A falta de un necesario y adecuado asesoramiento que lo ponga a cubierto de papelones, nuestro Evo Morales, sensiblemente, ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
En uno más de sus habituales excesos verbales, por no decir dislates más bien, el presidente de la República, Evo Morales, ha vuelto a poner en riesgo o en situación de tirantez las que siempre fueron unas cordiales relaciones diplomáticas con el hermano y vecino Perú, a cuyo Mandatario, con falta de consideración condenable, tildó públicamente de “chabacano”.
La insólita palabreja brotó de boca del gobernante por haber concedido su colega peruano Alan García asilo político a gente de nivel ministerial del régimen anterior, supuestamente complicada con delitos públicos diversos.
Tratándose de algunos asuntos que les competen netamente a las cancillerías, el señor Evo Morales, que al parecer se siente tocado por la Divina Providencia y no reconoce fronteras, arremetió torpemente contra su homólogo peruano Alan García, en lo que viene a ser una actitud, más que un gesto, soberbia y enfatuada. Actitud que, de manera directa, no hace otra cosa que colocar las relaciones bilaterales, una vez más, en punto álgido.
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Observadores e incluso expertos en la materia ven en riesgo de ruptura tales relaciones, desde luego en caso de mantenerse los tonos ríspidos y las consiguientes alusiones personales. Tal vez en la actual contingencia sea precisa una revisión exhaustiva de los hechos y un replanteo de las actitudes y las expresiones.
Ahora bien, en el puntual asunto de la solicitud de extradición planteada por el Presidente de nuestro país y a falta de un necesario y adecuado asesoramiento que lo ponga a cubierto de papelones, nuestro Evo Morales, sensiblemente, ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Parece haber olvidado, don Evo, que su propio gobierno concedió asilo político a terroristas enjuiciados en Perú y en Paraguay.
En el primero de los casos, recordemos que Perú solicitó la extradición diplomática del ciudadano peruano Wálter Chávez, con cargos de terrorismo, y que aquí en Bolivia había encontrado acomodo como uno de los principales asesores del propio presidente Evo. Y lo propio aconteció con los dos ciudadanos paraguayos que estaban señalados como los presuntos asesinos de la hija del ex presidente de Paraguay Raúl Cubas y que, después de ser capturados en la ciudad de La Paz, se fugaron o desaparecieron en el mayor de los misterios.
La prudencia, la mesura, a nuestro modo sencillo de ver las cosas, deben ser atributos fundamentales, indispensables de quienes tienen entre manos las más altas responsabilidades y no sólo eso, sino hasta los destinos de los pueblos. Dramática se tornaría la suerte de las naciones si sus gobernantes, si sus líderes —dejando de lado la prudencia y la mesura— empiezan a tirarse los platos por la cara o recurren a medios más expeditivos o peligrosos aún.