Por qué el placer nos sienta tan bien


Ir de compras, tener orgasmos, aprender, comer alimentos con muchas calorías, jugar a juegos de azar, bailar hasta la extenuación y jugar por internet activan señales que convergen en un pequeño grupo de regiones cerebrales conectadas entre sí del llamado circuito mesocorticolímbico del placer, donde se producen los “subidones” de dopamina.

Es más, como nos cuenta el neurocientífico David J. Linden en La brújula del placer (Paidós, 2011), “hasta una simple idea puede activar al circuito del placer”. La parte “oscura” es que este circuito natural e innato también responde a sustancias artificiales como la cocaína, la nicotina o el alcohol, que crean adicciones peligrosas.

Linden, que se dedica a enseñar neurociencia en la Facultad de Medicina de la Universidad John Hopkins (EE UU), consigue en este libro explicar la neurobiología de lo placentero en un lenguaje asequible para todos los públicos.



 A lo largo de sus páginas habla del botón del placer, de sustancias que “colocan”, del placer de comer, del sexo, de la ludopatía y otras compulsiones modernas… Incluso se atreve a esbozar cómo será el escenario futuro de la ciencia del placer.

Vicio o virtud

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Cuando una experiencia nos resulta placentera, cuenta Linden, se ponen en marcha varios procesos: a) la experiencia nos gusta (inmediata); b) asociamos esa experiencia a datos sensoriales externos (lo que vemos, oímos, olemos, tc.) e internos (pensamientos y sensaciones) para poder predecir cómo actuar para repetir la experiencia; y c) asignamos un valor a la experiencia placentera para que en el futuro podamos elegir entre distintas experiencias que nos hacen sentir placer, y decidir el esfuerzo y el riesgo que estamos dispuestos a asumir para obtenerlas.

Ahora bien, como explica Linden, las sociedades humanas tienen “un concepto del vicio que se aplica a la falta de mesura en el comer, el sexo, el consumo de sustancias o los juegos de azar”. Pero lo sorprendente para el investigador es que muchas conductas que consideramos virtuosas tienen efectos similares en el cerebro.

“El ejercicio físico voluntario, ciertas formas de meditación u oración, la aprobación social e incluso la donación de dinero pueden activar el circuito del placer”, añade. “Las virtudes y los vicios constituyen una unidad neuronal: el placer es la brújula que nos guía, con independencia del camino que tomemos”, concluye Linden.

Fuente: www.muyinteresante.es


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