¿Y ahora, don Álvaro y ahora, don Alfredo?


Con su ya habitual tono grave y amenazante, el Vicepresidente de la República dirigió ayer una suerte de mensaje a los 10 millones de bolivianos para que, entre otras cosas, eviten la división del país y cierren filas ante la embestida del terrorismo, cuestiones delicadas de las que se viene parloteando sin mucho tacto ni sustento por estos días.

eldeber Editorial El Deber.

Cabe preguntarle a don Álvaro si entre esos diez millones de personas a las que acaba de invocar solemnemente, están incluidos los 35 integrantes de una agrupación de amigos que practican en sus ratos libres el ‘air soft’, unos no muy conocidos pero inofensivos ‘juegos de guerra y estrategia’, donde se privilegia la honorabilidad del jugador que tiene que ‘rendirse’ cuando es impactado por unos perdigones de plástico que son disparados con velocidad controlada para evitar cualquier daño a los participantes. Ocurre que estos compatriotas que viven, trabajan y tienen familia en Santa Cruz, fueron mostrados en una fotografía como ‘mercenarios’ entrenados por uno de los supuestos terroristas abatidos por fuerzas policiales hace una semana en esta ciudad. Lo hizo el imperturbable ministro de Gobierno, Alfredo Rada, durante su participación ‘al vivo’ en el programa de televisión No mentirás y en el que nada menos que el encargado de la seguridad nacional del país, presentó el documento fotográfico como ‘prueba’ de su acusación. Había que ponerse, don Álvaro y don Alfredo, en los zapatos de esa gente que angustiada acudió a los medios de comunicación para explicar y demostrar su actividad lúdica y rechazar la irresponsable sindicación del ministro Rada que, de repente, les echará el fardo del papelón a los formidables aparatos de ‘inteligencia’ del Estado. Probablemente sean los mismos sabuesos que le hicieron pisar burdamente el palito, como sucedió el año pasado con el frustrado ‘magnicidio’ que dizqué tenían que perpetrar dos jóvenes cruceños con una vieja carabina reacondicionada y que utilizaban para cazar codornices en los alrededores de la capital cruceña. No fue más que un aparatoso montaje empleado por el Gobierno para levantar una cortina de humo como estila hacerlo cada vez que se ve en figurillas y, de paso, para disparar su indisimulable encono contra la región.



En cualquier país que se considere serio y donde sus mandantes sean absoluta y permanentemente responsables de sus actos, hechos como los referidos habrían provocado un terremoto en las estructuras gubernamentales y la salida ipso facto de sus promotores. ¿Y si don Álvaro le dice algo al país al respecto? ¿Y si don Alfredo empieza a practicar el ‘air soft’ en sus ratos de ocio? ¿Y si el Gobierno les ofrece garantías y al menos una disculpa a los ciudadanos mostrados torpe y alegremente como ‘mercenarios’?

¿Y si de una buena vez se le pone freno a la chacota institucionalizada? Por Dios Santo, ¡¡¡ya está de buen tamaño!!!

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La estropeada búsqueda

A una semana del violento operativo policial en un céntrico hotel de Santa Cruz de la Sierra y que se saldó con la muerte de tres supuestos integrantes de una organización terrorista, la detención de dos más y el descubrimiento de un ‘arsenal’ de armas en un ambiente del campo ferial cruceño, la búsqueda de la verdad sobre estos luctuosos acontecimientos -a los que hay que agregar el atentado contra la vivienda del cardenal Julio Terrazas- se encuentra, de tan torpemente estropeada, en el que parece ser un insalvable atolladero. Y es que, en lo principal, contrariando totalmente el anuncio inicial de una investigación seria, profunda y responsable, formulado por el Vicepresidente de la República poco después de ocurridos los hechos, el propio García Linera y el Gobierno nacional se han encargado de contaminar políticamente la complicada y delicada tarea de desenredar el ovillo que representa tan enmarañado y explosivo asunto. De igual manera, no han ido en zaga los sectores de oposición en el afán de llevar agua a su propio molino y, entonces, no ofrecen hasta ahora mayores certezas las indagaciones sobre el que se tiene por complot terrorista que incluye hasta un probable ‘magnicidio’.

De modo tal que aquellas precipitadas actitudes, además de su efecto contaminante, han terminado colocándose por delante de unas investigaciones llenas de tortuosidades y contradicciones a cargo del Ministerio Público y de la Policía Nacional, de yapa cuestionados seriamente por su falta de confiabilidad e imparcialidad.

Nadie, absolutamente nadie, puede oponerse al curso de las investigaciones que desde la perspectiva del Gobierno apuntan a descabezar un movimiento terrorista en el país. Pero es de esperar que a título de la lucha contra ese terrible flagelo de la humanidad, no se desate una cacería de brujas ni se vulneren los derechos humanos como ha venido ocurriendo sistemáticamente, de condenable manera, en estos últimos y muy enrarecidos tiempos.

Por si fueran poca cosa las complicaciones y tensiones internas, el cuadro de situación se ha tornado muchísimo más delicado por cuanto los gobiernos de tres naciones (Croacia, Irlanda y Hungría) han oficializado sus demandas de informes acerca de la violenta muerte de sus ciudadanos, a manos de los uniformados bolivianos en un todavía muy confuso episodio. En tratándose de una previsible reacción internacional, que no se lo tome muy a la ligera ni se sulfure el Gobierno intentando salir por la tangente en tan vidriosa circunstancia y que, por el contrario, evite el descrédito del país. Ya lo ha hecho, y muy mal, el propio Presidente de la República advirtiendo con enjuiciar a funcionarios diplomáticos de aquellos países enviados a Bolivia a conocer mayores precisiones sobre las circunstancias en que sus coterráneos perdieron la vida.

Que el oficialismo y la oposición frenen sus impulsos para que sean capaces de efectuar un serio y decidido aporte a  las indagaciones por ahora gravemente perturbadas. Que vuelvan sobre sus pasos y contribuyan de la mejor manera posible a la necesaria e impostergable búsqueda de la verdad.

Una verdad que, sí o sí, tiene que ser hallada. Una verdad que, en definitiva, y por las razones antes expuestas no podrá ser desentrañada sin el concurso de la comunidad internacional con sus más prestigiosos, serios, idóneos y confiables organismos.