El 2005 el MAS ganó elecciones presidenciales con un 54%, en agosto de 2008 se celebró el Referéndum Revocatorio y ganó con un 67.43%. El año 2009 se celebraron nuevamente elecciones, las cuales ganó Morales con un 64.22%. El 2014 el MAS gana nuevamente con el 63.36%, aunque ya con muchas dudas sobre la transparencia de los resultados. Asimismo, en el referéndum del 21 de febrero de 2016 para modificar la CPE en cuanto a la reelección, el resultado oficial fue de 51.3% a favor del NO y 48.7% a favor del SI. Pese a que también hubo serias sospechas de fraude, se aceptaron los resultados. Por último, y poniendo fin al ciclo de Evo Morales, el 20 de octubre de 2019 se vivieron elecciones generales, que pese a que dieron como ganador al MAS en primera vuelta, fueron interrumpidas y anuladas por fraude electoral, lo que derivó en la renuncia del que fue entonces presidente del “Estado Plurinacional”.
Para concluir la historia ya conocida por todos ustedes, el pasado 18 de octubre de 2020 se llevaron a cabo elecciones presidenciales, en el que el MAS se presentó con otro candidato: Luis Arce C. Si bien a la fecha no existen resultados oficiales, encuestas en boca de urna y el conteo oficial avanzado dan un claro ganador con un porcentaje similar al de 2005 (mayor al 50% y con diferencia de 20% respecto al segundo).
Si bien podíamos pensar que Evo Morales era un “animal político” que arrasaba con todas las elecciones, resulta que el “partido” parece ser más poderoso que el candidato, en vista de que no necesitaron del caudillo. Podríamos decir que existía un “líder” (Arce) y además, una “voz dominante” (Evo Morales), o, ¿es que el papel de ellos pasó a segundo plano?
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Muchos artículos se publicaron sobre el virtual triunfo del MAS, por el impacto mediático y por la contundencia de los resultados que dejó a todos un poco sorprendidos. Entre las ideas, acertadas respecto a las causas del fracaso de la oposición o el éxito del MAS, tenemos:
- La mala gestión del gobierno transitorio, que enfrentando una pandemia y la paralización de la economía, cometió actos de corrupción; no contaba con una estrategia comunicacional que mostrara a qué nos enfrentábamos después de 14 años de desintitucionalización, despilfarro y corrupción; no mostró el pésimo manejo económico del anterior gobierno, el desinterés en la salud y el abandono de la educación. Todo esto fue matizado por la tardanza de las elecciones, la persistencia de las estructuras masistas en instituciones públicas, la Asamblea Plurinacional con mayoría parlamentaria, el ataque abierto a los “masistas” y la torpeza de algunas autoridades con rasgos de discriminación y clasismo, mostrando un Estado gobernado por nuevas élites; esta vez, de cambas y k´aras. Una conclusión importante es que no se diferenciaron del gobierno anterior; lo viejo conocido, sólo cambió de rostro y acrecentó el miedo de la población hacia la crisis, no hizo justicia por los hechos sucedidos el año pasado y mucho menos castigó el fraude electoral.
- La dispersión de la oposición y la estrategia electoral deficiente. En lo principal, la estrategia era atacar a Evo Morales, ir contra el fraude, el autoritarismo y la corrupción, aunque sabíamos que eso ocurrió el año pasado. La coyuntura en medio de la pandemia, indiscutiblemente era otra. El discurso estuvo acompañado de soberbia o por lo menos, de exceso de confianza, pensando que el masismo no iba a volver porque ya lo habíamos botado una vez, por lo que no pensaron siquiera en acuerdos o convenios con organizaciones sociales y regiones. Además, en la mayoría de los casos en las regiones, contaban con candidatos “impostores”, sin ninguna potencia electoral y representación; siendo además que las planchas en general no cumplían con ningún criterio de inclusión, se olvidaron de los indígenas. El primer candidato de la “oposición democrática” era sólo el candidato de las ciudades y el segundo posicionado, sólo era candidato del regionalismo de las “élites orientales”. En esta coyuntura, los programas de gobierno quedaron en segundo plano y no pudieron ser siquiera adecuadamente comunicados.
- Por último, el candidato del oriente; que por supuesto tenía todo el derecho de participar, contribuyó a la victoria del masismo porque dividió de manera importante el voto de la “oposición democrática”, sabiendo que no contaba con posibilidades de ganar, a más de contar con alguna participación parlamentaria. Su lucha se centró en la reivindicación del oriente, queriendo posicionar un presidente camba y en contra además, de la “vieja política”. El abanderado de las luchas del 2019, se convirtió en el villano del 2020.
Sin embargo de lo dicho, y con el afán de complementar el análisis, la “divina” neurociencia nos trae algunas luces para entender lo sucedido, desde el funcionamiento básico del cerebro humano:
- El cerebro es un órgano social, por lo que la evidencia no cambia lo que pensamos si vivimos en sociedad y todos piensan de una forma, por lo tanto, buscamos personas que piensen o sean igual a nosotros, somos tribales. Se debe tener en cuenta además, que recordamos las cosas que coinciden con lo que pensamos, por lo que el contexto y nuestro grupo, influye en lo que actuamos y pensamos, según las experiencias vividas. Para nuestra especie es más importante la sobrevivencia que la verdad. A finales del 2019 la población salió a las calles porque estaba cansada del autoritarismo, la corrupción y en general, de 14 años de engaño. En ese entonces, se unieron los bolivianos, incluidas las organizaciones sociales, formaron todos un grupo (una nueva tribu). Entramos al 2020 y era evidente que el fin del MAS estaba cerca, sin embargo, nos sorprendió la pandemia y paralizamos la economía, nos dimos cuenta de los problemas de la salud y muchas otras que citamos con anterioridad. La unidad que se logró el año pasado se rompió. El discurso de la oposición democrática se estrellaba contra Evo y los masistas y sólo provocó mayor división. Los problemas económicos nos recordaban los años pasados y nos decían que era culpa sólo del gobierno de transición, y aunque dudábamos, queríamos pensar que todo podría volver a ser como antes. Por otro lado, el bloqueo del oxígeno por parte de violentos masistas y el desabastecimiento en las ciudades nos hizo recuerdo a octubre y noviembre de 2019 y no importaba de quién era la culpa, valió más la experiencia que la evidencia. Preferimos refugiarnos (sobrevivir) en lo viejo conocido, el “mal peor”. El voto oculto se convirtió en una nueva clase de “voto útil”, y el MAS acrecentó su adhesión aceleradamente las dos últimas semanas.
- A la mayoría de la gente no le gusta que le digan qué creer, y cualquier cosa que sienta como presión para pensar de cierta manera hace que la gente quiera hacer lo contrario. Hay un aspecto profundamente tribal de la naturaleza humana que reacciona negativamente cuando un mensaje como de este tipo llega a nuestro cerebro. La gente divide naturalmente el mundo en “nosotros” versus “ellos”. Como ya nos habíamos dividido, no podíamos creer que la derecha vaya a ser mejor, porque además, nada los diferenciaba del anterior gobierno. Los discursos se oían amenazantes y con tanta presión preferíamos creer que antes todo era mejor, la pandemia hizo lo suyo. El plano emocional se superpuso a lo racional, siendo el miedo y la incertidumbre lo que determinaría la decisión en las elecciones (emociones básicas del cerebro).
- La empatía y la idealización de los líderes coyunturales. Por un lado, el líder opositor que podía ganarle al MAS ya no representaba la recuperación de la democracia (dado que ya se fue Evo morales), ni el que nos podía salvar de la crisis, ya que sus iguales del gobierno de transición lo hicieron mal, menos podía unir a los bolivianos, porque nos volvimos a dividir y ni su discurso ni el sus iguales iban en esa dirección (incluido el gobierno), sino más bien acrecentaban la división. El discurso del líder que ocupaba el tercer lugar cumplía la misma función, pero en mayor grado, exacerbando el sentimiento del poderío regionalista de Santa Cruz, dejándonos a los demás en la indefensión. El líder del MAS pasaba desapercibido ya que representaba solamente las viejas consignas de hace 14 años atrás, y tenía a lado una voz dominante desde argentina que con su discurso hizo recuerdo de la división, de la discriminación y la dominación de los unos por los otros.
El tribalismo es parte de la naturaleza humana, y cualquier esfuerzo para fingir que no lo es o para cambiar esa realidad, será percibido por muchos como una amenaza contra el grupo. Es así que todo confabuló para que el pueblo actúe sin la necesidad de líderes, ya que con ninguno se sintieron identificados, y por supuesto, tampoco pudieron idealizarlos. Sólo pudieron identificar a sus iguales, a los de a lado, a todos esos que preferían la paz, la certidumbre y con los que se sentían bien durante 14 años. Los partidos políticos y sus líderes no fueron capaces de cambiar esta realidad y de unir los intereses de todos los bolivianos, incluido el virtual ganador. Las estrategias electorales fueron las mismas y estuvieron trasnochadas; en un caso desde hace 14 años, y en el otro, desde el año pasado, sin que nadie se dé cuenta que la coyuntura ya era distinta. Lo curioso es que el primer caso fue exitoso, no por un esfuerzo mental de los estrategas, sino más bien, por mera casualidad.
La realidad de aquí para adelante es otra, el 20% de indecisos apoyó a última hora al MAS pero prestó su voto de manera condicionada, solo por una parte de la torta del poder. Ya no se sienten identificados, y por lo tanto, ahora tendrán exigencias por sus propios intereses que en cualquier momento producirán una implosión del llamado “instrumento”. Para colmo de males, deben enfrentar la crisis provocada por el MAS y ahondada por la pandemia, y debe quedar claro que sus estructuras fueron acostumbradas al prebendalismo y a la corrupción durante 14 años, por lo que es muy probable que no puedan frenar el fin de su modelo, ni corregir su manera de ver el mundo.
Por todo lo expuesto, es ahora que estoy dispuesto a cambiar el título de este artículo: “El triunfo del MAS y la Divina Providencia”, lo que implica, no solo la ineptitud y ceguera de la “oposición democrática”, sino también la suerte de los que se sentían perdedores y ganaron.