Cementerio de abejas: punta del iceberg del impacto agroquímico

Apicultores apuntan a los pesticidas que, junto a incendios y ampliación de la frontera agrícola, son la mayor amenaza contra los polinizadores.

 



 

Fuente: paginasiete.bo

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Carolina Méndez / Santa Cruz

El monte se silenció. Las abejas dejaron de danzar y empezaron a apagarse una a una. El 27 de mayo pasado, al menos 46 millones de insectos  murieron casi en simultáneo en la zona Este de  Santa Cruz. La escena terrorífica quedó grabada en las pupilas de Nilo Padilla quien, conmocionado  de tristeza, recomendó: “Hija, usted va a tener que ver qué va a hacer con su vida porque esto está muy complicado”.

La frase de Padilla resume la terrible impotencia que sufren los apicultores cada vez más cercados por amenazas que son una afrenta sistemática contra las abejas: agrotóxicos, expansión de la frontera agropecuaria e incendios. Ingredientes de un modelo de desarrollo que se paga con el exterminio de la biodiversidad.

Los expertos señalan que las abejas son sensibles a los cambios medioambientales, por lo que se las puede considerar como un indicador natural de la salud de los ecosistemas: un hábitat contaminado  provoca su muerte.

Según datos presentados por Probioma, el 75% de los cultivos de alimentos   son producto de los polinizadores. Los principales agentes polinizadores son precisamente las abejas; por tanto, hablar de su mortandad como un  síntoma es comprender que se está atentando contra la seguridad y soberanía alimentaria de la ciudadanía.

Cada 20 de mayo, por iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas, se conmemora el “Día Mundial de las Abejas” para destacar la importancia de este insecto en el equilibrio ecosistémico. Este año, siete días después de esa fecha, se exterminaron más de 46 millones de abejas producto de la fumigación aérea con agroquímicos en la zona de Río Grande, en el municipio cruceño de San Julián. El hecho silenció al monte pero alzó la voz de los productores que están cansados de callar.

Casi 1.000 colmenas afectadas

Nilo Padilla, apicultor e investigador de 60 años, es uno de los 12 productores afectados por la masiva muerte de  abejas en  Río Grande. El hecho ocurrió el Día de la Madre, cuando Nilo inspeccionaba el apiario junto a su hija de 21 años, quien se prepara para heredar la pasión apícola.

“Fue impresionante. Ese día la jornada empezó muy temprano porque queríamos volver pronto a casa por el 27 de mayo. En el desayuno, en el campamento, escuchamos que una avioneta estaba por ahí cerca fumigando. Hicimos la medición y estaba a 4,8 kilómetros del apiario, así que no parecía riesgoso. Pero, al llegar a donde las abejas notamos un comportamiento  anormal, daba la impresión de que peleaban. Luego vimos como caían muertas. El viento trajo todo el veneno”, relata.

Hace seis meses, Nilo y su hija, quien estudia ingeniería agrícola, empezaron un proyecto  para validar una técnica de producción de propóleo. Todo  se vio perjudicado con la pérdida de las 150 colmenas aquel fatídico día.

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Según las estimaciones tras la inspección del Ministerio de Medio Ambiente y Senasag, hay al menos 923 colmenas y 50 núcleos (colmenas en proceso) con afectación directa. Las colmenas pueden llegar a tener entre 50.000 y 80.000 abejas. Lo que quiere decir que en esa sola oportunidad murieron más de 46 millones entre obreras, zánganos y reinas.

“Se está perjudicando a un conjunto de biosistemas  porque las abejas cumplen la función de polinizar que permite la generación y regeneración de  especies vegetales, que es fuente de alimentación para otras vidas”, declaró Magín Herrera, viceministro de Medio Ambiente y Biodiversidad.

El problema no es nuevo ni reciente. Hace al menos 20 años, después de la inmersión de los agroquímicos en las plantaciones de Bolivia, aparecieron los primeros problemas para los productores apícolas locales. Según relatan, esta situación ha ido empeorando año tras año y la amenaza se ha tornado cada vez más invencible.

La cadena amenazada

La mortandad de abejas es una mala noticia para los seres humanos, pues estos  insectos son cruciales para la vida en el planeta. Los problemas que afectan a los polinizadores suponen una importante amenaza para la alimentación mundial.

 Si las abejas desaparecen, con ellas se irán multitud de plantas que dependen de ellas y esto, a su vez, ocasionaría una escasez global de alimentos y una cadena de peores consecuencias.

“Los 100 cultivos más importantes del mundo dependen de animales para su polinización, son murciélagos, escarabajos, moscas, pero principalmente abejas. Tanto las de la miel que ahora se han visto afectadas, pero también todo el conjunto de especies nativas. Entonces, sin abejas tendremos una crisis alimentaria terrible”, sentencia el ex presidente de la Sociedad Boliviana de Entomología, Jaime Rodríguez.

Por otro lado, es importante tener en cuenta que el veneno de los agrotóxicos no sólo afecta a las abejas, sino a todos los insectos y plantas en cadena. Esto significa que hay una red de conexiones que tarde o temprano llega a nuestra mesa.

“En Argentina, gran porcentaje de la miel que se comercializa contiene rastros de agroquímicos. Por eso Europa rechazó la importación de altos volúmenes al detectar rastros de cipermetrina”, señala Miguel Ángel Crespo, director ejecutivo y fundador de Probioma.

Los polinizadores  cumplen un rol central en la cadena ecológica. Foto:  Archivo / Página Siete

Migración por  vida

Los productores apícolas en Santa Cruz se dividen entre aquellos que permanecen fijos en un solo lugar y los que se trasladan durante el año junto a sus abejas para que se alimenten. Lastimosamente para ellos, los espacios lejos de los campos agroindustriales son cada vez más reducidos.

“Es una distancia como de David a Goliat la comparación entre los productores apícolas y los agroindustriales. No son nuestros enemigos, todos tenemos derecho al trabajo, pero lastimosamente ellos están envenenando el ambiente. Eso está matándolo todo”, opina Pablo Andrade, productor apícola que migra constantemente con sus abejas buscando flores y huyendo de los agroquímicos.

“La apicultura en Santa Cruz nació en Portachuelo ,pero la frontera agrícola con las pasturas y los cultivos de arroz nos fueron desplazando. Tuvimos que salir de allí y buscar donde irnos. Muchos nos vinimos a la orilla del Río Grande, pero otros se fueron hacia Concepción y Roboré, huyendo de la frontera agrícola. No solo porque las áreas pierden hábitat, sino también por la contaminación con agroquímicos”, relata Padilla y remata preguntando con impotencia: “¿a dónde más podrán ir las abejas?”

El traslado de abejas no es nada fácil, pero es necesario para su supervivencia. “Buscamos el monte, lejos de los químicos. Es realmente todo un desafío que requiere dedicación y respeto. Este es un trabajo en equipo, yo ayudo a las abejas y ellas me proveen miel con la que sustento a mi familia”, explica Andrade.

“Hay admiración y respeto en este oficio”, explica Padilla, quien luego de lo ocurrido admite que es imposible ocultar el dolor ante el sistemático exterminio.

En 20 años, Bolivia usó 2.110 MM de kilos de agrotóxicos

Dentro de la colmena hay una  especialización de oficios. Están las abejas que alimentan a la reina, las que ventilan cuando hace calor o las que se abrigan cuando hace frío. Hay también exploradoras que salen a buscar flores, vuelven a la colmena y  envían un mensaje en baile y señales  para que salgan  las obreras a traer el néctar  para fabricar su miel. Es magnífico”, describe el  ingeniero agrónomo  José Luis Ballivián.

Señala que las abejas tienen múltiples enemigos, entre ellos, los parásitos, las condiciones climáticas y los agrotóxicos. Todo esto ha  diezmado la población apícola en el mundo.

En el caso boliviano, no hay registros cuantitativos de la pérdida de abejas; no obstante, los apicultores sienten el impacto desde hace al menos dos décadas, justo el tiempo en el que se introdujeron los agrotóxicos.

 “En 20 años en Bolivia se han usado más de 2.110 millones de litros de agrotóxicos que se han incrementado año tras año. Muchos ingresan por contrabando. Estos venenos matan todo, no discriminan.  Además   llegan a las aguas y las contaminan. No sólo se afecta el lugar fumigado sino también sitios aledaños porque  el viento disemina los químicos”, advierte Miguel Ángel Crespo, director ejecutivo r de Probioma.

La  cifra  fue obtenida con datos del Instituto Nacional de Estadística. Entre 2000 y 2020, Bolivia incrementó la importación de agroquímicos entre plaguicidas y fertilizantes en al menos un 450%. El costo real  es la afectación al hábitat, cuyo punta del iceberg  es aquel cementerio de abejas.

Fuente: paginasiete.bo