Álvaro Riveros TejadaDesde muy pequeño cautivó mi atención la diosa Themis por su imponente imagen que simboliza a la Justicia, representada por la escultura de una dama, y que se halla expuesta en los tribunales de todo el mundo, con los ojos vendados, sosteniendo en una mano una balanza y en la otra una espada, adminículos que se supone simbolizan la absoluta imparcialidad de sus fallos, sin mirar a quién o a quiénes van dirigidos; donde se han de pesar las razones favorables y/o contrarias de los litigantes, para otorgar un fallo justo; y el arma que simboliza la fuerza con la que protege y hace cumplir la ley. En el devenir de los años sin embargo, la simbología de nuestra diosa Themis boliviana ha sufrido cambios que trastocan completamente su significado. Hoy, es una diosa inmaculada, es decir, en términos oftalmológicos, ya no tiene esa mácula o mancha en la retina de los ojos que le impedía distinguir la cara de las personas a quiénes debe juzgar, de ahí que haya sustituido la venda que llevaba en los ojos, por una máscara propia de los jueces sin rostro, muy utilizados en los gobiernos de fuerza, para sentenciar sumariamente a quienes juzga como a sus mas irreconciliables enemigos.Hoy la justicia no es ciega, ni tiene los ojos vendados. Mira, distingue y escoge a quien más le conviene, y sus códigos se aproximan cada vez mas a los de José Santos Discépolo, expuestos en su célebre tango Cambalache cuando expresa: “… ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor…”. La salida del concejal masista Lucio Vedia de la cárcel de Palmasola, vestido como un Papá Noel andino presto a recuperar su curul en la Alcaldía cruceña, en medio de una fanfarria con bombos y platillos organizada por sus cómplices, donde fue recluido con todas las comodidades de un hombre libre -un celular incluido- por haber sido sorprendido ebrio; en posesión de un vehículo incautado al narcotráfico por las autoridades de DIRCABI; robado en Chile; hiere hasta el más cínico sentido de la ecuanimidad, ante a la centena de presos que se hallan encarcelados desde hace años en esas ergástulas, en espera de sus juicios que nunca llegan y de que las autoridades localicen y capturen, nada más ni nada menos, que al Presidente de la Corte de Justicia de ese Distrito que ha decidido huir, por su manifiesta complicidad con la famosa red de extorsión. No por nada el caso Ostreicher ha estremecido peligrosamente las bases mismas del gobierno, amenazando desestabilizar al propio sistema democrático, cuyos fundamentos deben estar construidos sobre un poder judicial incuestionable y serio, que no solamente brinde a la sociedad, sino al propio Estado, la necesaria seguridad jurídica para el desenvolvimiento de sus actividades, y, al igual que la mujer del César, no solo deba ser honesto, sino aparente serlo. De esa manera podríamos hablar positivamente de nuestra justicia inmaculada.