Bolivia, entre el desencanto y la esperanza


Gonzalo Villegas Vacaflor

GATO Partiendo del concepto de que oposición se relaciona con el conflicto político entendido como la mutua, simultánea y contradictoria aspiración de dos fuerzas oponentes a un mismo objetivo; contradictoriamente la oposición política boliviana al gobierno de Morales en la coyuntura actual tiene objetivos dispersos y confusos que poco aportan a la democracia, al país, y sin lugar a dudas atraviesa por uno de los momentos más críticos en la historia nacional.

Es endeble, desarticulada, no tiene un proyecto político definido, carece de discurso y toda esta crisis se refleja en peleas internas; pero además, en una falta de coherencia en las actuaciones legislativas, con el surgimiento de una especie de pequeños líderes individuales, líos personales y de grupos, que parecen cada día darle un golpe de gracia a lo que en determinado momento los emprendedores de conformar una oposición política pensaron que podía estar al frente del poder casi hegemónico del partido de gobierno.



La oposición política no ha logrado articular un discurso ideológico con ideas y propuestas frente al oficialismo, lo frecuente es que la dispersión de sus integrantes se presente de un momento a otro y se convierta en una constante. La oposición no tiene cuadros organizados ni una estructura partidaria.

Después de la reciente experiencia venezolana de elegir a un candidato único de las fuerzas opositoras, en Bolivia continúan pensado unir esfuerzos para hacer frente a la maquinaria electoral del Movimiento Al Socialismo, y conjuncionar fuerzas entre líderes políticos opositores que en este momento tienen cierto peso en algunos segmentos de la población, pero hasta el momento sólo existen intenciones, que en principio deben vencer las ambiciones de los jefes partidarios, pues no es viable que su único elemento de unidad sea “cualquiera menos Evo”.

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Es también cierto que el gobierno de Morales ha jugado un papel nada limpio para acelerar el derrumbe de la oposición política, con estrategias que en su momento han sido criticadas y calificadas como persecución política “judicializada”. Sin embargo, la oposición política o lo que ha quedado de ella, no ha logrado una reorganización y está quedando en vestigios, quizás con alguna excepción.

Por otro lado oposición, tiene un concepto básico entendido como una aspiración contradictoria de dos fuerzas oponentes a un mismo objetivo. La oposición política boliviana no enseña cuál es ese objetivo, que obviamente puede estar dirigido a la toma del poder por la vía democrática, pero que en los hechos, no expresa en ese mismo plano, es decir el electoral, programas y alternativas.

Es difícil predecir, si en estas circunstancias, la democracia boliviana lograra un contrapeso político, que plantee opciones y al mismo tiempo permita equilibrios en el ejercicio político del actual esquema de gobierno.

Es una realidad a tomar en cuenta de que Morales una vez instalado en el poder, después de la debacle de la “democracia pactada”, él y los que encandilaron a la sociedad boliviana con un proyecto híbrido entre indigenismo e “izquierda” aduciendo que el camino hacia el socialismo con ellos era factible. Entendiendo por esto una sociedad más justa, no el socialismo real de los soviéticos. Al presente ya no pueden sostener una utopía cercana, de modo que existe un consiguiente “ablandamiento” de posiciones y una pérdida de la adherencia al “gran relato” revolucionario. Paradoja de un momento donde a juzgar por la sola variable económica las reacciones sociales y la radicalización, podrían parecer altamente esperables. Con este discurso y accionar gastado que desencanta cada día que pasa al pueblo boliviano, no se avizora una alternativa al “estado plurinacional”.

Considerando las actuaciones de la oposición y el gobierno de Morales; es importante diferenciar entre la moral de la convicción y la moral de la responsabilidad. Weber decía que hay dos formas de luchar políticamente por los fines que cada quien concibe. Pero hay una diferencia fundamental: el sacrificio o no de cosas y personas en función de los fines. En efecto, estamos ante el viejo dilema de si el fin justifica los medios o no. Para el convencido de su causa, sólo hay el tipo de moral derivada de los fines por los que combate. “El que triunfa siempre tiene la razón”. Weber llama a estas personas “irresponsables” porque no miden las consecuencias de sus propios actos que recaerán de modo negativo precisamente sobre las generaciones que dicen defender. Por otro lado, está también el convencido de su causa, pero a diferencia del otro éste obra con responsabilidad. Es aquel que está orientado por ciertos valores éticos que no le permiten ciertos tipos de sacrificio y que siempre pondera las consecuencias de sus actos precisamente midiendo el futuro. Para Weber este tipo de político es el deseable.

En el contexto internacional las izquierdas en el mundo replantean sus concepciones tradicionales, la lucha de clases no puede ser concebida ni como una guerra a muerte ni como una lucha entre sujetos pre constituidos. Sólo abandonando la idea de una predeterminación económica de las posiciones político-ideológicas se hace posible pensar lo político. Y uno de los rasgos específicos de la construcción de un orden democrático es justamente la producción de una pluralidad de sujetos

Las izquierdas atraviesan una crisis de proyecto. La idea de una sociedad socialista parece haber perdido actualidad. La construcción del orden social es concebida como la transformación democrática de la sociedad. El vuelco de la discusión intelectual hacia la cuestión democrática significa una importante innovación en unas izquierdas tradicionalmente más interesadas en cambios socioeconómicos.

Como dice Fernando Calderón “No se me ocurre mejor recurso que el de la astronomía para graficar el actual universo societal latinoamericano. Vistos desde el modernismo los movimientos sociales habrían perdido su impulso vital y su orden constelar estaría siendo reemplazado por una especie de big-bang; aquellos sujetos y actores que. Construían la historicidad hoy estarían fragmentados y dispersos y las nuevas prácticas y actores sociales serían más expresivos y simbólicos que políticos. El universo societal semejaría como una gran galaxia en formación, incandescente y embrionaria pero espasmódica, con identidades restringidas pero con gran cohesión ética, sería un conjunto de energías dispersas en torno de un hueco negro, pero que mañana quizás serán estrellas.”

El desencanto político que experimentamos los bolivianos puede ser políticamente muy fructífero. La sensibilidad posmoderna fomenta la dimensión experimental e innovadora de la política:” el arte de lo posible”. Pero esta revalorización de la política descansa sobre una premisa: una conciencia renovada de futuro. El problema no es el futuro, sino la concepción que nos hacemos de él.

Entonces, el “pensar la derrota” es redefinir el significado de la propia política. En tal contexto considero favorable cierto ambiente posmoderno y desencantamiento con las ilusiones de plenitud y armonía. Las fantasías de omnipotencia se evaporan y nos descubrimos frágiles. El desencanto podría entonces ser una situación fértil para la democracia o tal vez no. Depende de la capacidad de los actores sociales comprometidos para articular una propuesta alternativa válida.