesos, llegar a la dictadura.

El constitucionalista argentino Jorge Alejandro Amaya, en un lúcido artículo sobre este tema de la mayoría y las minorías dice: “…la expresión ‘democracia madisoniana’ recuerda que la democracia no se define como el poder omnímodo de la mayoría, sino como el compromiso constitucional con la garantía de los derechos intangibles de las minorías (…) sometido a un escrutinio lógico, el concepto de mayoría pierde sustancia, solo queda como instrumento aritmético operativo. Se pregunta con agudeza (Giovanni) Sartori: ¿qué cualidad ética añade un voto para tener la virtud mágica de convertir en correcto el querer de 51 y en incorrecto el de 49?” (Mayoría y minorías en la democracia. La Nación, Buenos Aires, 18/07/2007)

Este es un asunto abierto a la discusión.

El Deber – Santa Cruz


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