El año que termina en pocos días ha sido el de la debacle sostenida para el gobierno cocalero de Evo Morales.
La caída en picada comenzó con los coletazos del “gasolinazo”, que en enero de 2011 generaron una fuerte presión inflacionaria y una brusca bajada en la popularidad presidencial, de manera que Morales llegó a cosechar un rechazo del 63%.
Comenzaba a resquebrajarse el mito del gobierno popular y a verse la realidad de una burocracia impulsada por la voracidad fiscal.
Poco después se produjo la captura en Panamá del general René Sanabria y su traslado a una prisión de la Florida, Estados Unidos.
Aunque el régimen hizo malabares mediáticos para desviar el asunto atrapando a varios asociados menores de Sanabria, el caso puso en entredicho al propio Ministerio de Gobierno, donde el narco-general se desempeñaba como jefe del Centro de Inteligencia.
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El término “Narco-Estado” empezó a ponerse de moda.
Luego vendría la huelga general de la Central Obrera Boliviana (COB), temporal que el poder central pudo capear gracias a la colaboración de una dirigencia todavía tibia, pero que de todas formas mostró las fisuras entre gobernantes y trabajadores.
Meses más tarde comenzaría la batalla más costosa para el evismo: la marcha indígena en defensa del TIPNIS, que tendría sus hitos principales en el operativo de represión policial ordenado desde el Ejecutivo y la posterior entrada triunfal de los marchistas en la ciudad de La Paz.
Pocos días después de que el presidente Morales se viera obligado a firmar la ley corta del TIPNIS (ya se escuchaban en la Plaza Murillo las alusiones a Villarroel) vendría una nueva derrota, con el aluvión de votos nulos y blancos en las elecciones judiciales del 16 de octubre.
En ese contexto se produjo otra caída en la popularidad presidencial, cuyo respaldo se redujo al 36%.
Así nos acercamos al 2012, donde lo más probable es que un gobierno ya agotado siga su camino de desgaste progresivo…