¿30 años de democracia?

Jorge Lazarte R.

LAZARTE Desde distintos lados se han producido celebraciones sobre los “30 años de democracia”. Ciertamente no es frecuente que se conmemore algo con una desacostumbrada sintonía ¿Pero en qué están de acuerdo los que están de acuerdo en afirmar que ya son tres décadas de democracia? La afirmación de que son “30 años de democracia” quiere decir continuidad de la “democracia” durante tres décadas, pero continuidad ¿en qué?

La democracia es un tipo de régimen político, es decir una “forma” de organizar y hacer funcionar el poder, que tiene valores y principios propios, que institucionalmente están en la Constitución. Bajo un mismo régimen político, democrático o no, y sin alterar sus reglas matrices, pueden alternarse varios gobiernos. ¿En el caso de Bolivia, puede sostenerse que entre el sistema político que se instaló el 1982, y el actual “intercultural” de 2012, se trata de un mismo régimen al que se puede llamar “democrático”, y que los cambios sólo lo habrían “profundizado” sin alterar sus principios fundamentales? O por el contrario, ¿no será que se usa la misma palabra para referir realidades bien distintas? La diferencia entre “democracia representativa” y la “democracia intercultural” es sólo cuestión de palabras, o esa diferencia tiene que ver más bien con bases distintas de organización y funcionamiento del poder? ¿Qué se quiere decir cuando se dice “democracia”? La pregunta no es puramente académica, pues tiene efectos prácticos en la vida cotidiana.



Por un lado, puede decirse que la continuidad de hecho consiste en que desde 1982 se vota regularmente, y que en ese tiempo hubo ausencia de golpes militares. Si este fuera el caso, entonces la democracia significaría positivamente “régimen electoral”, y negativamente ausencia de golpes militares. Pero esto suena más bien a siglo XIX, que a siglo XXI. Pero si democracia quiere decir voto “popular”, hasta los despotismos se denominan “populares”.

Pero probablemente estaríamos más en consonancia con los tiempos actuales si entendiéramos la democracia como un régimen de derechos (de “libertades democráticas”, como decía la COB en su tiempo) que sí encajaría mejor con 1982, pues democracia sería el contrapunto de regímenes militares (y no simplemente gobiernos militares), autoritarios y violadores sistemáticos de derechos. Sin embargo, proclamar “derechos” puede ser puro verso, más aún si se trata de los más avanzados.

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Un siguiente paso más a tono con el siglo XXI es sostener que esos derechos deben estar “garantizados” constitucionalmente y no simplemente ser proclamados. En este caso, la democracia es ya “régimen de garantías”, que es más que régimen de “derechos”. ¿Cuál es la diferencia? Un régimen de “garantías” quiere decir que existen mecanismos jurisdiccionales a los cuales se puede apelar para defender, reparar o restituir los derechos afectados generalmente desde el poder. Pero esto tampoco es suficiente. No sólo se trata sólo de diseño “institucional” de los poderes del Estado, que estatuya que los poderes son “independientes”. Una declaración no es su realidad, es decir, su efectividad. La “independencia” del poder judicial- requisito sin el cual no hay “realmente” garantías- quiere decir sobre todo “independencia” de los operadores de justicia con respecto al poder político, y a todo poder. ¿Puede decirse que en Bolivia actualmente existe efectivamente tal “independencia”? Ciertamente, tampoco la hubo plenamente en el pasado, a pesar de los intentos, no todos fracasados, de reformas judiciales de los años noventa, que hoy se ignoran.

La democracia como régimen de garantías de los derechos fundamentales y de su ejercicio, es lo que se llama Estado de derecho. Lo que quiere decir que difícilmente puede afirmarse que se haya “profundizado” la democracia, como se dice con alarmante ligereza, allí donde el ejercicio de los derechos fundamentales no está jurisdiccionalmente garantizado. Esta es la cuestión decisiva. El modelo de democracia “intercultural” ha eliminado el Estado de derecho de la Constitución, que sí estaba en la Constitución de 1967, lo que no quiere decir que el Estado de derecho anterior hubiera sido un “hecho”. Los gobiernos del pasado se conducían ignorando o contra el Estado de derecho de la Constitución. Pero había en “derecho” Estado de derecho y, por lo tanto, podía ser exigible. Ahora no sólo no hay Estado de derecho en la Constitución, sino que de hecho tampoco existe.

Por todo ello, ¿es coherente que el poder actual conmemore 30 años de democracia luego de haber afirmado que antes de la Constituyente del 2006 lo que había era una “democracia neoliberal y colonizadora”, y que después se impuso la “otra democracia”, que “profundizó” la democracia concentrando la “totalidad” del poder en manos de los que mandan en el gobierno de los “movimientos sociales”? ¿Es coherente que buena parte de la oposición repita que hoy Bolivia vive en “dictadura”, y luego se sume a la celebración de los 30 años? Quizá lo que hay de común a todas estas inconsistencias es por defecto.

30 años sin golpes militares es ciertamente excepcional en la historia nacional, pero no es lo mismo que 30 años de democracia. 30 años de voto sin interrupción es un periodo más largo de la historia del país, pero el voto no es la democracia, ni tampoco la “participación directa” califica por sí misma de democrático a un régimen político. Tolerar ciertos derechos no es lo mismo que garantizarlos, porque depende de la discrecionalidad del poder. El Estado de derecho es el cimiento de la democracia. Pero también el Estado de derecho es cultura, es sentido de los límites permitidos, tanto en los de “arriba” como en los de “abajo”. El descontrol de los conflictos en Bolivia tiene mucho que ver con esta realidad del “todo vale”.

Entonces, en 30 años, ¿se ha profundizado la democracia?