Atacan a travestis en público y los ‘aman’ a escondidas


“Así son, muchos se hacen los machitos, pero cuando las luces se apagan, brotan las verdaderas identidades sexuales de este pueblo bendito”, comentó Natalia, un travesti que deambula en la noche de Santa Cruz.

Atacan a travestis en público y los ‘aman’ a escondidas

EL DEBER caminó por las esquinas que despiertan cuando cae la noche. Travestis de viva presencia revelan que la hipocresía es utilizada como un asunto de honor.

image Movida. Natalia y Daniela, en su lugar de trabajo. La noche empieza a las 22:30 y dura hasta las 5:00. Si es fin de semana, después se van a bolichear



Roberto Navia, El Deber, Santa Cruz, Bolivia

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Esta noche estoy dispuesto a estacionar en una esquina donde los travestis alquilan su cuerpo. Esta noche quiero saber cuáles son los misterios que se escriben cuando la gran ciudad duerme o se hace la dormida. Esta noche Alexis González me dirá con una voz de gata que su nombre de guerra es Natalia Bejarano y Daniela Céspedes me negará su verdadera identidad camuflada en un maquillaje de ‘mujer’ casi perfecta. 

Llevo media hora en la esquina de la avenida Alemania y ya he perdido el miedo al rechazo y a que se nieguen a abrirme su mundo. Por el contrario, a estas alturas de la noche, Natalia y Daniela me han revelado que en Santa Cruz hay gente que juega a dos puntas, a odiar públicamente a los travestis y después, cuando la urbe ya se ha ido a la cama, a buscar sus servicios de alcoba. 

Esta esquina es una especie de vitrina del sexo y dentro de unos minutos pasará un vehículo tipo taxi y dos hombres sacarán la cabeza por la ventanilla para gritar porquerías. El portón de una casa donde  ellas (ellos) se apoyan para descansar el peso de sus tacones de aguja está embarrado con manchas de huevos estrellados.

“Los tiran desde los vehículos”, dice Natalia, que también ha tenido que esquivar pedradas, ladrillazos y petardos de tres tiros. Esos ataques a ella y a sus compañeras les llenan de ira. Para desahogarse, se munen de piedras y ladrillos, y cuando los homófogos les ‘disparan’, responden con la misma moneda. Ironías de la vida, dice entre dientes. Cuando ya no hay peatones en las calles, esos agresores retornan para cotizar por cuánto tal o cual trabajo sexual y después de un regateo veloz terminan pactando.

Dentro de un vehículo se esconde un potencial cliente o un gran atacante.  El motorizado, cuando está llegando a la zona rosa, disminuye la marcha y avanza como un animal al acecho. La vagoneta oscura que veo a metros de la minifalda de Natalia tiene a gente que grita piropos de grueso calibre que más bien parecen insultos. Seguramente dirigiéndose a mí, una voz grita que en este pueblo hay muchas hembras como para andar buscando maricones. No me da la gana explicarle que soy periodista ni bromear que hoy no vine de compras. 

“Así son, muchos se hacen los machitos, pero cuando las luces se apagan, brotan las verdaderas identidades sexuales de este pueblo bendito”, comentó Natalia, 20 años, 1,74 de estatura, 64 kilos de peso y extensiones sintéticas que caen en una espalda cubierta por una blusa escotada  que fue costurada por su mamá.

“Nadie se imagina quiénes vienen a comprar nuestro cuerpo”, dice con un ademán de coquetería, moviendo sus pies que calzan tacos número 39. Revela que por su lecho han pasado empresarios y políticos, y que últimamente la frecuenta un fiscal que en los noticiarios de la televisión da a conocer mensajes sobre moral y buenas costumbres.

Ella ha dormido con varios ‘cruceñazos’ y migrantes de peso, con gente de poder político y económico que si quisieran podrían aportar para que los travestis estén menos vulnerables a los ataques de la noche.

Eso dice ahora Natalia, que recuerda que muchos han sucumbido en los brazos de algún travesti.

Lo más curioso, afirma, es que muchos exigen a punta de billetes hacer que se les cumpla sus fantasías y caprichos sexuales: hay quienes piden hacer el papel de mujer y otros hasta contratar a una prostituta para que ella lo observe haciendo el amor con un travesti.  “Cosas locas se ocultan en la noche cruceña”, dice después Daniela, al relatar que alguna vez a ella varios clientes la subieron a un taxi, la llevaron a barrios del quinto infierno, la asaltaron y la dejaron abandonada en medio de la nada y con un frío espantoso en la piel. 

En estos casos, a Daniela no se le pasa por la cabeza acudir a un puesto policial para exigir justicia, porque las veces que algún travesti lo ha hecho afirma que no ha sido escuchado porque muchos han terminado extorsionados por funcionarios que representan a la ley. “También hay pacos que en el fondo les atrae gente del mismo sexo”, dice, con rabia, porque sabe que hay policías que nunca pagan. 

Natalia, como política comercial, ha optado por seguir la regla que ejecutan sus compañeras del sector: cobrar antes de actuar. Hay una tarifa estándar de Bs 300, y a partir de esa cifra empieza el regateo. El que un cliente sea político o empresario, taxista o empleado público no excluye que pague a regañadientes. Eso lo afirma Natalia y concuerda Daniela, y lo mismo dirán seis travestis más en otras esquinas y que fueron contactados en la visita realizada en la siguiente noche. 

Álex Bernabé, activista de la fundación Igualdad Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (LGBT), dice que la calle tiene su lado oscuro y que buena parte de los travestis se ganan la vida en el camino espinoso de la prostitución, que cada vez hay un mayor número en Santa Cruz porque la migración galopante del interior del país llega con personas de diferente identidad sexual.

Bernabé tiene entre manos otro dato que asusta: “¿por qué cree que no se ven travestis de edad avanzada en las calles?”, pregunta y responde en el acto: “Porque el promedio de vida es de 33 años”. Dice que ese dato es fruto de un estudio científico que se hizo en Argentina y que bien puede aplicarse en Santa Cruz porque la situación de los travestis es un asunto universal.

Hay varios elementos que hacen que tengan una vida corta. Bernabé explica: uno de ellos es que hay quienes se administran de manera muy casera las siliconas que contienen aceite de avión y que con el tiempo les produce infecciones internas; otro es el VIH que lo adquieren porque hay clientes que ofrecen más dinero para no usar el condón; el tercer factor son los enemigos que hay en la calle: asaltantes, los clientes que se niegan a pagar y que en vez de dinero terminan plantándoles un puñal, y también están las peleas entre los mismos travestis.

A este rosario de nubes negras se suman las drogas y el alcohol que consumen para soportar las trasnochadas y el valor de meterse con un extraño en la cama. Las calles no mienten. Hasta hace cinco años, la vitrina de los travestis se reducía a dos lugares dentro del primer anillo, y ahora existen por lo menos siete, y estos han avanzado hasta bordear el cuarto anillo.

En algunos de estos puntos la pelea por un cliente puede llegar a tener ribetes de escándalo. Los travestis tienen a un enemigo silencioso. Se trata de los llamados transformistas, que son los que de día se visten como hombres y de noche como mujeres. A ellos los llaman competidores desleales porque creen que con esa apariencia física de varón que proyectan durante el día pueden encontrar un trabajo sin ser discriminados.

“En cambio, a nosotras que tenemos las cejas depiladas y las uñas pintadas, en muy pocos lugares nos abren las puertas para trabajar”, se queja Kity (que trabaja en una esquina de la avenida Uruguay), con una voz de duelo porque teme perder sus pechos que hace un año los hizo crecer con aceite de avión que le inyectaron en vez de silicona. “Me duelen y no sé cómo sacar esta porquería que me pusieron dentro del cuerpo”, grita al filo del llanto.

Natalia hace dos semanas estuvo tentada de someterse a ese tratamiento para que le crezcan los senos con un líquido que le iban a poner por Bs 1.500. Pero su mamá le advirtió que es riesgoso y que mejor espere hasta ahorrar los $us 1.000 que cuestan la siliconas de buena ley. Eso dice ahora que es de día y que se encuentra en su habitación pequeña, en la periferia de la ciudad, donde posa para las fotos de este reportaje. A esa cama asegura que atrae a clientes que se quieren ocultar del ojo crítico de una ciudad que cuando cae la noche se hace la que está durmiendo.

Testimonios     

ESTELA

TRAVESTI

Yo tengo una hija, la tuve antes de convertirme en travesti. Fue duro darle la noticia, pero a medida que creció me fue comprendiendo. Ahora nos llevamos bien y ella acepta mi inclinación sexual. Me ha pedido que deje la calle, pero yo vivo de esto.

Martha 

TRAVESTI

Yo he llegado de Beni y vivo en una casa donde hay varios cuartos con inquilinos que también son travestis. Ese lugar es como una pequeña Bolivia porque hay personas de Oruro, de Sucre, de La Paz. Y nos llevamos bien, sin regionalismo.

Tati

Travesti

Yo soy una travesti arrepentida. Durante años me prostituía en la calle, pero he conocido a Dios y voy a volver a ser un varón. Pero ahora tengo un problema, como me inyecté hormonas para que crezcan mis pechos, tengo que fajármelos para que ya no se noten.

REGINA

Travesti

La plata se gana cada día y cada día se gasta. Por lo general nosotras vivimos para el día. Nos compramos trapos y zapatos y pagamos nuestros alquileres de donde vivimos. Ya pasó el tiempo en que no nos cuidábamos, ahora el condón es nuestro amigo que nos libra de enfermedades.