La cuenta fatídica

Estamos seguros de que los trágicos guarismos del tiempo actual no sólo son más amargos sino más voluminosos que los de su antecesor y de muchos otros de nuestra historia…

image Editorial La Prensa

Más de una vez nos hemos ocupado del tema que hoy tiene embargados los sentimientos humanitarios del pueblo boliviano. A su tiempo manifestamos particularmente sorpresa, por decir lo menos, ante la precisión que buscaba el nuevo régimen “del cambio” para contar las muertes que se imputaban a su antecesor como producto de confrontaciones por diferencias políticas y en el afán, desde luego, de sustentarse a como dé lugar en el poder.



No eran, desgraciadamente, bajas las cifras fatídicas, aunque, como entonces lo comentamos, no se trataba de asesinatos a sangre fría, sino de confrontaciones a campo abierto en que de un lado estaban grupos insurrectos armados y de otro, fuerzas regulares uniformadas del Ejército Nacional, que a título de preservar el orden y la paz hacían lo suyo dentro de los marcos supuestos de sus atribuciones y responsabilidades.

Pero de ninguna manera es el propósito de este comentario dar por bien hecho, por cabal, lo que entonces ocurrió para, sobre esa base, condenar lo que sucede hoy en cuanto a contenidos y razones de las cifras fatídicas. Unas y otras, aquéllas y éstas merecen de todas formas nuestra intransigente censura y condena.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Lo que si creemos menester es apuntar lo desairada que está quedando la inicial preocupación de los hombres del Gobierno actual que se instalaron en el poder contando escrupulosamente, y hasta con vendajes, los muertos que les encajaban a sus antecesores.

Si la intención era avivar el espanto popular frente a las dramáticas cifras y dejar en claro que en el nuevo orden no se llegaría a tal calamidad, podemos asegurar que ya tal intención ha fracasado estruendosamente, pues (aunque no somos afectos a llevar cuentas fatídicas) estamos seguros de que los trágicos guarismos que se han acumulado en el tiempo actual no sólo son más amargos sino más voluminosos que los de su antecesor y de muchos otros de nuestra triste historia patria.

Pero eso no es todo. No ha sido suficiente matar y amontonar, sino que además no se ha trepidado en torturar, en ultrajar de palabra y obra, violando Constitución, leyes, principios universales, sentimientos humanos de piedad, a infelices apresados en forma violenta y a altas horas de la noche, sin darles lugar a medio vestirse, transportados casi a rastras hasta recintos carcelarios fuera de la jurisdicción, sin un mínimo de reparos en la dignidad de hombres.

Al modo sumario de las más crueles dictaduras de todos los tiempos se ha escarnecido a gente a la que hasta privarla de sus patrimonios aparece condenada o en vísperas de estarlo. Y toda esa gente, víctima de extrema violencia y de inminente despojo, de este país que no merece tal ensañamiento ni mucho menos.