El desarrollo tecnológico que se palpa con fuerza todos los días está marcando el apogeo de una diferente cultura. Una nueva “civilización digital” que posee otros valores y que origina la irrupción de aún desconocidos requerimientos en cuanto a conocimientos, habilidades y actitudes en las personas.
Hoy se plantean nuevos paradigmas en los que la educación cobra otros sentidos y donde las emergentes tecnologías de información y comunicación (TICs), en sus variadas versiones (redes sociales, plataformas virtuales, videoconferencias, etc., etc.), se abren campo a fuerza de uso irrestricto de estudiantes y docentes.
En este contexto, ¿qué debe exigirse a la educación en la civilización digital? Sencillamente que sea atractiva, pertinente, activa y constante con el uso de la tecnología. Y siendo que están dadas todas las condiciones para su fácil acceso, en tanto haya una buena conectividad, las posibilidades de aprendizaje son ostensiblemente mayores en comparación con otras épocas y otras modalidades. Esto facilitará el cumplimiento del derecho a instruirse y educarse que tienen todas las personas, generando así mayores posibilidades de progreso personal, familiar y social.
Del mismo modo, el uso adecuado de las nuevas y emergentes tecnologías podrá impulsar el gran salto hacia el cambio definitivo de estrategias, instrumentos y contenidos que todavía se usan en la educación tradicional y se trasplantan inconscientemente al aula virtual.
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Es cierto que el currículo actual tiene un fuerte énfasis holista (ser, hacer, saber y decidir), también es verdad que las autoridades han hecho esfuerzos por fundar Telecentros por doquier, principalmente en el área rural, cuyo desafío es la sostenibilidad. Incluso la puesta en órbita del satélite Túpac Katari prometía cambios en el acceso a las grandes fuentes del conocimiento y la información del mundo. No obstante, a la fecha subsisten enormes grietas en el acceso al conocimiento de cientos y miles de estudiantes que no cuentan con conectividad permanente, situación agravada por la crisis sanitaria.
En esta circunstancia, ¿qué hacer? Hay que empezar vinculando el pensamiento táctico con el pensamiento estratégico. El primero alude a la acción, a la operación propiamente, como la dotación de dispositivos a docentes y estudiantes, la provisión de conectividad de calidad; la cualificación docente, etc. El pensamiento estratégico, en cambio, es el horizonte, la finalidad de dicha implementación. Y aquí las autoridades la deben tener clara: ¿cómo y de qué manera contribuirá toda la tecnología que se implementa, y la que se pretende aplicar, al desarrollo integral y sostenible de cada estudiante, de cada familia y del país en general?
Está comprobado que los países que incorporan el uso de las tecnologías a gran escala en sus políticas, programas y proyectos de desarrollo social, económico y educativo, dan grandes saltos en su propósito de mejorar las condiciones de vida de sus integrantes. Estos países han ingresado a la era de la economía del conocimiento y su riqueza está cimentada en la expansión de nuevos productos y servicios basados en la civilización digital.
En Bolivia, es hora de asumir el desafío en serio y convertir a las nuevas tecnologías del conocimiento e información, en todas sus variantes, en las estrategias para promover en los estudiantes modos de razonamiento disruptivo, que se expresen en desempeños inteligentes, para insertarse y afianzarse auspiciosamente en la nueva civilización digital.
Adhemar Poma de Chama es Especialista en Educación y Desarrollo