Guerra de la coca y guerra del gas

Daniel A. Pasquier Rivero

daniel-pasquier Como en el cuento de hadas, érase una vez, allá por el año 2000 de nuestra era, hubo una guerra del agua. Los protagonistas de entonces no están entre los que hoy gozan las mieles del poder. Ellos fueron los primeros en auparlos. Pero los más vivos, los oportunistas, se encaramaron y reconociendo el momento decidieron dar una vuelta más a la ya azarosa historia del País de las Maravillas.

El peso andino en las decisiones nacionales. El gas está en el oriente y sur del país. Las decisiones en occidente. Los verdaderos dueños son mirones de palco o de palo. Yacuiba, por más de 80 años con las venas abiertas (en frase de Galeano) nutriendo a no se sabe quién ni por voluntad de quién, ahí está. Vale la pena visitarla y conocerla, con sentido de agradecimiento. Como deberíamos hacer los bolivianos también con Potosí. Para escucharlos hablando de sus fantásticas riquezas, mientras contemplamos la miseria en la que viven. Solo el presidente Germán Busch tuvo el acierto y el coraje para dictar una norma, aunque sea para la desigual repartija: 11 % de regalías para los departamentos productores, tabeadas todo el tiempo, hasta ahora. Y tuvieron que pasar 20 años de lucha todavía, para que allá, en los Andes, previo ritual de cuota con sangre, cedieran a cumplir la ley.



Pelean riqueza ajena. Se recuerda 2003 por “octubre negro”, no por el golpe de Estado. El detonante utilizado fue la negociación de un gasoducto que atravesaría Chile, para exportar gas a Méjico y EEUU. Pudo cambiar la historia del país. En la euforia hasta se habló de gas por mar, el derecho y eterna aspiración de Bolivia. Pretexto, o no, sirvió para que los descubiertos “movimientos sociales” tumbaran, nos guste o no, a un presidente constitucional de la República. La acción concertada de la traición y las armas, sumaron a la lista de mártires desconocidos. Nadie se quiere hacer responsable de los muertos. En adelante, de nada serviría un “revolcón en El Alto” para ordenar por caminos democráticos la lucha por el poder. Los que estaban detrás de todo se dieron cuenta, en lectura correcta, que no tenían obstáculo para sentar reales en la Plaza Murillo. Y apretaron la soga “para que se sepa quién manda”. El cuento había acabado y el propósito escondido se empezó a instrumentar, a espaldas de la gran mayoría de la opinión pública del país, y otros actores, principalmente externos, subirían a escena.

De 2006 a 2013 la sorpresa. La República de Bolivia convertida en Estado Plurinacional; la característica republicana de la independencia de poderes pasa a segundo plano y, con ello, derechos y libertades. El Ejecutivo en el discurso y en los hechos es caudillista, de vocación hegemónica y totalitaria. La “revolución democrática” tiene vicepresidente, admirador y émulo del marxismo leninismo, gramsciano pero, sobre todo, de las prácticas fascistas a la que son tan afectas los movimientos populistas latinoamericanos. El presidente es todo “sentimiento”, castrista, chavista, socialista siglo XXI, a lo que permanece leal hasta el momento.

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La praxis como criterio de verdad, en términos marxistas. De la defensa a ultranza de los pobres, de los campesinos e indígenas, de los recursos naturales, la pachamama, de los excluidos de siempre, queda, por acción del Estado Plurinacional: 1) los irónicamente “clasemedieros”, por recibir más de un dólar por día; 2) después de siete años se ha vuelto al modelo primario exportador de materias primas. El propósito había sido netamente económico financiero, ningún compromiso con el medio ambiente; 3) indígenas enfrentados con el gobierno, defraudados; eran bandera ideológica, a cambio recibieron “chaparinas”. Hoy denuncian en instancias internacionales genocidio y delitos de lesa humanidad; 4) excluidos visibilizados, pero no son la prioridad. Se han ensañado con las mujeres: violadas, con abuso de poder político; extorsiones por funcionarios del Estado afectan a pobres y a ricos; muertes en los caminos, mayoría de pobres y campesinos, suman más de mil al año ante la pasividad e inoperancia del Estado. Violación a los Derechos Humanos es rutinaria.

Guerra de la coca. Los cocaleros han sido el principal sustento del régimen, pero los de Yungas entraron a La Paz, destruyendo oficinas y exigiendo renuncia de autoridades. Llenos de rabia, hartos de que los discriminen, “emputados” literalmente. Son los que dieron sustento a la defensa de la coca como “hoja sagrada”, los que mantienen el acullico/pijcheo como costumbre ancestral originaria. A ellos se los reprime, se hace erradicación aparentemente forzosa, se les dificulta y controla la comercialización; son, según ellos, “maltratados”. Allá lejos, donde antes no había coca, está el Chapare, el bastión de Morales, caudillo y jefe indiscutible. Ahí la coca es ilegal, la producción de miles de hectáreas se dirige en su totalidad (no sirve para el acullico) al narcotráfico, suman las tierras del TIPNIS (parque nacional) mediante acción del CONISUR, someten a semiesclavitud y servidumbre a los pueblos indígenas. Todo está permitido. Si la Resolución de la ONU consiente en la práctica del acullico y prohíbe la exportación de coca habrá conflicto de intereses, yungueños vs chapareños. ¿Habrá declaración de guerra? Por intereses se hacen guerras.

Gas por mar. ¿Lo dijo o no Evo en Chile? En el debate, la intención, la mala interpretación, que no era el lugar ni el momento, la improvisación, apoyos y críticas, en tema tan sensible para todos los bolivianos. Más, al menos en el discurso, para los que llevaron al poder a Evo: la agenda de octubre. De nuevo se levantan fantasmas y alegorías. El mal momento interno, justo saliendo perdidoso de la elección en Beni, el consejo inoportuno, todo confabuló para que ahora el presidente enfrente el riesgo de otra guerra por el destino del gas. Es demasiado. Dos guerras en las mismas entrañas de la estructura de poder. Y los guerreros entienden eso, lo sienten. Solo que a veces, no saben o les cuesta expresarlo. Por tradición, estos meses se pelea por salario, canasta familiar. Está en puertas, ¿un febrero distinto?