Álvaro Riveros Tejada
Para salvar la resistencia de numerosos pueblos que se oponían a formar parte del Imperio Romano y de sus afanes expansionistas, cuenta la leyenda que los estrategas y asesores militares del César idearon una maniobra política que le permitía al Emperador debilitar la defensa de los pueblos cerriles mediante un recurso que ya existía en el ámbito del derecho romano y que era conocido bajo la máxima de “divide et impera”, que en latín significa “divide para reinar”.
Siglos más tarde, Nicolás Maquiavelo inmortaliza esta frase en su obra maestra “El Príncipe”, junto a otras célebres que han servido de bitácora de vuelo para cuantos gobernantes escrupulosos e inescrupulosos se han hecho del poder, de forma que ese texto que fue escrito como un manual de consejos estratégicos para gobernar con justicia, resumiendo en muy pocas páginas la historia de las formas de gobierno y la forma más conveniente de regir a un pueblo según sus circunstancias particulares, gracias a los autócratas, muy pronto se convirtió en el sinónimo de la práctica política más abyecta y despiadada.
Refiriéndose a la mejor forma de gobernar las ciudades que antes de ser ocupadas se regían por sus propias leyes, el autor afirma que: “el único medio seguro de dominar una ciudad que está acostumbrada a vivir libre es destruirla” Lo cual se ha sintetizado en la sentencia “Divide y reinaras” que se ha convertido en el modelo de la política hegemonista que hoy impera en nuestro país.
Ni los romanos, antes de ser derrotados por los aimaras, ni Maquiavelo tuvieron la oportunidad de vivir en el TIPNIS, en Coroma o Quillacas, o en la frontera entre Sucre y Tarija sin embargo, esta legendaria estrategia romana constituye hoy por hoy la base de las políticas aplicadas por el Estado Plurinacional en contra de dichos pueblos. Al menos, así lo demuestran las sucesivas actitudes asumidas por el gobierno del MAS frente a todos estos conflictos, que si bien son muy diferentes en sus matices, la fórmula aplicada fue dividirlos, debilitando su resistencia y continuando su dominación basada en judicializar los hechos, basándose en confusos artículos de la Constitución.
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Es el caso del reciente conflicto entre Sucre y Tarija por el campo gasífero Margarita, exacerbado por el informe realizado por la firma Gaffney, que acaba de determinar que existe conectividad entre este campo tarijeño y el campo Huacaya situado en Chuquisaca. Más que el “genial” descubrimiento, se ha abierto un escenario que acaba de atizar una olla de brujas, ya que la Inocencia del informe no radica en la distribución fraterna de los recursos producidos por el pozo, sino en la habilidad de los abogados chuquisaqueños que se den a la tarea de reclamar, más tarde, un resarcimiento retroactivo por todas las regalías que dicho yacimiento dio hasta la fecha, y es allí que se iniciará una guerra de nunca acabar.
Las coplitas, el separatismo, el mar, el Tipnis puede que sean una excelente forma de distraer la atención de los bolivianos para acometer una reelección presidencial empero, Margarita no deja de ser un pésimo regalo pascual.