Por Sergio P. Luís
Profesional independiente
Quiero dejarlo claro: no soy de los que hecha la culpa a los Estados Unidos por todas nuestras desventuras. Tampoco creo que haya en ese país designios perversos contra los latinoamericanos. Pero no puedo ser ciego ante una comprobación reiterada: la diplomacia norteamericana es, por lo menos, ingenua y, algunas veces, incapaz y torpe.
Ahora, confirmando estas percepciones, la señora Hillary R. Clinton, actual secretaria de Estado, acaba de expresar que la “Casa Blanca ‘no puede permitirse’ seguir dándole la espalda a los gobiernos del presidente Hugo Chávez, en Venezuela, o a su aliado, Evo Morales, en Bolivia, a riesgo de perder más influencia en la región”.
Realmente, lo anterior es una ingenua simplificación del fenómeno del creciente populismo y de la avalancha de la izquierda extremista. Es no comprender que se trata de un plan definido en los años noventa –el esposo de la secretaria era entonces presidente de su país- en el llamado Foro de San Pablo, con la participación de terroristas, guerrilleros y comunistas nostálgicos. Es cierto que el señor George W. Bush, equivocadamente abandonó su atención a América Latina. Pero ese no es el origen de que Chávez, primero, y luego Evo Morales, tengan una rabiosa actitud anti norteamericana.
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Si la señora Clinton hubiera revisado antecedentes –ella es, en el departamento de estado, una recién en llegada- se habría dado cuenta que la política de apaciguamiento no es la respuesta al autoritarismo negador de las libertades democráticas. Tampoco, en verdad, lo es una acción de fuerza. Pero si se sigue con aquello de que no pasa nada, que no hay problemas, que io se mellan principios, alentará y dará patente de corso a los sátrapas dominantes para que imiten a la dictadura castrista en declinación, que la propia señora Clinton vaticinó que está terminando.
Si se trata de alejarse de políticas del pasado y para distinguirse de la política exterior de su predecesor, no advierte la señora Clinton que esto también significa abjurar de la defensa de la democracia en el continente de un insigne demócrata, el presidente John F. Kennedy.
La señora Clinton no está bien informada. En el caso del actual presidente de Bolivia, su actitud anti norteamericana proviene de antiguos resentimientos por la lucha contra el narcotráfico; no es una cuestión ideológica. El señor Evo Morales, ha sido –y aún es- dirigente de los “cocaleros” del Chapare. La coca del Chapare se destina en elevadísimo porcentaje a la fabricación de cocaína. Estados Unidos apoyó decididamente a combatir el crecimiento de los cultivos ilegales. Ahí el origen.
Pero es más: la creencia de que el avance de influencias perniciosas, como la del fundamentalismo de los ayatolaes iraníes, va a frenarse con aperturas, con envíos de embajadores que serán arrinconados y con la contemplación impávida de los excesos del populismo en Venezuela, Bolivia y Nicaragua, será, cuando menos, una culpable candidez.
Si la secretaria Clinton es coherente, debe impulsar la aplicación de la Carta Democrática Interamericana, fortaleciendo los mecanismos democráticos del continente. De otra manera, seguirá el persistente ataque de Fidel Castro, atrincherado en una columna, del desenfrenado y agresivo Chávez, de Evo Morales en su fiebre nacionalizadota y de atropello a las libertades y derechos ciudadanos, y de Ortega en su persistencia en la corrupción y el fraude. Y no habrá cambiado nada; y el populismo sabrá que cuenta con tolerancia culpable.