Un final anunciado

Hay alguien que quiere emular al escritor Vargas Llosa de «La Tía Julia..» y en el culebrón llamado “Muerte en el Hotel Las Américas”, los que eran primero víctimas, ahora son villanos

imageEl fiscal Marcelo Soza, «reveló» que Branko Marinkovic, Guido Nayar, Rubén Costas y otros líderes cruceños apoyaban a la célula terrorista. (Foto: ABI)

Como en las mediocres telenovelas venezolanas, el final era previsible y desde los primeros capítulos se sabía quienes eran los malos y quienes los buenos. No en balde los venezolanos tiene tanta influencia en el gobierno del MAS que hasta han logrado que los burdos y poco imaginativos libretos de sus telenovelas se trasladen a Bolivia en una versión en la que el drama de pasiones incluye “mercenarios terroristas”, autonomistas, delatores, ministros despistados y fiscales figurones que no saben donde están parados.



Desde un principio se sospechaba hacia donde apuntaba la cosa y cual era el verdadero y súbito interés de Evo Morales en un problema al cual jamás había dado importancia, al punto que su vicepresidente estuvo vinculado en años mozos a grupos terroristas y conste que debe distinguirse muy bien a estos de los grupos guerrilleros.

“La tía Julia y el Escribidor” es una excelente novela de Mario Vargas Llosa y entre sus datos autobiográficos incluye la historia de Pedro Camacho, un libretista boliviano de radionovelas de ágil y fecunda imaginación a quien su mente le juega una mala pasada y acaba confundiendo personajes trasladándolos de una radionovela a otra, matando a otros y haciéndolos sobrevivir en un próximo capítulo para finalmente, juntarlos a todos en una iglesia para, terremoto mediante, despacharlos sin más ni más, sin excepción alguna, al otro mundo.

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En el gobierno hay alguien que quiere emular y hasta superar al escritor peruano y en el culebrón llamado “Muerte en el Hotel Las Américas”, los que eran primero víctimas, aparecen ahora como villanos, las modernas armas se transforman en chisguetes de carnaval y los potentes explosivos de uso exclusivamente militar devienen en poco menos que inofensivos petardos.

Como el Pedro Camacho de la novela de Vargas Llosa, el libretista del palacio de Gobierno ha perdido la cordura. De otra forma no se explica que en un inicio personas como los prefectos de Santa Cruz, Rubén Costas y del Beni, Ernesto Suárez, además del exdirigente cívico, Branko Marinkovic, fueran identificados como potenciales víctimas del supuesto grupo de “mercenarios” y, sin embargo, pasan algunos días y se transforman súbitamente, por obra de un “testigo estrella” y de un fiscal que ha perdido la chaveta, en financiadores de quienes supuestamente en un principio buscaban eliminarlos .

Se habló también del poderoso explosivo C-4, “que ni las Fuerzas Armadas bolivianas tienen” supuestamente usado para atentar contra el cardenal Julio Terrazas, pero luego el fiscal Sosa (cuyos antecedentes también habría que investigar), a la luz de declaraciones de «El viejo», un delincuente de amplio prontuario y de dos “unionistas” que son brutalmente tratados durante su traslado a la Paz y muy gentilmente devueltos a Santa Cruz, habla de explosivos con “mecha lenta”, es decir nada muy sofisticado ni a la altura de los “mercenarios croatas” supuestamente entrenados.

Demasiado preámbulo para que el gobierno finalmente exhiba su reales intenciones que son, como ya lo dijimos en varias oportunidades, descabezar y atemorizar a la oposición regional. Cualquier tinterillo sabe que las acusaciones que lanzaron esa tres personas no constituyen prueba alguna y a lo sumo arrojan indicios para la investigación, pero es claro que al gobierno y su obsecuente fiscal les interesa muy poco la justicia ya que su objetivo es esencialmente político.

Los jerarcas del Gobierno no tienen muy bien ajustado los tornillos y están al limite de la paranoia. Detener a un muchacho que usaba un trozo de papel a modo de catalejo para mirar al presidente y su comitiva, no es buen síntoma y la seguridad presidencial podría llegar al extremo de acribillar a algún poco avisado ciudadano por el imperdonable delito de sacarle la lengua al todopoderoso Evo.

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