Iván Arias DuránAndando las calles, barrios, comunidades, pueblos y ciudades de nuestra amada Bolivia escucho a mucha gente que protesta por el estado de las cosas, por esa sensación de que estamos bien pero que no estamos avanzando en la dirección correcta, pues, mientras nos llegan noticias de otros países como Perú, Chile; Brasil o Colombia que están aprovechando esta coyuntura de precios altos de las materias primas para sentar las bases de un desarrollo sostenible, los bolivianos estamos con la enfermedad del cooperativista minero: ganar plata a como dé lugar y derrocharlo hoy porque la muerte es mañana. “Mire, me decía un amigo riberalteño, mientras no suba el pan, se mantenga la gasolina subvencionada, prospere la pichicata, siga el contrabando y crezca al informalidad… tenemos sinvergüencería pa´ rato y con los mandamases que seguirán reproduciéndose en el poder con votos de agradecimiento y silencios cómplices”.Lo escuché y no pude más que callar y reflexionar acordándome de una charla que tuve con el actual Presidente del Comité Cívico de Santa Cruz a propósito de la coyuntura nacional. A mi pregunta de por qué el Gobierno actual no preparaba al país para meternos al siglo XXI con metas de desarrollo logradas, me contestó: “Estamos pagando años de olvido de los desposeídos. Este gobierno, no esta solucionando las bases estructurales de la pobreza, como son la educación y la salud, pero, sabes? Les está dando lo que nadie les dio”. Pero eso es pasajero, replique. “Pa ti que casi siempre has tenido acceso a un helado que hoy te lo den es nada, pero para miles de gentes que nunca han probado un helado es un manjar, es un regalo de dios. A ellos no les importa si ese helado se va derretir ahora o si solo va durar un bocado… el helado (los bonos) es para ellos inclusión, agradecimiento, poder”. De esa manera concluimos que no es que haya que quedarse con los brazos cruzados, que debíamos hacer algo, que deberíamos saldar cuentas con los pobres y la pobreza; que debíamos apoyar ciertas medidas inclusivas pero que debíamos pensar en cómo enamorar a esa inmensa masa de gente que se esta educando en la escuela del facilismo y arrastrarla a la apuesta del emprendedurismo, al desafío de ser constructores de su propio destino.Esta otra reflexión me llevo a recordar esta breve anécdota que la contó mi amiga Patricia Hashuel. Una mañana, cuando nuestro nuevo profesor de Introducción al Derecho» entró a la clase lo primero que hizo fue preguntarle el nombre a un alumno que estaba sentado en la primera fila:-¿Cómo te llamas?-Me llamo Juan, señor.-¡Vete de mi clase y no quiero que vuelvas nunca más! – gritó el profesor en tono desagradable.Juan estaba desconcertado. Cuando reaccionó del shock se levantó torpemente, recogió sus cosas y salió de la clase. Todos estábamos asustados e indignados, pero nadie dijo nada.-Está bien. ¡Ahora sí! ¿Para qué sirven las leyes?…Seguíamos asustados; pero, poco a poco, comenzamos a responder a su pregunta:-“Para que haya un orden en nuestra sociedad».-«¡No!» – contestó el profesor.-«Para cumplirlas!»- replicamos.-«¡No!» y»¡¡No!! ¿Pero es que nadie sabrá responder esta pregunta?!»…-«Para que haya justicia» – dijo tímidamente una chica.-«¡Por fin! Eso es… para que haya justicia. Y ahora ¿Para qué sirve la justicia?».Todos empezábamos a estar molestos por su actitud grosera. Sin embargo, seguíamos respondiendo:-«Para salvaguardar los derechos humanos».-«Bien, ¿Qué más?» – dijo el profesor.-«Para discriminar lo que está bien de lo que está mal»…-Ok, no está mal; ahora bien… respóndanme a esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar de la clase a Juan?…-¡¡No!!- dijimos todos a la vez.-¿Podría decirse que cometí una injusticia?-¡Sí!-Entonces…¿Por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencia una injusticia. ¡No vuelvan a quedarse callados nunca más! Vete a buscara Juan- dijo mirándome fijamente.Por eso no olvidemos esta sabia sentencia: el ladrón vulgar te roba: el dinero, el reloj, la cadena, el auto y/o el celular. El mal político te roba: la felicidad, la salud, la vivienda, la educación, la pensión, la recreación y /o el trabajo. El primer ladrón te elige a ti…y al segundo ladrón lo elijes tú!