Autogol: en el fútbol como en la política

Iván Arias Durán

ivan-arias-duran Hace años leí un libro sobre espionaje de la CIA a un país sudamericano. El agente infiltrado escogió como vía de penetración las ligas de futbol del país investigado bajo la sencilla premisa que en el futbol y sus dirigencias, dada la pasión de multitudes que es, se resumen los valores y antivalores de una sociedad. Todos los que quieren hacer política, es decir, que quieren ser diputados, senadores, alcaldes o presidentes, se meten al futbol porque es una plataforma que los impulsa a la gloria. De esa manera el agente, a través de incursionar ya como financiador, ya como explorador de talentos o como asesor, logra penetrar al mundanal espacio político del país en cuestión.

Y la cosa no es nada nueva. Desde tiempos inmemorables el deporte ha servido en muchos países para hacer olvidar la problemática social que vive un país. El concepto de fútbol como droga social (Paul Preston, 1960) y entendido como la capacidad de mantener a la población en un estado de pasividad política, ha sido uno de los aspectos más utilizados por los regímenes políticos de todo el mundo. A lo largo de la historia del fútbol -la historia del siglo XX se podría decir− el vínculo entre el fútbol y la política ha sido muy estrecho y se ha identificado a este deporte como un aliado inseparable de fascismos y dictaduras que hallaban en los éxitos futbolísticos un mecanismo generador de ideología y acción propagandística. Mussolini, Hitler y Franco fueron tres de las personalidades que utilizaron el futbol como proveedor ideológico de sus respectivos regímenes. "En Latinoamérica hay una larga lista de gobiernos que han caído o han sido derrocados después de la derrota del equipo nacional", decía Luis Suárez, ex entrenador español.



Así como en sus éxitos buscan ocultar, en sus fracasos también ayudan a denunciar, a pisar tierra, a vernos en el espejo. Lo ocurrido con Bolívar, uno de los equipos más emblemáticos del país, el martes 1º de junio en Brasil ante el Santos, sirvió para que los bolivianos dejemos de creer que tenemos las estrellas a la mano, cuando en realidad nos encontramos a miles de kilómetros bajo la tierra. Soy Bolivarista y me da pena lo ocurrido, pero como siempre le dije a mi amado hijo, que es fanático de la celeste, “¡con el estilo que están conduciendo el club no llegaremos lejos, es una fantasía!”

Igual que en la política vino un señor haciéndose el salvador del club. En la política boliviana, estamos llenos de mesías bien intencionados que desprecian el camino andado y quieren refundar todo. Soberbios por sus éxitos personales y fortuna, creen que lo saben todo. Endiosados por sus acólitos y tira sacos con rimbombancia y discursos de plazuela hablan de nacionalizaciones y de devolver el orgullo perdido. Humildes al principio, no tardan en mostrar sus opulencias y apetencias burguesas. Al menor triunfo creen que han logrado la gloria.

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Bolívar, es en pequeño, la muestra de cómo los bolivianos no sabemos construir silenciosa y humildemente el futuro. De cómo no sabemos sacar lo mejor de nosotros y sí explotar nuestras vanidades, flojeras y vicios sociales. También es la muestra de cómo, teniendo oportunidades económicas ya sea vía un mecenas o precios extraordinarios por nuestras materias primas, no las sabemos aprovechar y sí dilapidar en proyectos faraónicos y elefantes blancos. Decimos confiar y amar al pueblo boliviano, a sus profesionales, pero en el fondo los despreciamos pues nos rodeamos de extranjeros (cubanos, venezolanos, argentinos, españoles, norteamericanos, etc.) a los que halagamos y lisonjeamos como no lo hacemos con los propios.

Como ya es norma en nuestra historia política y futbolera, nos miramos en los otros (en los argentinos, brasileros y europeos) porque nos da vergüenza mirarnos en el espejo. Nos da vergüenza asumirnos como somos, no para conformarnos sino para a partir de lo que somos poder construir nuestro futuro de desafíos. No sabemos labrar la tierra con los bueyes que tenemos, siempre queremos los ajenos. El corto plazo, el éxito insostenible, la burbujita de la gloria pasajera, nos encanta porque nos hace sentir importantes, valorados, centrales, ¡alguienes! Porque nos hacen subir a la gloria y creemos que somos capaces de tumbar a los gigantes. Nuestro David bíblico se alimenta con la mezquindad de los poderosos, pero como siempre, al final, autogoleándonos, terminamos dándonos cuenta que no somos lo que pensábamos y volvemos a humillarnos, a bajar la cabeza.

Amo el futbol y como dijo Johan Cruyff: "Toda desventaja tiene su ventaja". Volvamos esta derrota en victoria a partir de las lecciones aprendidas. Adelante Bolívar, pisando tierra no dejemos de apuntar hacia las estrellas.