¿Un asunto sólo de los militares bolivianos?


Ismael Schabib Montero*El 21 de abril del año en curso, “El Nuevo Herald” comentó sobre un libro escrito por Brian Latell, analista retirado de la CIA, titulado “Los secretos de Castro y la máquina de inteligencia de Cuba”; según Latell, el dictador caribeño, mandó asesinar a sus enemigos del exterior mediante intermediarios usando medios descentralizados y compartimentados para poder negarlo después.Entre las víctimas de Castro se nombran a los generales bolivianos Joaquín Zenteno Anaya, y Juan José Torres Gonzales; el primero muerto en Francia, mientras cumplía una misión diplomática y el segundo, en la Argentina, donde se encontraba exiliado. También un coronel de Policía, Roberto Quintanilla, asesinado en Alemania en 1971 y Honorato Rojas, un humilde hombre que sirvió como guía del Ejército durante la guerrilla, fue asesinado en Bolivia.Si analizamos las palabras del autor, cuando dice que para ciertos trabajos Castro contrataba diversos tipos de personas, según la sensibilidad de la misión ¿Por qué no aceptar como cierta tal afirmación, en vista de las circunstancias que vivía cada víctima, como el caso del General Torres, donde se daba por descontado que lo asesinó un comando de ultra derecha en la Argentina? ¿Acaso que este no es un camuflaje ideal?Lo que Castro no pudo alcanzar mediante el empleo de las armas, lo ha logrado, (no lo está logrando) mediante la ideología y la elección de personas que por su bajo nivel cultural, resentimiento y compromiso con actividades ilegales y con gente peligrosa, han sido llevadas al poder con la ayuda de George Soros y el Foro de San Pablo.Elementalmente se define la guerra como: “El choque de voluntades opuestas”. Desde el momento que en nuestras FFAA se acepta el lema del enemigo “Patria o muerte” se asume la derrota, porque el enemigo le impone su voluntad. No hay excusa. Pero esta derrota tuvo un campo batalla disfrazado de movimiento social, en octubre de 2003 en la ciudad del Alto de La Paz, cuando se le dio el golpe de Estado a Sánchez de Lozada, que tuvo en el Decreto de amnistía de Carlos Mesa la coronación de su victoria. Una consecuencia de ello es que quienes componían el Alto Mando Militar de entonces se encuentran cumpliendo condenas en un penal de la ciudad de Sucre. Pero esta guerra, que obedece a una “estrategia sin tiempo”, tendrá su final feliz cuando los hermanos Castro y su principal alumno, el Presidente de Venezuela, abandonen el poder, por causas naturales.Mientras tanto el enemigo hace la explotación del éxito persiguiendo a un destacado militar y hombre de honor; de edad muy avanzada, el General Lucio Añez Rivera y a un héroe nacional, hoy postrado en silla de ruedas, que capturó a Guevara; el General Gary Prado Salmón. Ambos se ganan la vida enseñando en universidades de Santa Cruz, dando de si lo mejor de su experiencia y recibiendo de la juventud, su reconocimiento. Gran calidad en estos militares.Mi sugerencia para los componentes de aquel Alto Mando Militar que capituló, sin disparar un solo tiro, es que se dignifiquen siguiendo el ejemplo de Judas, sin olvidar que primero, tienen que devolver las treinta monedas de plata. *Vicealmirante de la República